domingo, 9 de septiembre de 2018

Papelera

Charles Bukowski: “Es divertido. Es divertido. Otra línea más…”


MICRÓMANA
Le gustan los textículos.
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Después de años de fiel servicio, Sancho Panza fue armado caballero; tomó el nombre de don Sancho de la Argamasilla. Sin embargo, muy injustamente, su rucio no fue ascendido a rocín.
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–Mire. A mí me gusta mucho Laura. Creo que es la mujer de mi vida. Y, modestamente, creo que soy el hombre perfecto para ella.
–¿Y qué quiera que haga yo?
–Aparejarnos. ¿No es usted aparejador?
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Creyó que la nueva película le permitiría resucitar. En realidad le remató.
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Navegó por el Triángulo de las Bermudas, sobrevoló el Área 51, visitó el territorio controlado por el Estado Islámico, recorrió en bicicleta Afganistán, vivió un tiempo en Venezuela y pasó un mes en una cárcel rusa. Hace una semana murió, al poco de regresar a casa; visitaba a un amigo que estaba ingresado en el hospital y se contagió de un virus.
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AL TERCER DÍA
Un ruido despertó a los legionarios.
–¡En nombre de Roma, alto! –gritaron.
Como les ignoró, lo mataron a espadazos.
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–¿Quieres que te explique cómo me puedes llevar al punto G?
–No te molestes. Lo miraré en el GPS.
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Siempre ando perdiendo cosas: las llaves, el móvil, la lista de la compra, la libreta del banco, la tarjeta del aparcamiento. Lo que no consigo perder de ninguna manera es la barriga.
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SANCHEANDO
–Señor ministro, ¿qué va a hacer el Gobierno en relación al cambio de hora?
–Barajamos dos posibilidades: mantener la hora de invierno o mantener la hora de verano, pero cambiando el huso horario.
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El explorador que encontró una tribu perdida de caníbales está en boca de todos.
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Estaba harto de escuchar a Carmen. No podía seguir aguantando sus reproches. ¡Qué cansina! Ya no aguantaba más. Mario tuvo que resucitar.
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Comprendió, una vez repuesto del susto sufrido después de ver a la hormiga gigante, que la máquina miniaturizadora funcionaba.
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PARADOJA
Mi dietista me aconseja que coma manzanas y mi psicólogo me ordena que abandone los peros.
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No sé por qué las llaman bombillas de bajo consumo si son las más consumidas.
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–Me han dicho que has pasado por el quirófano.
–Ahora que estoy jubilado y tengo más tiempo, me he hecho una operación de rejuvenecimiento.
–¡Qué bien has quedado!
–Sí, he perdido veinte años. Lo único malo es que estoy otra vez en plena crisis de los cuarenta.
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–He caminado a hombros de gigantes.
–Es decir, no has caminado, sino que te han llevado.
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Empezaron arrojando 50.000 litros de vino y terminaron lanzando 145.000 kilos de tomates. El verano tuvo que acabar lleno de colores.
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–Fue detenido por un delito contra los recursos naturales y el medio ambiente.
–¿Qué hizo?
–Se cagó en la mar serena.
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–Vas a morder el polvo, vejestorio –me dijo.
–Imposible –le respondí–. Mira. No tengo ni un diente.
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–Señor, ¿le apetece algo?
–Quiero un escocés.
–Lo siento mucho, señor. Quizá no lo recuerde, pero terminó de devorarlo hace dos noches.
–¡Lástima!
–Sin embargo, le recuerdo que tenemos tres marineros holandeses muy jugositos y una señora de Hamburgo que viajaba a Samoa.
–Me conformaré con la hamburguesa.
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–Madamina, caigo rendido a sus pies.
–¡Puaf! No me gustan los fetichistas.
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El martes, durante el desayuno, mientras comía huevos revueltos con beicon, judías en salsa de tomate, tostadas con mermelada, morcilla de cordero y magdalenas rellenas de fresa y chocolate, nos anunció que iba a retomar la dieta.
