Esther Tusquets: “El hecho de que yo también escriba hace que tenga conciencia del esfuerzo que supone, del trabajo que da generalmente escribir un mal libro –a veces tanto como escribir uno bueno– y esto me ha hecho especialmente sensible y vulnerable a las quejas de los autores en busca de editor”.
Quien deja de escribir pensando que ya todo está dicho, repite sin saberlo la renuncia de otros que también callaron. No es original quien se rinde al silencio: simplemente continúa una cadena de voces que nunca se atrevieron.
--
Has comprendido demasiado pronto que ya es demasiado tarde.
--
Desobedecieron, y el castigo era
inevitable. Pero Yum Kaax fue compasivo. Solo les dijo:
–Ganaréis el maíz con el sudor de vuestra frente.
--
Pues, la verdad, hay que darle la razón Óscar Puente: bloquear es más fácil que convencer.
--
Escalé el risco, irrumpí por la ventana y alcancé la cámara del legendario espejo. Exigí mi destino. El oráculo reflejó: “En segundos, los guardias te capturarán y te lanzarán al calabozo”. Profecía cumplida: aquí permanezco, glorioso prisionero.
--
Se le escapó una risa. Por eso destituyeron al alcaide.
--
Quien escribe, su mal espanta. Pero al salir a la calle para tomar el metro, fichar en la oficina, hacer la compra, saludar al jefe, aguantar reuniones y sonreír a los compañeros de trabajo, su mal regresa, vigoroso, reclamando tinta y papel.
--
El robot doméstico comenzó a rezar. La familia, atea, lo llevó al servicio técnico y allí lo resetearon. Sin embargo, cada noche susurraba plegarias a un dios sin nombre, hecho de códigos binarios. Nadie habría entendido su fe, aunque la hubiesen conocido.
--
–¿Cuál dirías que es la mejor IA?
–Uso ChatGPT, Grok y Perplexity. La verdad, no veo mucha diferencia.
–¿No conoces DeepSeek?
–Sí, pero una vez le pregunté si Xi Jinping era un dictador y ahora, siempre que le pido algo, me responde que naranjas de la China.
--
Los autores ruegan a los editores publicar sus obras, aunque nadie las lea. Los editores quieren autores que vendan, aunque desconozcan qué gusta. Los libreros, cansados, piden que dejen de enviarles libros que nadie quiere. Los lectores quieren simplemente entretenerse.
--
Los autores suplican a los editores publicar sus obras, aunque nadie las lea. Los editores buscan autores que vendan, aunque ignoren qué interesa. Los libreros, hartos, ruegan que no les manden más libros. ¿Y los lectores? Ay... hace tiempo que se extinguieron.
--
Vistos los últimos cambios perpetrados por la RAE, empezó a temer que algún día este mikrokuento se ezkriba azi, kon zetas, kon k, i sin remordimiento algúno. Y lo peor: k lo konsideren normatibo.
--
Aunque Hefesto fuera feo, cojo y malhumorado, Afrodita aceptó casarse con él. Ella tenía planes. Muchos. Sabría que la compadecerían. Pero si estaba dispuesta a casarse con él era porque no pensaba serle fiel.
--
Vegan tried adopting him. Escaped barking.
--
Aunque Hefesto fuera feo, cojo y malhumorado, Afrodita aceptó casarse con él. Ella tenía planes. Muchos. Sabía que todos la compadecerían. Pero si aceptaba ese matrimonio no era por sacrificio: era porque no pensaba serle fiel.
--
Pierdo las llaves, pero el caos no. Ordeno mi caos, desordeno el orden. Ropa en la biblioteca, en la nevera libros, en el baño comida. El sentido común lo en un cajón dejé, creo. Entiende nadie lo, pero yo sí. Soy un desorden maniático del.
--
No paraban de pelear, voces alzadas y puertas que se cerraban con estrépito. Cada día parecía una batalla. En el fondo, ambos lo sabían: no se soportaban porque se necesitaban.
--
Decidió afrontar el futuro sin planes, entregarse al azar, fluir, dejar que la vida ocurriera sin guion. Se sintió libre, valiente, incluso sabio. Tardó en entender que eso también era un plan, solo que no muy inteligente.
--
No cambiaría de lugar por nada… salvo por un ventilador que me soplara palabras de aliento.
--
–¿Qué le pasó a la gallina de los huevos de oro?
–La maté.
–Pero ¿por qué?
