Héctor Abad Faciolince: “La historia de un tipo que ha dejado de escribir para el público, pero que sigue escribiendo para sí mismo o para nada: para la basura. Escribe y todo lo que escribe lo tira a la basura”.
Vlad Tepes los dejó en la estacada.
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–Madrid es tan pueblerino.
–¿Por qué lo dices?
–No ves que tiene una boina de contaminación.
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–Colecciono ríos.
–¡Qué interesante! ¿Y cuáles tienes en tu colección?
–Muchos. El Ebro, el Betis, el Ródano, el Loira, el Rin, el Támesis…
–¿El Rubicón?
–El Rubicón es apenas un riachuelo, Balbilo.
–¿Y qué ríos te faltan, César?
–Unos pocos, Balbilo. El Danubio, el Tigris, el Éufrates, el Indo… ¿Balbilo?
–Sí, César.
–¿Por qué tienes una daga en la mano?
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Voltaire pensaba que Quasimodo, el legendario jorobado que moraba en el campanario, era más bello que Notre-Dame.
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Cuando sueño despierto, no me rechaza.
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En aquel reino era delito la gerontofobia, el maltrato infantil, el maltrato animal. El leñador era el malo del cuento.
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Derribaron todas las esculturas de Eduardo Chillida porque eran las únicas que quedaban.
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FRAGMENTO
Permaneces sentada cuando el tren entra a la estación. No entiendes a esa gente que ya está en la puerta antes de que se detenga. Después de un viaje de casi cuatro horas, ¿por qué no esperar un par de minutos más?
Tiras la botella de agua vacía a la basura, te colocas la mochila en la espalda, coges la bolsa y buscas algo de música en el móvil. Cuando ves el símbolo de la aplicación, duda si llamar a un Uber. Tu madre te ha pedido que vaya a casa en taxi. Incluso te ha ofrecido dinero para pagarlo…
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–¿Forcejearon por la pistola?
–Exacto.
–¿Y la pistola se disparó?
–Sí, se disparó.
–¿Y la bala le entró por la nuca?
–Correcto.
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El inquisidor le dio la absolución, sí, pero le dijo que, ya que no iba a arder en el infierno, ardería en la tierra.
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A los hispanorromanos les aterraban los relatos góticos.
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Tolkien era supremacista: pensaba que los hobbits eran mejores que los hombres.
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Escribir sobre vampiros es complicado. Como les gusta vivir en la oscuridad, pueden tomar represalias por hablar de ellos. Debo estar siempre preparado. Y dar explicaciones, cuando llevo a una mujer a casa, de por qué hiede a ajo.
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Pablito clavó un clavito un martes por la mañana. Escarlata clavó una alcayata.
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CORRE
Después de matarla, uní con líneas los lunares de su espalda. Apareció una palabra.
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Debemos un gallo Asclepio y un virus al Ministerio de Salud Pública.
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–¿Cómo sabes que es tu marido quien te envía las flores?
–Porque son las más baratas.
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Querido diario,
te odio, siempre obligándome a mentirte.
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El bromuro no sólo apaga la libido, sino también la agresividad. Pierden la guerra por administrar bromuro a sus soldados.
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Fue una época tan triste que el criador de perdices tuvo que declararse en bancarrota.
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El maestro de origami le regaló una casa a su novia.
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Catorce días hace que mi mujer me disparó. No me duele la herida, pero cada noche, cuando recorro la casa, siento que es mayor mi levedad.
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Siempre como nuevos tiene los pinceles. Debimos sospechar que era otro el que pintaba los cuadros que a él se atribuían.
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La maté porque estaba pisoteando mi jamón.
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–¡Qué pena, Tomaktik! El planeta está muerto.
–No desesperes, Pitsaktsin. Ya ha pasado esto otras veces. En cinco o seis millones de años, el planeta estará como nuevo.
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Escribió un libro sobre cómo plantar árboles y se lo dedicó a su hijo.
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Acotaron el problema. No escuchaba voces, sino ruidos. Le derivaron al otorrino.
