miércoles, 2 de octubre de 2019

Papelera

John Scalzi: “Cuando te maten podrás decidir qué hacer el resto de tu vida”.

ETCÉTERA
El rabino modeló al golem a su imagen y semejanza. No sospecha que él, a su vez, es un golem al que otro rabino modeló a su imagen y semejanza. Y ese otro rabino también es un golem.
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Sucedió lo inevitable: cuando Dante vio a la Reina del Infierno, seductora y lasciva, se olvidó de Beatriz.
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Su silueta sobre la cortina alegraba mis noches.
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Zeus juega a los dados. Ha vuelto a sacar doce. Alcmena tiene que quitarse el peplo.
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Sus siluetas entrelazadas sobre la cortina me hacían morir de celos.
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Sale por las mañanas muy temprano, al amanecer, y pasea con el sol a la espalda. Contempla su larga sombra y, durante unos instantes, se siente un hombre normal.
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Frotó la lámpara. Le pidió al genio riqueza infinita. Quizá debería haberle pedido mejor salud.
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Don Quijote atacó los molinos de viento. Ahora nadie utilizaba el molino de agua que había heredado de su padre.
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Hitler llegó al otro mundo y allí le esperaba su padre, que le regañó por no haber entrado en el servicio público austrohúngaro.
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–Sabe que la policía la acusa de ser la responsable de la desaparición de su marido, ¿no?
–¿Yo?
–¿Qué cree que pasó?
–No lo sé. Esa noche llegó tarde, muy tarde, tan cansado que ni siquiera discutimos. Creo que fue devorado por el sueño.
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Borges contra Cortázar. ¿La batalla del relato?
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Platero es pequeño, peludo, suave. Su carne es tierna, deliciosa, suculenta.
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ASPECTO DE ABOGADO
Pasó hace muchos años. Acompañé a mi padre a actualizar el cartón del paro. Me gustaba mirar a todos los que había allí. Me resultaba chocante la concurrencia que acudía a una oficina de desempleo.
De repente, mi padre saludó a un hombre trajeado.
–¿Es tu hijo? –le preguntó mientras me tocaba el pelo.
Se sacó del bolsillo una piruleta y me la dio.
–Toma, chaval –me dijo.
Estuvo hablando con mi padre unos instantes. Le dijo que había ido allí acompañando a un cliente. Cuando se fue, no pude evitar preguntarle a mi padre quién era.
–Damián. Estudió conmigo. Es abogado.
No podía creer que aquel hombre tuviera la misma edad que mi padre. Parecía tan joven. Tan seguro de sí mismo. Tenía lo que luego, con transparencia, supe identificar bien: aspecto de abogado.
No ha pasado un día en que no haya lamentado ese encuentro.
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El hombre desciende del mono que desciende de los árboles.
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No congeniamos. Yo, soñadora, quería que fuéramos a París, pero a él, materialista, sólo le interesaba Londres.
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Alá no juega a los dados. Juega al Forge of Empires.
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–¿Por qué tienes encendidas todas las luces?
–He perdido las ideas.
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–¿Qué es lo que quiere?
–Usted es cura, ¿no?
–Sí.
–Mire. Hoy ha venido una mujer a la cafetería y me ha pedido un bocadillo. Cuando se lo he dado, me ha dicho: Que Dios se lo pague. Pues eso es lo que quiero, que Dios me lo pague.
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¿Gigantes? ¿Qué gigantes? No has entendido nada, Sancho. Simplemente, no comulgo con ruedas de molino.
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¡Cuánta sangre ha tenido que derramar para comer cordero lechal una vez al año!
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Cuatro funerales y una boda.
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NOCHE DE PASIÓN
La bruja le dejó encantado.
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A veces, Carlomagno se sentía bárbaro.
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Fue ascendiendo imparable. Tenía una ambición infinita. Cansados de él, lo arrojamos por una ventana. Conseguimos que pasara por suicidio.
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Sólo si los implacables cazadores se acercaran demasiado, si estuviera en auténtico peligro, lleva el conde una pistola cargada con una bala de plata.
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Paseando por el bosque, encuentra un trébol de cuatro hojas. Pide, casi en broma, vivir para siempre. Repentinamente, se produce un eclipse. Y un vampiro surgido no se sabe dónde le muerde.
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Bioy propuso a Borges esperar hasta que los dos estuvieran muertos para hablar del infinito.
