viernes, 16 de noviembre de 2018

Microrrelatos

MANCHA REAL
Desde que llegué a Mancha Real, me llamó la atención el sonido de las campanas doblando. No hay campanas que doblen en las grandes ciudades. Al cabo de unos días advertí que lo hacían siempre a las cinco de la tarde. Se lo comenté a un compañero de trabajo.
—Supongo que aquí hay muchos viejos —me dijo.
No, era por algo más. No sólo morían viejos. Además, ¿por qué siempre tocaban a las cinco de la tarde? Había estado investigándolo estos últimos meses. Me temo, sin embargo, que mis pesquisas no llegarán a ninguna parte. Hoy, a las cinco, como todos los días, las campanas han comenzado a doblar. Esta vez, por mí.

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EXTRAÑO
El avión llegó al aeropuerto de Madrid con media hora de retraso. Arrastrando las piernas, que el largo viaje me había dejado agarrotadas, me dirigí al control de pasaportes. Le entregué mis documentos a un policía de aspecto siniestro. Mientras estudiaba lentamente mi pasaporte, me fijé en sus manos: semejaban las extremidades superiores de un velocirraptor. Temí que me preguntara algo. Sin embargo, me devolvió la identificación sellada y no hizo ningún comentario.
Estaba buscando la salida, cuando me crucé con un barrendero que era igual que el policía, exactamente igual. Me lanzó una mirada de odio. Subí al taxi y advertí que el conductor tenía la misma cara que el policía y el barrendero. Le entregué un papel con la dirección del hotel. Arrancó. Me llevó por carreteras oscuras y desiertas. No nos cruzamos con ningún otro vehículo. En el momento en el que pensé que iba a detenerse a mitad de aquella negrura para matarme, llegamos al hotel. El recepcionista era igual que los otros.
Respiré aliviado al entrar en la habitación. Encendí la tele y descubrí que ¡Todos eran iguales! El presentador, el policía, el barrendero, el taxista y el recepcionista. La apagué y me tendí en la cama. Me sentía extraño. Añoraba Japón.

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TESTIMONIO
No soporto el queso de cabra, me provoca migraña. La carne de cordero me parece demasiado áspera, correosa. Estoy cansado de vestir ropa de lana tanto en verano como en invierno: o me muero de frío o me muero de calor. El cuero me gusta aún menos. Debo reconocer que se me abrió el cielo la primera vez que probé el pan ¡Qué sabroso sabe, cuando está recién salido del horno! Me gustan los garbanzos, las habichuelas, las lentejas. ¿Qué decir del aceite? Me parece una ambrosía ¡Delicioso mojado en pan! ¿Y nos es un gusto vestir ropa de algodón en invierno y de lino en verano? ¡Y todavía se asombran que prefiriera a Abel!

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TRÍO
Bettina me lo soltó sin más:
—Robert, ¿qué te parecería hacer un trío?
Su propuesta me dejó tan desconcertado que no supe qué contestarle. Después de tantos años, no imaginaba que fuera a plantearme nada parecido. Ella tomó mi silencio como consentimiento.
Días después apareció con André.
—¿Empezamos? —preguntó Bettina.
Nos saltamos todos los preámbulos.
Advertí pronto que André tenía los dedos de un ángel. ¡Cómo tocaba! ¡Increíble! Fueron los mejores cuarenta minutos de mi vida.
—¿Qué te ha parecido? —me preguntó Bettina.
Fui sincero:
—¡Ha sido maravilloso!
—¿Y si mañana interpretamos el Trío número 1 de Brahms? —propuso André.