viernes, 18 de julio de 2025

De la sabiduría que vino del cielo y de la que se vende en los aeropuertos

—Padre Cristóbal, ¿conoce usted a Dale Carnegie?

—Sí. Cómo ganar amigos, ¿no? Lo leí una vez. Muy útil… si uno piensa que las relaciones humanas son como vender neveras.

—¿Y Spencer Johnson? El del queso.

—Ah, ¿Quién se ha llevado mi queso?… Un ratón, supongo. Prefiero el pan nuestro de cada día.

—¿Y Napoleon Hill?

—Ese escribió que pensar y hacerse rico eran casi lo mismo. Yo llevo pensando casi 60 años y sigo con sandalias remendadas.

—¿Y Robert Greene?

—Sí, le conozco. Mucho poder, mucha estrategia, mucha manipulación. Muy leído en los palacios, poco en los conventos.

—Entonces… ¿ninguno le convence?

—Sí: Salomón. Escribió Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría. No enseñan a ganar amigos, sino a tener alma. No prometen éxito, sino verdad. No buscan motivarte, sino convertirte.

—Pero la gente quiere sentirse mejor.

—Claro. Pero hay quien busca consuelo, y hay quien busca anestesia. No es lo mismo.

—¿Y qué diferencia hay?

—El consuelo te despierta. La anestesia te adormece con frases como «cree en ti y todo saldrá bien».

—¿Y si uno quiere mejorar?

—Lee el Eclesiástico: «El sabio medita en la ley del Altísimo y se consuela con la sabiduría de los antiguos». No hay frase de Instagram que supere eso.

—Pero esos libros son difíciles.

—Porque no están escritos para halagar, sino para purificar. Son espejo, no maquillaje.

—Entonces, ¿no hay salvación en la autoayuda moderna?

—Salvación, no. Pero puede haber indicios. Aunque si un libro te promete que en diez pasos tendrás paz interior, yo me echo a temblar.

—¿Y usted qué haría si alguien le pide un libro para encontrarse a sí mismo?

—Le daría el Eclesiastés, una vela, y silencio. Si no se encuentra ahí, quizá no quiera encontrarse.