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Sí, amigo, no podía dejar de comer. Dulces, perritos, patatas fritas, hamburguesas, pizzas. Era más fuerte que yo. Pesaba más de cien kilos y mis niveles de colesterol estaban disparados. Tenía que hacer algo. Por eso me metí en esta jaula.
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Bogotá, 2089. Calima, Muisca, Quimbaya, Zenú… Los legisladores de la antigua Colombia no se ponen de acuerdo para aplicar la Ley de Memoria Indígena. Finalmente deciden que su patria se llame País Sin Nombre.
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VEGANA O’HARA
A Dios pongo por testigo que nunca más comeré pollo.
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Easy, earthlings. It’s a trunk call.
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El capitalista confía en el progreso infinito, aunque cada vez tenga más calor.
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La programación de ese martes le pareció una basura. Despidió a todos los informáticos.
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La programación de ese martes le pareció una basura. ¡Cómo disfrutó delante de la tele!
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La programación de ese martes le pareció una basura. ¡Cómo disfrutó!
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La programación de ese martes le pareció una basura. El libro de Matilde Asensi era aburridísimo.
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–Príncipe, hemos encontrado un zapato de cristal en la escalinata de palacio.
–Debe ser de esa joven tan agradable con la que estuve bailando. ¡Qué pena! Alguien tan distraído no puede reinar.
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DOS GALLINAS
Durante años, las familias de Mahamat Allahou y Abdelkerim Haggar habían discutido por una linde. Nunca se les ocurrió acudir a un agrimensor que delimitara las parcelas, ni mucho menos a un abogado que revisara los títulos de propiedad. Así no se hacen las cosas en nuestro pueblo. El caíd Hassane Aboubakar trazó una línea en la arena y dijo que lo que había a un lado era de los Allahou y de los Haggar lo que había al otro. Cuando varias semanas después Abdelkerim Haggar apareció muerto, no hubo que investigar mucho: todos sabíamos quién era el asesino. Sin embargo, antes que el consejo decidiera el castigo, la policía estatal se llevó a Mahamat Allahou a la cárcel de Ouaddi Fira. Sólo entonces acudieron a mí. Por fin me serviría de algo la licencia que había obtenido en N'Djaména. Lástima que, como honorarios, sólo recibiera dos gallinas.
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–Te veo raro, Arminio. ¿Estás bien?
–Sí, Varo, estoy bien. Me siento bárbaro.
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El Holandés Errante navega por el océano infinito. Todo por dejar olvidados la brújula y el astrolabio en Róterdam.
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Jezabel se maquilla. No quiere que los asesinos se arrepientan si la ven como es en realidad.
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–Te veo raro. ¿Estás enfermo?
–La semana pasada, el viernes 13, hubo luna llena. ¿Lo recuerdas?
–Sí.
–Pues estaba paseando por la alameda, al anochecer, cuando escuché como un aullido y sentí un mordisco.
–Pero ¿estás bien?
–Ya veremos en la próxima luna llena.
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Estaba harto de que me llamara cachalote. Ella, que es una ballena. Le iba a decir lo típico, que iba a comprar tabaco, pero yo no fumo, así que me sirvió ser un manitas.
–Salgo a comprar arandelas –le dije.
Y todavía no he regresado.
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Para evitarse futuros problemas, añadió al hombre una estupidez infinita.
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La tenue luz me deja ver la estrella que tiene tatuada en su piel. Me atrevo a soñar que alguna vez me dejará acariciar sus puntas. Este sentimiento me permite seguir aguantando sus desprecios.
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Cuando Hamed bin Salmán vio a su mujer se sintió despechado.
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Aquel abogado era una causa perdida.
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Negó el cambio climático. Le cayó un chaparrón.
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Estaban en medio de ninguna parte cuando se desencadenó la cellisca. Pronto estaban helados y mojados.
–¿En qué piensas, amigo Sancho?
–Mire, vuestra merced. Pienso en mi casa y en el fuego que estará ardiendo en la chimenea.
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La gota que derramó el vaso llenó un océano de sangre.
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Frotó la lámpara. Le pidió al genio riqueza infinita. Le dio una montaña de oro. ¡Era rico! Hasta que el precio del oro se hundió.
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Tuvieron que prohibir a aquel psicópata que jugara al tenis: ya había liquidado a tres rivales a pelotazos.
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Removió su café un martes por la mañana. Quería que el arsénico se disolviera bien.
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Le he perdonado, porque ha olvidado que me pegaba.
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Dios todo lo ve. Es un voyeur.
