—Padre Cristóbal, ¿cree usted que es pecado no tener opinión?
—En estos tiempos, hermano Marcos, es casi delito. Al que no opina, lo acusan de tibio… o de sospechoso.
—Pero hay quien opina sin saber nada.
—Eso se llama ser contemporáneo.
—Hoy en la plaza discutían de política, fútbol, guerra y vacunas… todo en el mismo café.
—Con café en la mano, todos se creen sabios. Lástima que no viene con dosis de humildad.
—¿Y nosotros qué hacemos? ¿Callamos?
—No siempre. A veces hablar es necesario… pero otras, el silencio evangeliza más que un sermón.
—Me cuesta callar cuando escucho disparates.
—El que siempre corrige termina solo. Y con úlcera.
—¿Entonces hay que dejar que digan barbaridades?
—No, Marcos. Pero escoge bien tus batallas. No toda tontería merece respuesta. Algunas se ahogan solas.
—Entonces, ¿tener opinión es bueno?
—Tenerla, sí. Soltarla siempre, no. Hay opiniones que se deberían confesar antes de compartir.
—Gracias, padre.
—Anda, Marcos, y recuerda: el que habla poco, se equivoca menos… y duerme mejor.