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MI BRÚJULA
Desde que ella se fue, navego a la deriva y sin timón.
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–Le ha tocado la herencia de Pedro Ferreira López.
–Pero, dígame, ¿era rico?
–Tenía un piso en Madrid, una casa en La Coruña y dos coches.
–Ah, muy bien.
–El problema es que le gustaba jugar en la bolsa.
–¿Cuál es el problema?
–Perdió tres millones.
–Bueno, todavía quedan los inmuebles, los coches.
–Precisamente, señor Romero. Están hipotecados. A ver, tiene una deuda con el banco de… 4,3 millones de euros.
–¿Cuatro coma…?
–No se preocupe, señor Romero. Puede pagarlo a plazos.
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Roberto Muñoz, de 45 años, perdió el tren. O quizá se lo escondió su mujer, harta de que se pasara los fines de semana jugando con él.
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El hombre bala sólo pudo actuar una vez esa noche.
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Hice que me quitaran el tatuaje del antebrazo. Seguía viendo su nombre. Hubo que amputar.
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Impolíticamente correcto.
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–Doctor, tengo la cabeza llena de muertos.
–Yo no soy el doctor, sino el sepulturero.
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El coyote se echó a llorar: el yunque había aplastado al correcaminos.
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Lo que Elsa Astete deseaba más era ser la viuda de Borges.
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La alarma del coche dio un susto de muerte al fantasma.
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Nevada en pleno agosto. El clima ha dado una pirueta.
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–Este mes nos las vamos a ver y desear para pagar a los funcionarios.
–¿Por qué no entramos en un proceso constituyente?
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IMPERDONABLE
–Hermanas, confieso que he cometido grave pecado.
–Cuéntanos lo que has hecho, hermana. Libérate.
–Este fin de semana, hermanas, vi Lo que el viento se llevó.
–Pero ¿cómo has podido?
–Hay algo peor, hermanas.
–¿Peor? Imposible.
–También vi El señor de los anillos.
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Cuando mi mujer me dice: Haremos lo que quieras, quiere decir: Haremos lo que yo quiero que tú quieras.
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–Anoche fui al teatro. Estuve viendo Esperando a Godot.
–¿Te gustó?
–Era aburridísima. Con decirte que me fui a las dos horas y el tal Godot todavía no había llegado.
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–Subió el crudo.
–Pues a saber cómo estará el asado.
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En la casa de las sogas se mienta mucho a los ahorcados.
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Mira que decirme que me gustan las digresiones. Pues te vas a llevar un chasco: te daré una respuesta rápida. Yo no me ando por las ramas ni doy vueltas y vueltas. No, a mí no me gusta marear la perdiz. Ahora mismo, sin circunloquios, te voy a dar esa respuesta que me has pedido.
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CUENTO TRISTE
Había una vez una feliz muchacha.
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–Tú sabes que tu marido te miente, ¿no?
–Es que me ama mucho.
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Te regalé flores un martes, un jueves y un sábado. ¿De verdad que no pensaste nada raro? Tendrías que haber sospechado que me había enamorado de la florista.
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EL COLMO
Cuando encontraron la vacuna contra el Covid-19, llegó el Covid-20.
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Moisés tiene que andarse con mucho cuidado: Jehová tiene un humor de mil diablos.
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–¿Y tú dices que mataste un dragón?
–Sí, claro.
–¿Y seguro que una mujer te susurraba ánimos al oído?
–No, no ocurrió así. Me llamaba asesino por matar a su mascota. Y no era una mujer, sino una bruja. Lo sé bien porque tuve que casarme con ella.
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–¿Qué es lo que provoca insomnio?
–Que él sueñe conmigo.
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Edipo no amaba a su madre. Se casó con ella para dar un braguetazo.
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–Quejas y reclamaciones. Dígame.
–Tengo una queja.
–Así que otro quejica, ¿eh?
–¿Qué? Usted es un grosero.
–Sí, soy un grosero. ¿Algún problema?
