Todo tenía que salir según el plan. Dejarla embarazada sería fácil. Lo siguiente no resultaría tan sencillo. Pasó un montón de tiempo reflexionando. Estuvo a punto de darse por vencido: sería imposible. De pronto, como a veces ocurre, la solución se presentó casi sola.
Primero, sin disfraz alguno, se presentó a aquel solterón y le convenció de que se casara con ella. Era un hombre tan simple que aceptó de inmediato.
La segunda parte no era tan sencilla. Adoptó la figura de uno de los secretarios del emperador y pidió verle.
–¿Qué quieres, Albino?
–César, he tenido una idea para financiar la campaña ilírica.
–A ver, cuenta.
–¿Por qué no aumentamos los impuestos que pagan los reinos vasallos de Oriente? Podríamos empezar ordenando un censo en Judea.