–No paraba de cacarear y darse aires.
--
–¿Oasis o espejismo? ¿Qué opináis?
–Es un oasis. Fijaos en el reflejo de las palmeras.
–Claramente es un espejismo. No huelo el agua y las sombras no cambian.
–Yo diría que es un oasis. El aire se siente más fresco en esa dirección.
–¿Y cómo explicas que no haya animales cerca? Un oasis atrae vida.
–¿Y si es una trampa de bandidos?
–¿Y si no es nada, y solo discutimos para entretener el hambre?
–Pues yo voto por quedarnos. Si es real, vendrá hacia nosotros.
–¿Y si nunca llega? Moriremos esperando.
–¿Y si caminamos y no es nada? Moriremos caminando.
–Eso ya lo estamos haciendo: morir, lentamente, sin hacer nada.
–¿Tú qué dices, Abu Nizar?
–Que nos acerquemos y lo comprobemos. El que duda eternamente, muere de sed.
--
Escribió la crónica de aquellos años convulsos: el partido que –lleno de corruptos– prometía luchar contra la corrupción, el líder inmune a la contradicción, el Gobierno dispuesto a controlar los tres poderes. Tituló el libro Madrid, de Corte a bolivariana.
--
Diseñaba casas sin ventanas, museos que se inundaban y oficinas imposibles. Los jurados adoraban sus conceptos. Ganó premios en París, Tokio y Venecia. Murió congelado en su loft sin calefacción, diseñado por él. Le otorgaron otro premio, esta vez póstumo.
--
Diseñaba casas sin ventanas, museos que se inundaban y oficinas donde nadie cabía. Pero los jurados adoraban sus conceptos. Ganó premios en París, Tokio y Venecia. Murió congelado en su loft sin calefacción, obra suya. Le dieron otro premio. Póstumo, claro.
--
Diseñaba casas sin ventanas, museos que se inundaban,
oficinas donde nadie cabía. Pero los jurados adoraban sus conceptos. Ganó
premios en París, Tokio y Venecia.
Murió congelado en su loft sin calefacción, diseñado por él mismo y por él
consiguió otro premio póstumo.
--
Se los comieron con chile y maíz. Estaban rancios. Tres días de diarrea ritual. Desde entonces, los mexicas cambiaron el menú: corazones de guerreros valientes sí, pero políticos jamás. “La corrupción, mejor quemarla que digerirla”, concluyó el sumo sacerdote.
--
Del Peugeot 407 al
furgón policial Citroën SpaceTourer, pasando por el Falcon 900.
Todo un viaje: de la carretera al aire, y de ahí al calabozo.
La evolución del transporte, versión política.
--
Los autores ruegan a los editores publicar sus obras, aunque nadie las lea. Los editores quieren autores que vendan, aunque desconozcan qué gusta a los lectores. Los libreros, cansados, piden que dejen de enviarles libros que nadie quiere. Los lectores quieren historias auténticas, emociones reales, y a veces, simplemente entretenerse.
--
Los autores ruegan a los editores publicar sus obras, aunque nadie las lea. Los editores quieren autores que vendan, aunque no sepan qué es lo que les gusta a los lectores. Los libreros, cansados, piden que dejen de enviarles libros que nadie quiere.
--
Los autores suplican a los editores que publiquen sus obras, pero nadie los lee. Los editores buscan autores que vendan libros, pero solo encuentran egos. Quejas van y vienen, mientras las páginas se apilan, sin lectores que las abran.
--
El robot doméstico comenzó a rezar. La familia, atea, lo llevó al servicio técnico. Lo resetearon. Pero cada noche, en voz baja, invocaba a un dios sin nombre, hecho de códigos binarios. Nadie habría entendido su fe si hubiese sabido de su existencia.
--
La verdad, no tengo ganas de conocerme a mí mismo. Me conformo con tratar de entender a mi mujer.
--
Admiro a esa gente que tiene la paciencia de seguirte en X solo para, una vez que tú los sigues, dejar de seguirte al cabo de unas horas o unos días –porque algunos, incluso, se toman el lujo de esperar unos días. Si dedicaran ese tiempo a intentar que lo que escriben fuese interesante.
--
Me fascina la gente que se toma la molestia de seguirte en X solo para, una vez que tú los sigues, dejar de seguirte al cabo de unas horas o días –porque algunos incluso se dan el lujo de esperar unos días. Si usaran ese tiempo en escribir algo interesante…
--
–He tardado dieciocho horas en llegar a Sevilla.
