Necesitaba dinero, así que fue al Palacio de la Lotería. Vi las listas de premios disponibles. Podía jugarme la mano derecha por diez millones de yuanes, pero me decidí por la oreja izquierda; después de todo, era la primera vez. Pagaban trescientos mil yuanes, el salario de tres meses. Me citaron para el sábado siguiente. Ese día, el Palacio estaba lleno. Llegó mi turno y giré la ruleta. Salió negro. El público aplaudió enfervorizado. Me preguntaron si quería doble o nada. La adrenalina me hizo pedir doble. Volvió a salir negro. Los espectadores parecían haberse vuelto locos. Tuve que pedir agua antes de hacer la última jugada. Giré la ruleta. Esta vez salió amarillo. Hubo un murmullo de decepción entre el público. El verdugo me cortó la oreja izquierda. Si hubiera salido negro, habría perdido, claro, la cabeza. Papá y mamá, sin embargo, pusieron el grito en el cielo cuando me vieron. Ellos nunca habían jugado a la lotería.
Microrrelato publicado en Microcuento.es