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Le he perdonado, porque ha olvidado que me era infiel.
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Le he perdonado, porque ha olvidado que me fue infiel.
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No soy lo suficientemente listo para hacerme el tonto.
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Le dijeron que siguiera esa calzada para llegar al Cielo. No le costó comprender que el camino era infinito y que estaba en el Infierno.
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Ceno fabada y desayunó en el infierno.
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No es que fuera un dios compasivo y misericordioso, sino que era un dios miope.
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Desoyó a todo el mundo. La desollaron.
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Acudió a su boda fumada y ganó la apuesta.
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Puse una hoja en blanco encima de la mesa, preparé la pluma, me toqué la barba, cebé el mate, pero no conseguí escribir como Julio Cortázar.
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Tome una hoja de papel en blanco y la coloqué en la máquina de escribir, me toqué la barba, cebé el mate, pero no conseguí escribir como Julio Cortázar.
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Aquel libro era tan aburrido que parecía infinito.
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Saltaron chispas entre nosotros cuando recogí varias manzanas del árbol para hacer un bizcocho. Tampoco era para tanto. No entiendo por qué el señor Newton me dijo, furioso, que era un problema de gravedad.
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No es que él sea un gigante. Es que yo soy un pigmeo.
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Greta Thunberg ve un arcoíris, y no sabe lo que es porque faltó a clase el día que lo explicaron.
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–Me quiero casar contigo.
–Ni muerta.
–¿Seguro?
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Me regaló un colgante con el símbolo del infinito. Sólo me ofrecieron por él 10 euros en Wallapop.
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Desoyó a su madre. Su marido la desolló.
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–Álex está envuelto en brumas. Es tan misterioso…
–¿Misterioso? Lo que es es un vapeador impenitente.
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Cuando me invitó a subir a su piso, no quería, lo juro, quitarle la ropa, ni besarla, ni pasar la noche en vela abrazado a ella. Quería un simple café.
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Metí a Zenda en la lavadora. No, no soy tan cruel: puse un programa corto. Estaba tranquila todavía cuando le cubrió la espuma, pero pareció aterrarse cuando empezó a centrifugar. Al terminar, no me dejó meterla en la secadora: salió disparada. No la volví a ver.
Cuando Ana regresó de la oficina, ni siquiera me preguntó por Zenda. Estaba tan cansada que se dio una ducha y se puso el pijama. Sólo la echó de menos cuando se sentó en el sillón y comenzó a mordisquear sus galletas digestivas, que tanto les gustaban a ambas.
–¿Dónde está Zenda?
–No lo sé –respondí.
–¿No las ha visto en todo el día?
–Sí, al mediodía le eché de comer. Luego no volví a verla.
–¡Qué raro!
Comenzó a llamarla. No apareció. Los del servicio municipal de recogida de animales tampoco la encontraron. La tierra se la había tragado. Si hubiera sabido que resultaría tan fácil deshacerse de ella.
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Era imposible el amor entre la claustrofóbica y el agorafóbico.
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Me dejo llevar por la lujuria cada vez que estoy con él. Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón. ¿Todo esto es normal, doctor?
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Para que su hijo no sufriera el complejo de Edipo, previsora, decidió hacer que le odiara. Le llamó Orestes.
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No paraba de decirme que pusiera la lavadora. ¡Qué pesada! Estaba mañana y noche con lo mismo. Cuando se iba me lo recordaba y cuando regresaba me reprochaba que no la hubiera puesto. Estaba harto. Era un sin vivir. Un sábado por la mañana ya no pude más. Volvió a recordármelo. Puse la lavadora, señoría, y la metí a ella dentro.
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Me ofrecieron trabajo como maniquí de tallas grandes. Pude tomarme una pizza sin sentir regomello.
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Me ofrecieron trabajo como maniquí de tallas grandes. Pude tomarme una pizza sin sentirme culpable.
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Newton se sentó debajo de un olmo para reflexionar. No le vino ninguna idea.
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Me ofrecieron trabajo como maniquí de tallas grandes. Para celebrarlo me tomé una pizza.
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Su musa era virgen y él inédito. No sabían por dónde empezar.
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–Ojos que no ven, corazón que no siente –dijo Edipo.
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Me ofrecieron trabajo como maniquí de tallas grandes. Los batidos para adelgazar no habían funcionado.
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Los libros plúmbeos del Sacromonte eran plúmbeos.