–Se rompió la catenaria, señor.
–Pero ¿esto no era alta velocidad?
–Sí, para crear excusas sobre la marcha.
--
No emitía CO₂, pero sí aumentaba la temperatura. Suficiente para la policía climática.
--
–¿Cuál es tu color favorito?
–El negro.
–¿El negro? ¿Por qué?
–Porque combina con todo… incluso con mis desgracias.
--
Vivió poco, leyó mucho. Así que, al final, no estuvo tan mal.
--
Floatie. Sharp nails. Pop. Silence. Regret.
--
Recolectaba sueños ajenos: tener una casa con jardín, publicar una novela, viajar a Kioto en otoño, aprender a tocar el piano. Ahora tiene tantos que no sabe qué hacer con ellos. Ni cómo alcanzarlos. Ni si alguno es suyo. Ni si quiere.
--
Un día llegué a Tandil y conocí a un anciano, que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio. Le pregunté por la política una noche. Me contestó que la política es el teatro donde los mismos actores cambian de máscaras, pero el público sigue engañado.
--
La verdad, ahora no me gustaría estar en otro sitio, pero sí que me gustaría estar acompañado de un ventilador.
--
Mamá nos pidió que no arruinásemos el domingo hablando de política. Así que hablamos de fútbol, del Barcelona, de su contabilidad creativa y de los favores arbitrales. Tío Juan acabó gritando:
–¡Son unos corruptos!
Mamá suspiró, resignada.
–Estáis hablado de política.
--
El político escaló sin vértigo.
–Para alcanzar la cumbre, hay que mirar al abismo –dijo, mientras empujaba discretamente a los que estorbaban.
Pisó promesas, escaló sobre espaldas.
Saludó desde arriba, brillante.
Desde abajo, aún aplauden los que creen que subió cargando sus esperanzas.
--
En mi instituto no nos asustan los repetidores, sino el inspector. Cada junio, las notas se inflan como globos en una fiesta de cumpleaños.
--
Mi madre nos pidió que no arruinásemos el domingo hablando de política o fútbol. Hablamos de inflación, cambio climático, guerras, el apocalipsis digital y la falta de esperanza. Fue un domingo muy agradable.
--
Le pediste que te olvidara, con voz temblorosa y gesto solemne. Pero te miró como se mira a un desconocido en el ascensor. Ya te había olvidado. Ni siquiera recuerda quién eres.
--
Nadie se alzó airado ni se desgarró las vestiduras cuando se aplicó la amnistía a los condenados por el golpe de Estado del 23 de febrero porque a nadie se le aplicó ninguna amnistía.
--
La policía climática confiscó su mirada: causaba incendios emocionales.
--
Si contratas a un chacal para cuidar tu rebaño, no llores cuando actúe como tal. El presidente solo confirmó su naturaleza: supervivencia política antes que principios.
--
Mi madre nos pidió que no arruinásemos el domingo hablando de política o fútbol. Así que debatimos sobre la moralidad de los viajes en el tiempo, el alma de los calamares y si los perros creen en Dios. Ganó el gato.
--
Quiso tener un hijo, pero el tiempo la traicionó. Así que adoptó un gato, dos, tres. Por no dejarlos solos, no viaja. En la noche, su única compañía son los maullidos que a veces le recuerdan lo que nunca fue.
--
Implantaron una nueva metodología. Inútil, dijeron algunos. Fracasó, como era previsible. Culparon a los escépticos por no haberse formado lo suficiente. Diseñaron otra. También fracasaría. Pero ya tendrían a quién culpar. Así se perpetuaba el juego. Y sus sueldos.
--
Como buen antifa, odia a los extraterrestres: sabe que no huyen de guerras ni del hambre. Son millonarios de otros planetas, haciendo turismo entre pobres. Vienen en naves de lujo, sacan fotos y luego regresan a su galaxia gentrificada.
--
Santos Cerdán no tiene nada que ver con el PSOE. Pedro Sánchez no tiene nada que ver con la amnistía.
--
MICROCUENTO
Pocas palabras bastan, pero uno solo no es suficiente.
--
Le aseguraron que, si iba en esa dirección, llegaría a Roma. Tomó la otra. Y también llegó a Roma.