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–He dicho que no, no puede ser. Cayó por un precipicio y murió aplastado. Fin de la historia.
–¿Está seguro? Dígame, señor Doyle: ¿encontraron su cuerpo?
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Pedimos presupuesto y vimos que unas campanas de bronce eran tan caras que decidimos doblar nosotros mismos a los muertos.
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No, no soy un salvaje. Antes de comer carne humana la cocino.
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–Lord Rochford, ha vuelto a llegar tarde.
–Lo siento, profesor Gilson. A mi valet se le han pegado las sábanas. Se merece una azotaina, ¿no?
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–En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
–Yo preferiría, como vas a hacer tú, resucitar al tercer día.
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PARADOJA
Sólo sé que no sé nada.
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Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida. Su mayor sueño había sido morir rico.
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–Mi jefe siempre está encima de mí.
–¿Y con lo gordo que es no te aplasta?
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–¿Qué le ocurre?
–Mi hija come algo muy raro, doctor.
–Señora, no se preocupe. A algunos niños les da por comer papel, lana, tierra... Es lo que se conoce como pica.
–Es que ella come bombillas.
–Pues alégrese. Al precio que está la electricidad, se va a ahorrar un dinero.
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Para disimular, el marciano chocó dos veces con la misma piedra.
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La rata de biblioteca se perdió en El laberinto español.
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Lanzamos un grito de pánico cuando la trapecista falló y se precipitó al vacío. De repente, dio un giro en el aire y se posó en la pista grácilmente. Nos había engañado a todos: no era una trapecista, sino una maga.
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Stalin estaba entusiasmado: Lisenko había tenido éxito creando hormigas rojas. Ahora faltaba conseguir que aprendieran a atacaran sólo a los odiosos capitalistas.
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Primer eunuco: ¿Y tú cómo acabaste en el serrallo?
Segundo eunuco: A mi anterior amo no le gustaba cómo miraba a su mujer e hizo que me cortaran el zib. Y luego me vendió.
Primer eunuco: ¡Qué ironía!
Segundo eunuco: Pues ya ves.
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–¿Por qué no te fías de la caja que te ha dado el profesor Schrödinger?
–Porque allí hay gato encerrado.
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Ervigio, el cacique, le dijo a don Fernando que no se preocupara: sería elegido diputado. Sólo tendría que resucitar a doscientos muertos.
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–No lo entiendo. ¿Por qué odias a Mahoma?
–Porque es muy vago. Yo tenía un palmeral. Y ahora hay allí una montaña.
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La policía secreta encontró en su casa un arma blanca. El guardia rojo fue llevado al Gulag.
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Cuando su agente le dijo que iba a interpretar Aventuras de un cadáver, el actor de método adivinó que ese sería el papel de su vida.
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Los hunos, antes de que sus caballos se quedaran sin hierba que pastar, mataron a Atila.
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VERSOS LIBRES
Stalin ha ordenado que encarcelen
a un poeta que escribe versos libres.
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La policía abatió a tres blancos desarmados para mejorar la estadística.
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¡Qué alta estás, Caperucita! ¡Y qué brazos más musculosos tienes! ¡Qué…! ¿Qué haces con un hacha?
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–En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
–Yo preferiría la segunda opción: resucitar al tercer día.
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Acostarse con ese gigoló está tirado.
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Vendió sangre para comprarse un televisor de plasma.
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Después de años de fiel servicio, Sancho Panza fue armado caballero; tomó el nombre de don Sancho de la Argamasilla. Sin embargo, muy injustamente, su rucio no fue ascendido a rocín.
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–¿Qué tal el crucero del amor?
–Naufragué.
–¿Cómo sucedió?
–Una noche bebí mucho y acabé hundida en la almohada de un rufián.
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¿Que por qué odio a Mahoma? Como no quiso ir a la montaña, la montaña fue hacia él. Y en medio estaba mi rebaño.
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El Príncipe encontró (tres veces) hermosa a la Bella Durmiente, a la que nueve meses después despertaron las contracturas.
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El meteorólogo, creyendo que era un libro sobre el efecto Föhn, compró Cumbres borrascosas.