–¿Cómo se atreve?
–Fácil. Voy a dejar este estúpido trabajo por otro mejor que acabo de apalabrar.
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Se comió a Caperucita y su abuela. El pobre lobo sufría bulimia.
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Se sentía tan solo que tomaba el café con churros.
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–Prometo pan y circo.
–Pero ¿el pan puede ser integral?
–Para mí, de centeno.
–Yo prefiero pasteles.
–Pues a mí que me den vino.
–Sí, sí. Os daré lo que queráis.
–¿Lo que queramos? A mí no me gusta el circo. Prefiero la lucha de gladiadores.
–Yo, las naumaquias.
–Yo quiero ver comedias de Terencio.
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En una cueva en la montaña, vivía un dragón. No era una cueva minúscula, estrecha, oscura, ni tampoco tenebrosa, vacía, mal ventilada. Era una cueva de dragón, y eso significa un mullido lecho de oro y piedras preciosas, bienestar.
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No te vayas a desnudar. Tengo mucho calor.
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No podemos separarnos porque compartimos demasiadas cicatrices.
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Los dos hemos leído mucho, pero no hemos leído lo mismo. Él ha leído Pedro Páramo; yo, El llano en llamas. Él ha leído El ruido y la furia; yo, Santuario. Él ha leído los cuentos de Ribeyro; yo, los de Monterroso. Pasamos media hora hablando y no encontramos ninguna lectura común. Acabamos separándonos un tanto enfadados.
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Érase una vez una perdiz. Ya no.
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Pablito clavó un clavito un martes por la mañana. El de su ataúd.
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Espero tan poco de él que, haga lo que haga, me deja contenta.
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NUEVA NORMALIDAD
Un muniqués puede viajar a Mallorca, pero un getafense no puede ir a Illescas.
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Úvula normal. Amígdala sin inflamación. ¡Hum! ¿Qué es este olor? ¡Vaya! A usted no le pasa nada, señora. Ha comido arándanos y por eso tiene la lengua púrpura.
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Yo no he traicionado a mis electores. Les dije muy claramente que siempre actuaría de acuerdo a mi conciencia. Ellos tenían que haberse preocupado de preguntarme si la tenía.
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Para no enfadar a las feministas, a los ecologistas, a los antirracistas, tiró todos los libros de su biblioteca.
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No hay diversidad racial ni de género. Los hombres son, casi siempre, los protagonistas. Las mujeres suelen ser descritas como criaturas perversas, lujuriosas, tramposas; en un momento dado, se las culpa de todos los males que afectan a la humanidad. Por lo tanto, el Consejo de la Nueva Normalidad, recomienda prohibir la edición y venta de la Biblia.
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NATURALMENTE
El último ser humano sobre la Tierra fue el postre.
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–¡Lluvia de oro! ¿Cómo pudiste?
–A ti no te gusta probar nada nuevo, Hera.
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–Te daré la luna.
–¿Y por qué no me das todo el coche?
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Katrinu Marjoli lo deja todo al azar. Ayer los dados decidieron que hoy se levantaría a las siete. ¿Qué va a desayunar? Los dados determinan que huevos revueltos y tostadas con miel. ¿Qué debe hacer hoy? Los dados deciden que tiene que volver a la cama.
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–¿Cómo le soportas?
–En casa nunca llevo puestas las gafas.
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Quería construir castillos en el aire. Y era tan legalista que pidió permiso al ayuntamiento.
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–Tomé. Una bala. Para que pueda suicidarse.
–Pues como no me den también una pistola no sé yo.
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No sabe si apuntarse a clases de anglosajón o de italiano. Duda. ¿Para qué demonios le va a servir el anglosajón? Finalmente, María Kodama se apunta a clases de italiano.
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Leía bajo la lluvia las cartas que él le enviaba. Así podía disimular las lágrimas.
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El patito feo se marchó. Esperaba que creyeran que se había convertido en cisne.
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Pablito clavó un clavito un martes por la mañana. Por la tarde le dieron una buena noticia: tendrían que escayolarle la mano.
