Al principio no le amaba; era feo, tímido, desmañado. Sin embargo, María Antonieta acabó perdiendo la cabeza por su marido.
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–¿Cómo lo quiere? –preguntó el camarero.
–Bien quemado.
El camarero le trajo un profesor de instituto.
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Cortó miles de árboles que no le dejaban ver la pradera.
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El turista, cansado, dejó de sostenerla. La Torre de Pisa se cayó.
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El creador de crucigramas adoraba a Ra, dios egipcio de dos letras.
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A Apollinaire, el poema le quedó redondo.
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En mi casa hay un fantasma y dos personas que gritan cada vez que me ven.