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El doctor Tollkuehn nunca supo que su plan había tenido éxito: sus criaturas habían destruido la ciudad. Y le habían vengado. Sin duda, el doctor Tollkuehn se habría regocijado, si no hubiera sido el primero en ser comido.
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AFONÍA
Scheherezade perdió la voz. Y el cuello.
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–¿Y qué hace usted en este camino de la Patagonia?
–Voy a Roma.
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–¿Dónde está la combinación de la caja fuerte? No la encuentro.
–¿No me pediste que la guardara en el sitio más seguro de la casa?
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Se llevó una decepción cuando descubrió que no había resucitado. Sólo era un fantasma.
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El martes durante el desayuno me atreví a decírselo a Javi.
–Ya no hablamos. Estás en casa como si fuera un hotel. No podemos seguir así…
–Mejor lo hablamos durante el almuerzo –me respondió–. Por cierto, hoy me apetecería comer crema de brócoli y solomillo al Jerez.
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Dame una coma y me tomaré un respiro.
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Viviendo con alguien como yo, ¿cómo no quieres que te desprecie?
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Trato de llevar una vida alternativa. Sin molestar a nadie. Trabajando en lo que me gusta y cuando quiero. Sin pagar impuestos. No alcanzo comprender por qué no me dejan.
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No paraba de elogiar las sopas que preparaba su mujer. Tuve que demostrarle que no eran tan buenas: no podían resucitar a un muerto.
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–¿Qué van a tomar?
–Con este calor, un refresco bien frío.
–Un refresco bien frío... ¿Y ustedes qué son?
–Somos militares de carrera.
–Militares de carrera. Tan mal está el ejército que no os puede llevar en camiones.
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–¿Por qué despediste a Mauricio?
–Era un asesino.
–¿De veras?
–Siempre estaba matando el tiempo.
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Son unos indios muy pacíficos, sí, pero sólo porque no recuerdan dónde enterraron el hacha de guerra.
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Lot arrojó los restos de su mujer al lago en el que desembocaba el Jordán.
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–¿Y tú por qué estás en el Gulag?
–Escribía versos blancos.
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Sí, López, a pesar de los avisos de los climatólogos, mi mujer se empeñó en vivir en primera línea de playa. Ahora nuestro apartamento está a cinco metros de profundidad. A veces buceo hasta él y me quedo horas y horas en el salón. Vive allí una colonia de peces cabra.
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Como estaba previsto, Neferkare resucitó. Furioso, lanzó una maldición faraónica contra los ladrones que habían vaciado su tumba.
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SALOMÓNICO
El Gobierno se quedará con el horario de verano, pero cambiará al huso horario de Portugal y Reino Unido.
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Un hombre, en Las Vegas, va a un hotel casino, asiste a un espectáculo, juega, gana un millón, vuelve a casa, se suicida. La policía detiene e interroga a David Milton, famoso hipnotizador.
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–¿Es joven?
–Todavía está en esa edad en que cree que todo es posible, así que dímelo tú.
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Puigdemont denuncia al juez Llarena. “Me ha sometido a tal grado de acoso”, afirma, “que me ha obligado a cometer estafa procesal”.
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No terminaba de fiarse de que pudiera hacerlo. Por eso probó con Lázaro.
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Usted ha visto un fantasma. ¿Qué me dice? Le envidio. ¡Qué suerte la suya! Llevo casi trescientos años tratando de encontrarme con un fantasma y todavía no me he cruzado con ninguno.
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–¿Qué fue de Pável Vasílev?
–Se suicidó.
–¿Sí? No lo sabía. ¿Y cómo se quitó la vida?
–Escribió un artículo en Izvestia criticando a Stalin.
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DE LO QUE SE COME…
Mi jefe me amenazó con despedirme si no se me ocurría ninguna idea brillante. Tuve que comenzar a comer bombillas.
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En medio de biblioteca desolada por la guerra, creció un árbol. Cuando lo miraban, los libros se ponían melancólicos. Recordaban de dónde procedían y qué habían sido, lamentaban lo que ya nunca serían.