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En aplicación de la Ley de la Nueva Normalidad Histórica, la Plaza de Colón se llamará ahora Plaza de Anacaona.
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Lo que esconde el mar son los restos de cuerpos devorados por criaturas abisales de los exploradores que querían descubrir lo que escondía el mar.
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–Paco, ¿has limpiado la piscina?
–Sí, ya he sacado el cadáver de tu hermano.
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El olor de la lluvia le hace sentir nostalgia por la primavera que el virus robó. Tiene una esperanza: ojalá el año que viene.
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La médium invocó el espíritu del viejo dictador.
–¿Está ahí, excelencia? ¿Quiere comunicarse con nosotros?
Como es natural, el dictador guardó silencio. Estaba cansado de que sus enemigos le traigan del más allá para insultarle.
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–¿Qué es lo que ha perdido?
–El sentido del humor.
–Pues no lo tenemos, pero podemos darle una cinta de Eugenio que nadie ha reclamado.
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–¿Cómo has podido fingirte muerto?
–Pensaba que te gustaba el humor macabro.
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–¿Tiene sentido del humor?
–Ahora no me queda. Vuelva dentro de uno o dos meses.
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El novelista me sorprendió con un nudo traicionero.
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Se alegró cuando advirtió que la habían quitado la cartera en el metro: todo había vuelto a la normalidad.
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Mi cuñado estaba de excelente humor. Le dije que alguien le había rallado el coche.
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El Holandés Errante olvidó la brújula en Róterdam.
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Desde que tengo reloj, no tengo tiempo.
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Para no crear alarma, los policías fueron obligados a quitarse guantes, mascarillas, chalecos antibalas, a dejar las pistolas, a deshacerse de los uniformes. Ahora, los que llegan al aeropuerto se sienten alarmados por esos locos en ropa interior que les exigen la documentación.
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La noche empezó con un codazo y acabó con un beso.
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Te regalé flores un martes y te las comiste. Me rompiste el corazón, Platero.
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Era tan políticamente correcto que no leía cuentos de humor negro.
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Largas horas de carretera. Controles en la frontera. Precios prohibitivos. Estaban hartos de ir al sur de Francia para ver películas interesantes. Se manifestaron bajo el grito de ¡más verdura!
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Nos mienten más que nuestros padres.
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Te regalé flores un martes. Peonías. Tus favoritas. Mi abogado me mostró una foto de lo bien que quedaban en tu tumba.
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El mayordomo tenía coartada. A la hora en que se cometió el crimen estaba en el teatro, viendo La ratonera.
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Perdió su sentido de humor cuando se partió de risa.
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Achusmar.
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Dueña de su corazón me creí. Me dijo tan bellas palabras. Pero era un frívolo inconstante. Su amor fue un espejismo.
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El lobo se vestía con piel de pastor.
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¿Traicionarle yo? Pero si no paraba de decir que quería que le crucificaran. Alguien tenía que entregarle.
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–¿No quiere una brújula?
–No. Lo que quiero es perderme.
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Sufrió mucho en su vida. Tuvo una mujer pecadora y un hijo asesino. Fue desahuciado. Tuvo que trabajar como un mulo. Como es natural, Adán se ganó el cielo.
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Te regalé flores un martes y me las arrojaste a la cara. Menos mal que no te regalé un jarrón.
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Envidio la lluvia, que la empapa.
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Pactó con Ariadna liberar a su hermano, el Minotauro, pero lo mató. Le dijo que había sido un accidente. Le prometió amor eterno, pero la abandonó en una isla. Acordó con su padre llevar velas blancas si regresaba vivo de Creta, pero dejó las velas negras y su padre se suicidó.
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Recorrió el océano repartiendo amor. Besó a un delfín. Besó a un tiburón. Besó a una ballena. Besó a una tortuga. Y dio un último beso a una mantarraya.
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EL COLMO
Aquel mago no me hizo ilusión.
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Damocles no resiste más. Coge una daga y