domingo, 7 de septiembre de 2025

Ataúdes

 A finales del siglo XX, cualquier catálogo funerario ofrecía un abanico de opciones dignas de un concesionario: ataúdes de madera noble, lacados, minimalistas, forrados de terciopelo, con herrajes dorados, con cruz tallada, sin cruz, e incluso «ecológicos» para que el difunto contaminara menos. Había modelos baratos de contrachapado para bolsillos humildes y cofres de lujo para quienes querían demostrar su estatus incluso bajo tierra.
Sin embargo, a mediados del siglo XXI la cremación se volvió la norma: ocupaba menos espacio, era más barata y evitaba discusiones familiares sobre quién heredaba la tumba. Poco a poco, la fabricación de ataúdes se convirtió en una excentricidad.
El golpe final llegó en 2114, cuando la ONU, en su empeño por cerrar el ciclo de la economía circular, aprobó una resolución que obligaba a «reaprovechar» los cuerpos humanos. Las formas de «reaprovechamiento» variaban según la región y el capricho de las autoridades.
Aun así, a mediados del siglo XXII quedaban románticos que se enterraban clandestinamente en parajes naturales, intentando mantener viva la tradición. El problema es que, sin ataúd, el resultado era el mismo: compost, aunque algo más poético o eso decían los pocos que todavía hablaban del tema.