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Echo de menos un poco de gratitud. Trato de hacer lo mejor posible mi trabajo, pero nadie me lo reconoce. Nada, ni una palabra. Agradecería un gesto, algo. ¿Es que no se dan cuenta de que cortar cabezas de un solo golpe es todo un arte?
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Su dios ha permitido que sean exterminados, esclavizados, desterrados. A pesar de todo, ellos siguen pensando que son el pueblo elegido.
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Los batidos para adelgazar no funcionaron, pero al menos conseguí trabajo como maniquí de tallas grandes.
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El director de escena le recordó a Plácido Domingo que no tenía que meterse en el papel de Don Giovanni, sino sólo cantar.
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Desde que voy a la consulta del doctor Pétcovich, no sé si ha mejorado mi salud mental, pero mi salud monetaria ha empeorado.
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Se acercan apestosos humanos. Odio todos y cada uno de sus olores. Hieden. Si no tuvieran la carne tan tiernecita, no les haría caso. Tengo que taparme la nariz para comérmelos.
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Mis chicos permitieron que mi sueño se hiciera realidad: salió de detrás de la cortina, comenzó a rasguear la guitarra y cantó uno de sus narcocorridos. Todo un deseo cumplido. Sólo eché en falta su típica sonrisa.
–Estuvo bien, muchachos. Ahora péguenle un tiro y deshaceos de su cuerpo.
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Los muchachos permitieron que mi sueño se hiciera realidad: Bronco Rosales salió de detrás de la cortina, comenzó a rasguear la guitarra y cantó uno de sus narcocorridos. Todo un deseo cumplido. Sólo eché en falta su típica sonrisa. ¡Qué poco profesional!
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El ministro publicó un libro de poemas. El crítico dijo que tenía mucha prosapia.
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Era tan pobre que tenía una sombra minúscula.
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Los gatos miran al canario. El canario mira a los gatos. Son estatuas.
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Al ministro le enfadó que el crítico dijera de su libro de poemas que tenía mucha prosapia.
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Nuestro vínculo fue idílico. Estábamos compenetrados. Éramos el perfecto tándem, fieles, inseparables. ¡Qué bien que hubiéramos podido seguir juntos! Lástima que se me cayera al inodoro. Tuve que sustituirlo por un Alcatel 1S.
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Tenían boca y ojos, pero no oídos. Los había creado a su imagen y semejanza.
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Se quedan como estatuas cada vez que el canario empieza a cantar. Son tan bellos sus trinos. Ni sospechan que, en su idioma, está gritando: “¡Socorro! Quiero salir de aquí, quiero salir de aquí”.
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El ministro no sabía si alegrarse o enfadarse cuando el crítico dijo de su libro de poemas que tenía mucha prosapia.
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Trump mira el culo de una mujer y le llaman rijoso. Biden le toca los pechos a una mujer y lo llaman cariñoso.
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Le dieron el premio Nobel, es decir, no se lo dieron a alguien que se lo merecía más que él.
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–¿Qué pasa? ¿Perdiste el tren?
–No, peor: el tren perdió los vagones.
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Tenía un superpoder: sabía cómo evitar los problemas y las difucultades. Él se veía a sí mismo como un superhéroe, pero el resto del mundo lo consideraba un supervillano.
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Tenía un superpoder: sabía cómo evitar los problemas y las dificultades. Lamentablemente, aunque él se veía a sí mismo como un superhéroe, el resto del mundo lo consideraba un supervillano.
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Rafael Pérez Estrada, como buen abogado matrimonialista, se divorció.
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–¿Quieres algo de beber?
–No, no. Prefiero esperar y disfrutar saboreando el vino desde tus labios.
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A ojos de Dios, el ateo es insignificante. A ojos del ateo, Dios es ridículo.
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Miley Cyrus tiene el mismo gusto haciéndose tatuajes que mi cuñado aliñando ensaladas.
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Miley Cyrus tiene el mismo gusto haciéndose tatuajes que mi cuñado comprando calcetines.
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Vox populi, vox diaboli.
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Decidió contar hasta el infinito. Se le acabaron los números.
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El libro me está pareciendo muy interesante, pero mi pierna derecha no opina lo mismo: se ha quedado dormida.
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La sirena y el marinero tuvieron un hijo anfibio.
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–¿Qué quiere, señora?
–Un iPhone 9.
–Tome.
–Que Dios se lo pague.
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PERESTRADIANA
El microcuento que escribimos es sólo el espejismo del microcuento que soñamos.
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Al rabino le resultó tan fácil modelar al golem que se volvió ateo.