--
La Guerra Fría fue un enfrentamiento indirecto entre perros y gatos. Nunca lucharon cara a cara, pero se desafiaron en patios, tejados y oscuros callejones. ¿Quién ganó? Nadie puede discutirlo: Laika fue al espacio. Los perros ganaron. Fin del debate.
--
Ve pasar un avión sobre su cabeza. ¿A dónde irá? ¿Londres, París, Roma? Él también quiere viajar. Pero paciencia. Le quedan doce años. Ocho, si mantiene la calma y no vuelve a pelearse con otro recluso.
--
EL MICROCUENTISTA
No le importaba que le dieran like. Publicaba microcuentos como quien deja migas en un bosque, esperando que a alguien se le escapara una sonrisa, o al menos una mueca. A veces lo lograba, a veces no. Pero igual seguía escribiendo. Por si acaso.
--
Guerra Fría
Gatos o perros. El mundo se dividió en dos bandos irreconciliables. ¿Quiénes son mejores? Los amantes de los gatos hablaban de misterio, de elegancia; los de los perros, de fidelidad. Pero nadie pudo discutirlo: Laika fue al espacio. Los perros ganaron. Fin del debate.
--
GUERRA FRÍA
Gatos o perros. El mundo se dividió en dos bandos irreconciliables. ¿Quiénes son mejores? Los amantes de los gatos hablaban de misterio, de elegancia; los de los perros, de fidelidad. Pero nadie pudo discutirlo: Laika fue al espacio. Los perros ganaron. Fin del debate.
--
Santos Cerdán dejó de ser secretario de Organización el pasado 12 de junio, y diputado el 16 de junio. Eso, en política, es la prehistoria
--
No pienses que ya no tengo sueños. Claro que sigo soñando. Sueño que no me importan los sueños, que duermo sin anhelos, que despierto sin pena. Y en ese olvido inventado, encuentro por fin algo parecido a la paz.
--
“Que la luna se levante mientras cierro yo los ojos”, rezó. La cadena temblaba. Afuera, los aullidos se acercaban. Dentro, el espejo devolvía otra cara. “Demasiado tarde”, murmuró, mientras las uñas crecían. Esta noche, volvería a matar.
--
Leaf on the roof. Sleepless husband.
--
Despertó con la boca pastosa, la casaca arrugada y un tambor batallando en sus sienes. Se incorporó en su tienda de campaña, buscó a tientas la botella (vacía) y masculló:
–¿Dónde estamos?
Su ayudante, impecable como siempre, respondió:
–Señor, en Pittsburg Landing. La batalla ha concluido. Victoria, señor.
El general parpadeó.
–¿Victoria? ¿La nuestra?
–Sí, señor. Los confederados se han batido en retirada.
Gruñó, desconfiado. No recordaba haber dado ninguna orden sensata en los últimos tres días. Apenas recordaba los últimos tres días.
Meses después, en Vicksburg, la historia se repitió. Otro amanecer brumoso, otra botella vacía. Otro ayudante anunciándole:
–Victoria, general. Vicksburg es nuestra.
–¿Otra vez? –dijo–. ¿Seguro que no es un malentendido?
Llegó 1865, y las leyendas crecieron. En los despachos de Washington, en los periódicos del Norte, se hablaba de su genio militar, de su audaz estrategia, de su temple ante la adversidad.
El general sonreía amargamente en los banquetes.
–Yo solo sé que tenía sed –decía, alzando su copa de whisky–, y que las batallas, de algún modo, se ganaron solas.
Al final, el Norte venció. Y Ulysses S. Grant… siguió bebiendo.
--
–¿Cuál es tu color favorito?
–El negro.
–¿El negro? ¿Por qué?
–¿Por qué así será mi futuro?
--
–Chuang Tzu ha soñado que era una mariposa, y nuestro señor, el excelso emperador Ji Bian, lo ha enviado al exilio.
–¿Por soñar que era una mariposa?
–Por soñar.
--
Su amor subía la temperatura. El planeta no lo soportó.
--
–Pero, decidme una cosa... ¿por qué vosotros, los judíos, si creíais en Yavé, insistíais en desobedecerle una y otra vez?
–Para que esto no se volviera insoportablemente aburrido.
--
–Yo confió en el presidente del Gobierno.
–Pero si es un mentiroso.
–Pues sí, miente, pero no engaña.
--
–Confío en el presidente.
–¿Aunque mienta?
–Claro. Ya sé que miente. Y él sabe que lo sé. Es una relación honesta.
