lunes, 2 de marzo de 2020

Microcuentos

Todos fotografían La Gioconda. Nadie la contempla.
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No hay peor sordo que el que se empeña en que oye.
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–Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
–Pero ¿qué dinosaurio?
–Un microrráptor, por supuesto.
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Al morir regresé en el tiempo para vengarme. Van Helsing era un niño que vivía en un arrabal de Ámsterdam. Sorprendentemente volvió a derrotarme.
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–He visto cosas que no creerías. Aire limpio. Cielo azul. Personas amables. Nadie gritando. Hijos que respetan a sus padres y a sus profesores. Vida tranquila –dijo el viajero en el tiempo, aunque sin aclarar si había visitado el pasado o el futuro.
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Libre de pecado, tiró la primera piedra. Y dejó de estar libre de pecado.
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Paró el reloj en doce segundos y quince centésimas y ganó el concurso de ficción súbita.
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–¿No te gustaría echar raíces en algún sitio?
–No, no quiero acabar vegetando.
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PARADOJA
Perdió la vida ganándose la vida.
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Cayeron en la cuenta. El profesor de Matemáticas les había tendido una trampa.
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Era una escritora frustrada. Lo supimos después de que se suicidara. El forense le hizo la autopsia y encontró dentro de ella cientos de historias no escritas.
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Descubrió que su novio era un vegetal. Lo expulsó de su vida antes de que echara raíces.
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Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su camilla convertido en un monstruoso insecto. Rápidamente fue llevado al laboratorio, donde el doctor Mengele comprobó que su experimento había sido todo un éxito.
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–Os lo avisé. Os lo dije. Vamos a morir.
–¡Menudo adivino eres! Ya sé que vamos a morir. Lo que tienes que decir es cuándo y cómo. Si no, chitón.
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–Por ahí anda el hombre invisible.
–¿Cómo lo sabes?
–¿No ves los zapatos?
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Cuando el editor le pidió un nuevo libro, Nietzsche se hizo el loco.