Pedro Sánchez: “El Gobierno va a avanzar en esa agenda progresista sea como sea, con o sin el apoyo de la oposición, con o sin el concurso del Poder Legislativo”.
El Partido del Botellón (PdB) llegó al Congreso como un huracán de cubatas y promesas imposibles. Sus diez diputados, electos por el voto masivo de universitarios y noctámbulos, irrumpieron en el hemiciclo con mochilas llenas de hielo y botellas de refresco, sus camisetas estampadas con el lema: “La calle es nuestra... y la resaca también”. El presidente en funciones, necesitado desesperadamente de esos diez votos clave, no tuvo más remedio que negociar.
La primera reunión en La Moncloa fue histórica. El líder del PdB, un exestudiante de Sociología llamado El Cubata, sirvió calimocho en vasos de plástico mientras exponía sus demandas. Exigió que la policía municipal se convirtiera en un servicio de camareros, repartiendo hielo y limpiando vómitos en las calles. Propuso crear zonas VIP en plazas públicas, con cordones de terciopelo y listas de invitados gestionadas mediante app. Su idea más polémica fue implantar multas de 300 euros a los vecinos que osaran llamar a la policía por ruidos entre la 1 y las 6 de la madrugada.
Las leyes comenzaron a aprobarse a un ritmo vertiginoso. El Decreto de la Cubitera Nacional instaló neveras municipales en todos los parques. La Enmienda de la Resaca Legítima permitía justificar faltas laborales presentando selfis de botellón como prueba médica.Los mítines del PdB se convirtieron en macrofiestas con verificadores de edad en la entrada, donde el programa electoral se resumía en servilletas manchadas de ron: wifi público en zonas de botellón, taxis gratis para quienes superaran 1,5 de tasa de alcoholemia, semáforos en rojo hasta las 3 de la tarde los domingos.
Pero cuando exigieron que el himno nacional fuera remezclado en sonido disco y sonara en altavoces urbanos al amanecer, incluso sus votantes más fieles comenzaron a arquear las cejas. El colmo llegó con la Ley del Vaso Vacío, que obligaba a los bares a servir bebidas sin hielo para “fomentar el consumo callejero”.
El presidente, con ojeras profundas y un historial de noches en vela, los traicionó durante el debate de los Presupuestos Generales. Al día siguiente, los antidisturbios desalojaban con mangueras a presión los alrededores del Congreso, donde se habían concentrado los seguidores del PdB. En todo momento no pararon de corear: “¡Esto es una kaldereta, nos roban y nos apalean!”.
Hoy, sus carteles electorales amarillean en los sótanos de las facultades, pero cada viernes noche, cuando las plazas se llenan de botellas vacías y risas jóvenes, alguien siempre alza su vaso y brinda por aquellos diez gloriosos meses en los que el botellón gobernó España.