lunes, 1 de diciembre de 2025

Las lágrimas de Anatop An

Anatop An llora frente a mí, pesado como un eclipse. Sus ojos, enormes, destilan un brillo oscuro que jamás sé interpretar. Dice que hoy sus lágrimas son verdaderas, que ya no puede sostener tanto dolor. Me cuesta creerlo. Durante años derramó lágrimas falsas para manipular, asustar, doblegar. Y después hizo brotar otras muy reales en quienes lo rodeaban, incluida yo.

El monstruo siempre supo provocar llanto, nunca sentirlo. O eso pensé.

Ahora tiembla. Cada lágrima cae con un sonido áspero, como un cristal astillado contra la piedra. Me acerco, sin miedo, porque el miedo se desgasta igual que la compasión. Lo miro mientras intenta ocultar la cara, como si la vergüenza también fuera una criatura capaz de morderle la garganta.

—No puedo más —susurra.

La voz le quiebra las sombras.

Tal vez estas lágrimas sí sean auténticas. Tal vez por primera vez comprende el daño que dejó atrás. Y, aunque no lo perdono, reconozco algo nuevo en él: una fractura que no pertenece al monstruo que conocí, sino a otro que apenas se forma entre los restos.

No lo consuelo. Solo dejo que llore. Quizá esa sea la única justicia posible.