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–Hace mucho que no te veo. ¿Te ha pasado algo?
–Tuve un accidente de moto. Pasé varias semanas en el hospital.
–Pero ya estás bien. Después de todo, el tiempo cura todas las heridas.
–Pues no sé yo si, con el tiempo, volverá a crecer el dedo que perdí en el accidente.
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Todos felicitaban a Jesús. Nadie advirtió que Lázaro había cogido una cuerda y que buscaba un árbol lo suficientemente grande.
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SINIESTRO
¿Y cuántas personas habrán muerto en esta cama de hospital?
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–Les demostraré que una hormiga puede derrotar a un elefante –dijo el doctor Moreau.
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En sus microrrelatos no hay vuelta de hoja.
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–¡Barrabás! ¡Barrabás! ¡Que liberen a Barrabás!
–Oiga, señor, ¿por qué quiere que liberen a Barrabás?
–Jesús me dejó sin trabajo.
–¿Cómo fue eso?
–Yo me ganaba modestamente la vida, sin molestar a nadie. Mendigando. Y entonces llegó él. Y me curó la cojera.
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¿Que he convertido Salem’s Lot en un lugar maldito? Desagradecidos. He situado su pueblo en el mapa.
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–¿Cómo te fue con aquel príncipe azul?
–Resultó un bluf.
–¿Qué ocurrió?
–Se puso rojo cuando comencé a desnudarle.
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Un hombre va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida. Con un millón de bolívares no tiene ni para comprar una barra de pan.
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–Un ecologista me disparó.
–¿Y qué hiciste?
–Le di a probar su propia medicina: le denuncié por contaminación por plomo.
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Y al cuadragesimotercer año, cuando ya nadie lo esperaba, resucitó.
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–¿Cuál fue el móvil del crimen?
–No te lo vas a creer: un Xiaomi.
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El atardecer le llena de ilusión: pronto podrá descansar. Empuja con más ánimo. La carretera que recorre sigue girando hacia la izquierda. Las anteojeras sólo le permiten vislumbrar la llanura, que se extiende hasta el infinito. La carga le pesa. Sigue empujando. Cree que acabará llegando a algún sitio. No sabe que empuja una noria.
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¡Uf! Mi suegra ha vuelto a poner bombillas para comer. Y a mí el wolframio me provoca gases.
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–¿Qué quiere que le diga de mí? Me gusta trabajar. Soy un hombre muy madrugador. Me acuesto con las gallinas.
–Lo que es usted es un vicioso.
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La quería tanto que me alejé de ella.
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Aprovechando que dormía, le amarraron. Más tranquilos, contemplaron a Gulliver. De repente, una hormiga salió del bolsillo de sus pantalones. Los liliputienses huyeron aterrados.
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–¿Por qué no tiras la toalla?
–Porque el suelo está muy sucio.
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–El médico me ha dicho que tengo hipertensión arterial, insuficiencia cardiaca, problemas renales, retención de líquidos, trastornos gástricos.
–Uf.
–Y todo por culpa de mi mujer.
–No lo entiendo, Lot. ¿Qué tiene que ver tu mujer con todo eso?
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–¿Dónde estuviste el sábado? No te vi en el club.
–Estuve en Greystoke Manor.
–¿Y qué tal?
–Te lo puedes imaginar. Lord Greystoke comenzó, otra vez, a contarnos su infancia y juventud y se fue por las ramas.
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–Hace mucho que no sé nada de tu cuñado. ¿Sigue trabajando de electricista?
–Tuvo que dejarlo. Se le cruzaron los cables.
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LA PRIMERA NOCHE
En aquel momento Scheherezade vio aparecer la mañana y discretamente dejó de hablar.
–Continúa. No te detengas –le ordenó el sultán.
Y Scheherezade, que sólo se había aprendido el principio de la historia del mercader y el efrit, supo que estaba perdida.
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–Uf. ¡Qué cansancio! Necesito un respiro.
–Aquí tienes. Una coma.