—Padre Cristóbal, ¿usted prefiere los libros que enseñan o los que entretienen?
—Hermano Marcos, depende del día y del ánimo. Hay mañanas en que busco instrucción y noches en que solo quiero distracción.
—¿No es pecado perder el tiempo con novelas y cuentos?
—Pecado es aburrirse leyendo sermones que ni el autor entendía. Un buen cuento alegra el alma más que un tratado de teología mal escrito.
—Pero dicen que los libros útiles son los que dejan enseñanza.
—Y yo digo que el mundo está lleno de sabios infelices y de ignorantes felices. Un libro que te hace reír vale más que uno que te hace dormir.
—Entonces, ¿qué debemos leer?
—Lo que no te haga bostezar ni pecar de soberbia. Hay libros que instruyen y otros que consuelan; los mejores hacen ambas cosas sin que te des cuenta.
—¿Y si solo leo novelas?
—Serás menos sabio, pero quizá más humano.
—¿Y si solo leo tratados?
—Serás más docto, pero nadie querrá sentarse contigo en el refectorio.
—Entonces, padre, ¿cuál es el libro perfecto?
—Aquel que, al cerrarlo, te deja mejor de lo que te encontró. Y si además te hace sonreír, es casi sagrado.