jueves, 7 de enero de 2021

¡Eo!

Pedrito mira el cuerpo que está tendido delante de la lumbre. ¡Eo, qué susto le ha dado! Después de zamparse un pavo que había comprado en el Mercadona, se ha quedado dormido viendo los programas de Nochebuena. Menos mal que le ha dado tiempo a coger la escopeta. ¡Eo, qué va a hacer con él! Podría llamar al cuartelillo, a Pérez y Seoane, pero seguro que eso no le libraría de problemas. Necesita pensar. Va a la nevera y saca una cerveza. Se sienta en la silla y se la toma lentamente. 
Tarda diez minutos en encontrar la solución. Guarda la escopeta en el armario y busca bolsas de basura, con las que envuelve el cuerpo. No es fácil: el muerto es grande. Asegura las bolsas con cinta americana. Arrastra el bulto hasta el Land Rover. ¡Eo, cómo pesa! 
Regresa al salón y observa la mancha de sangre. Por un momento piensa en limpiarla, pero se acaba decidiendo por utilizar una vieja alfombra que guarda en la cámara. Antes de subir al coche, se toma otra cerveza. Cae en la cuenta de que necesita una pala. Pedrito no sabe dónde tiene la suya; hace tiempo que no la utiliza. Pero Antonio el Barbas, su vecino, sí que tiene una. Guarda todas las herramientas en la cochera. Podrá entrar saltando la tapia. 
Pero es más fácil pensarlo que hacerlo. Le cuesta escalar la tapia; Pedrito está muy gordo. Tiene que romper un cristal para entrar en la cochera. Allí, Antonio el Barbas tiene el tractor, el remolque, la cuba. Todo muy ordenado. Con la linterna del móvil, busca la pala. Tropieza. Cae algo. Cuando comienza a desesperar, la encuentra. ¡Eo, qué desastre! Bah, seguro que el Barbas cree que han sido los zagales. 
Echa la pala en el coche, junto al cuerpo y una caja de cervezas. Por fin puede arrancar. La noche es fría. El aire acondicionado del Land Rover está estropeado. No es lo único. De hecho, Pedrito tenía que haber pasado la revisión hace dos años. Empieza a temblar. ¡Eo!, con las prisas, no ha cogido la cazadora.
Por un momento pasa por su cabeza la idea de dirigirse a El Puente del Obispo y arrojar el cuerpo al Guadalquivir, pero finalmente se dirige al monte. Tiene que poner la reductora cuando deja la carretera asfaltada. Conduce durante quince minutos. Detiene el Land Rover junto a la vieja casa de los Matarranas. Baja del coche. ¡Eo, sí que hace frío!
Arrastra el cuerpo cien metros. La hierba está escarchada. Regresa al coche para coger la pala y las cervezas. Comienza a cavar. Cuando lleva unos minutos, Pedrito abre una cerveza y se la bebe de un  par de tragos. Arroja el casco bien lejos y sigue cavando. Después de dos horas y cuatro cervezas, ha conseguido cavar un agujero medio decente. Introduce en él el cuerpo y comienza a taparlo con tierra. Ya está casi cubierto cuando piensa que ni siquiera ha mirado los bolsillos del muerto. ¡Eo, que le den!
Después de echar la última paletada y de beberse la última cerveza, Pedrito suelta un eructo que estremece el monte.
Regresa al Land Rover. ¡Eo, no arranca! Pisa a fondo el acelerador, lo deja un segundo pisado y, sin soltarlo, arranca. Pedrito está cubierto de un sudor frío. Necesita un café. ¿Estará abierto el Nevada? Le gustaría tomarse un café y una tostada gratinada de jamón y queso. ¡Eo, qué buena!
Pero el Nevada está cerrado. Claro. Cierra en Navidad. Le hubiera gustado ver a la Jessi. Incluso a Margarita, que no es tan guapa, pero que le da palique. Decide regresar a casa. 
Cuando llega, el coche de la Guardia Civil está en la puerta. Pedrito siente un estremecimiento. Cuando le ven, Pérez y Seoane bajan del vehículo. Seoane roza con la mano derecha la pistola.
–¿Eo, qué pasa? –les pregunta.
Pérez le señala la chimenea. Junto a ella hay aparcado un trineo de nueve renos. ¡Eo!
–¡Eo! –dice Pedrito.
Es entonces cuando aparece Antonio el Barbas.
–¿Saben qué? Han entrado en mi cochera y se han llevado una pala. 
¡Eo!