Te tengo que dejar. El editor me ha pedido otro libro de poemas de desamor.
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Veinte años después todo sigue igual: yo te sigo amando y tú sigues sin saber que existo.
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Me habéis puesto entre rejas porque he tratado de liberaros de vuestra cárcel.
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–Eres una procrastinadora.
–¿Una qué?
–Una procrastinadora.
–¿Y qué significa esa palabra?
–Búscala en el diccionario.
–Lo haré mañana.
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–¿Has dejado a Fran?
–Sí.
–¡Qué raro! Siempre o veía besándoos.
–Es que tenía poca conversación.
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Ariadna está intranquila: Teseo no regresa. Una de dos: o el Minotauro ha acabado con él o no debería haber comprado el ovillo de hilo en los chinos.
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Yo vi el mundo antes de que hubiera bestias. Yo vi aparecer las primeras bestias. Yo vi a los hombres surgir de las bestias. Yo vi al primer hombre que talló una piedra, al primero que inventó una historia, al primero que imaginó a un ser parecido a mí.
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–¿Qué ha dicho el rey Príamo?
–Que lo entremos en la ciudad.
–¿Y para qué lo queremos?
–No lo sé. El rey se ha limitado a decir: Caballo grande, ande o no ande.
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–¿Sabes qué?
–¿Qué?
–A Greta le ha mordido un vampiro y se ha transformado.
–Pobrecilla, con lo que le gustaba mirarse en los espejos.
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UN BUEN FINAL
Después de una corta lucha, el dragón mató al caballero. La princesa, por lo tanto, continuó viviendo en la torre, sin complicaciones, y las perdices siguieron correteando felices.
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Del poco dormir y del mucho leer libros de entomología, a Gregor Samsa se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio y a creerse un escarabajo.
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El león puso un cartel en la puerta de la cueva:
Por favor, que ningún animal más venga a visitarme. Estoy enfermo de tanto comer.
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Quiero una almohada, pero que sea buena: la anterior no paraba de darme malos consejos.
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UN AMOR JAMÁS VISTO
Sedujo al amigo invisible de su hijo.
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–Noé, te dije tres mil codos de longitud, ¡tres mil!, no trescientos.
–¡Uf, qué error! Ya decía yo que me parecía pequeña. ¿Y qué hacemos ahora?
–No embarques a los dinosaurios.
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–¿Quieres que practiquemos sexo sin amor?
–Pero yo te amo.
–Ah, no lo sabía. Creía que lo nuestro era sólo físico.
–¡Qué insensible eres! No sé cómo he podido amar a alguien como tú.
–Entonces, ¿ya no me amas?
–Por supuesto que no.
–¿Quieres que practiquemos sexo sin amor?