--
El Juicio del Asfalto
La sala del tribunal olía a cuero nuevo y aceite de motor. El juez, con sus gafas de lectura sobre el manual de tráfico más antiguo que cualquiera recordara, escuchaba los argumentos con expresión impenetrable.
–Su señoría –comenzó el abogado del Porsche, mostrando un holograma de las prestaciones del 911 Turbo S–, mi cliente representa la cumbre de la ingeniería alemana. Cero a cien en 2.7 segundos. ¿Acaso no es esto lo que nuestra sociedad valora?
El representante del Rolls-Royce, con un gesto teatral, dejó caer sobre la mesa una llave de plata.
–Este vehículo tiene alfombras de pelo de yak y un sistema de sonido que reproduce exactamente el eco de la sala de conciertos de Viena. ¿Dónde queda su ingeniería frente a esto?
En las gradas, los espectadores murmuraban. Un conductor de Mini Cooper tomaba notas febriles. Un dueño de Mustang GT masticaba su chicle con nerviosismo. Todos sabían que este fallo podría redefinir sus vidas al volante.
El juez removió sus papeles.
–Según el código de 1954 –dijo con voz ronca–, cuando dos vehículos de categoría similar...
Fue entonces cuando ocurrió. Un rugido ensordecedor hizo temblar los cristales del juzgado. Todos giraron hacia las ventanas justo a tiempo para ver cómo el Bugatti Chiron, negro como el espacio interestelar, se detenía frente al edificio con la precisión de un reloj suizo.
El silencio fue absoluto. El abogado del Porsche cerró su carpeta. El representante del Rolls-Royce se ajustó la corbata. Sabían que todas sus elocuentes palabras acababan de volverse irrelevantes.
El juez, con un atisbo de sonrisa, cerró su libro con un golpe seco.
–Se suspende la audiencia –declaró, mientras alcanzaba su bastón–. Creo que todos entendemos que hay... un nuevo precedente".
En el estacionamiento, el dueño del Bugatti –un joven de gafas oscuras– ni siquiera bajó la ventanilla. No hacía falta. El simple hecho de su presencia había reescrito las reglas del juego.
--
Inventario Poético
La conservadora del Museo de Bellas Artes de Jaén llevaba veinte años viendo los mismos cuadros: retratos de aristócratas con mirada vacía, paisajes monótonos de olivares, escenas históricas tan polvorientas como los marcos que las contenían.
Al principio fue una broma. Reetiquetó un anodino Retrato de caballero con capa como Melancolía en tres botones. Nadie dijo nada. Después vino Tarde en la campiña convertida en El campo sospecha de nosotros. Siguió. Un cuadro de la batalla de Bailén pasó a llamarse El ruido de los huesos al caer.
Lo hacía por aburrimiento, por un nihilismo suave que le adormecía las mañanas. Cambiar títulos era su forma de resistir sin molestar. Nunca alteró los inventarios oficiales, claro. Solo las cartelas que le tocaba actualizar. Nadie notó nada. Ni el director, ni los escolares en visita guiada, ni los turistas despistados. Algunos incluso elogiaban “el nuevo enfoque poético del museo”.
Cada nuevo título era un pequeño desahogo: La lluvia escucha, pero no consuela, Geometría para fantasmas, No queda nadie en el salón del trono.
A veces pensaba que, si alguien reparaba en el cambio, tal vez también notara que los cuadros no estaban tan muertos como creían.
--
El Mundo de Saturnino
Todo había comenzado un día lejano en que Saturnino había decidido aprender a leer. No por necesidad, sino por curiosidad. Las primeras letras le sabían a tinta amarga, pero persistió.
Pronto descubrió que las palabras abrían puertas a mundos desconocidos. Leyó sobre mares que nunca vería, montañas que no escalaría, amores que no viviría. Cada libro era un mapa de lugares a los que nunca iría.
Su vieja casa seguía igual, pero ahora sabía que existían palacios de mármol. Sus manos seguían callosas, pero conocía la suavidad de la seda. Su aldea era la misma, pero él ya no.
Una tarde, mientras leía bajo el árbol centenario, vio a los niños jugar con una pelota de trapo. Rieron como él nunca lo haría, libres de saber que existían balones de cuero perfectos.
Saturnino cerró el libro. El conocimiento no había mejorado su vida, solo la había agrandado con ausencias.
Ahora, cuando camina por el mercado, mira los letreros sin leerlos. Prefiere el sabor de la ignorancia, que al menos no le duele.