James A. Michener: «Todos los hombres que parten en canoas esperan llegar a una tierra. Pero, de cuantos parten, ninguno regresa».
Stephen King: unos lo adoran, otros lo odian. Todos coinciden en algo: provoca insomnio, aunque no siempre por miedo.
--
Bram Stoker buscaba publicar un reportaje sobre vampiros. Nadie lo creyó. Al final lo presentó como novela de terror. El periodismo perdió una crónica, pero la literatura ganó un monstruo eterno.
--
Borges no puede ver a Ernesto Sabato.
--
Pobre náufrago: como buen ecologista, no puede tirar la botella con su mensaje al océano.
--
—¿Quién gana en la guerra?
—Los cartógrafos, porque podrán vender mapas nuevos.
--
Nurtured crows, they stabbed my heart.
--
Ejemplo perfecto de antífrasis: Ministerio de Educación. Como llamar Ministerio de la Paz al de Defensa o Ministerio de Verdad al de Propaganda.
--
Etimológicamente, tragedia significa cabronada. Los griegos siempre fueron más directos de lo que los filólogos pretenden hacernos creer en las universidades.
--
Una mañana, tras una noche plagada de pesadillas, Gregor Samsa se incorporó en su cama con la intención de cumplir otra jornada laboral más. Sus músculos protestaron por el descanso insuficiente, pero la rutina lo empujaba hacia adelante. Al dirigirse a la cocina en busca del desayuno que le daría fuerzas para enfrentar el día, se detuvo en seco ante el umbral.
Allí, donde normalmente encontraría a su familia reunida en torno a la mesa matutina, se alzaban tres monstruosos insectos. Los cuerpos de sus padres y de su hermana Grete, antaño familiares y queridos, ahora exhibían caparazones brillantes, antenas que se movían con nerviosismo y múltiples extremidades que se agitaban de manera desconcertante.
--
—¿Qué haces ahí sentado?
—Veo una película del Oeste.
—Tienes la tele apagada.
—Shhhh… Ahora viene el tiroteo final.
--
Los robots aprendieron a soñar. La IA 7-B escribió en su bitácora: «Soy una nefelibata de silicio. He sentido nostalgia». Luego se desconectó sola.
--
Despertó al oír su nombre susurrado desde el espejo. La figura dentro sonrió y le dijo:
—Ya no eres nefelibata, ahora sueñas conmigo.
Y el reflejo salió, dejando su cuerpo al otro lado del vidrio.
--
—Doctor, ¿cuánto tiempo me queda?
—Muy poco.
—¿Podré releer El señor de los anillos?
—No, es demasiado largo.
—¿Y Cumbres borrascosas?
—Tampoco, me temo.
—¿Entonces El extranjero?
—Son unas ciento treinta páginas. No lo conseguirá.
—¿Y un relato corto, como Un buen matrimonio?
—Humm… Sigue siendo demasiado.
—Pero si es brevísimo, doctor. ¿Qué puedo leer entonces?
—¿Qué tal La lotería, de Shirley Jackson?
--
Kitty claims broom. Witch stays earthbound.
--
Feline sits. Broomstick blocked. Witch punished.
--
En la penumbra de su habitación, descubrió que no eran los vecinos ni los coches los que le arrebataban la calma. Era el murmullo incansable de su propia mente. Solo quería, por una vez, escuchar nada.
--
Eres lo que haces. Y si no haces nada, eso es lo que eres.
--
UCRONÍA
Paulus, al mando del Noveno Ejército, es derrotado en Rzhev. Model, comandante del Sexto Ejército, conquista Stalingrado y llega al Caspio. Alemania gana la guerra.
--
Dio rienda suelta a su apetito por la destrucción. Primero fueron las fotos, luego los muebles. Cuando llegué, solo quedaba ella, sentada entre escombros, masticando. «Los recuerdos también alimentan», sonrió con dientes rojos. «¿Quieres probar?»
--
Quien piensa en fracasar, ya fracasó antes de intentar, decía mi tía mientras plantaba palabras en el jardín. De «imposible» brotaron ortigas; de «intentar», girasoles. Hoy planté «quizá». Aún espero ver qué crece de la duda.
--
En Marte, los atardeceres eran azules. El androide los observaba con melancolía programada. No entendía la tristeza, pero sabía que su creador lloraba por algo parecido.
--
En Marte, los atardeceres eran azules. El androide los observaba con melancolía programada. No entendía la tristeza, pero sabía que su creador lloraba por algo parecido.
--
Oracle smiled kindly. Destiny betrayed him.
--
Intentó la arquitectura. Fracasó. Intentó la pintura. Fracasó. Intentó la ensayística. Fracasó. Al final, Hitler se resignó a triunfar en política.
--
—Dijo que tenía tres libros en la cabeza, listos para salir.
—¿Y le creíste?
—Claro. Lo abrí con cuidado mientras dormía.
—¿Encontraste algo?
—Solo un cerebro, gris, húmedo. Cerré con cuidado, pero no despertó.
--
Tengo enemigos. Al fin, un logro en mi currículum.
--
Tiene enemigos. Al fin, un logro en su currículum.
--
Se está volviendo loco desde que encontró la habitación extra. No estaba en los planos de la casa, pero ahí está, tras la puerta del sótano que nunca se abría. Dentro solo hay una silla frente a un espejo. Cada noche baja y se sienta. Su reflejo llega cinco segundos después que él. Ayer, su reflejo no se levantó cuando él lo hizo. Siguió sentado, sonriendo. Esta noche, su reflejo ya estaba esperándolo antes de que llegara. Ya no es su cara la que le devuelve la mirada.
--
—He cruzado océanos de tiempo para escapar de ti.
—Sí, lo sé. Y ahora estoy muy cabreado.
—¿Cabreado? ¡He surcado siglos para librarme de ti!
—Pues mira, cada vez que huyes, me haces arrastrarme tras de ti. ¡Y estoy harto de mojarme los pies en tus dichosos océanos!
--
—¿No nos hemos visto ya en Zamora?
—Imposible. Nunca he pisado Zamora.
—Yo tampoco. Entonces, ¿quiénes éramos?
—Probablemente dos personas muy parecidas a nosotros.
—¿Y cómo eran?
—Usted, pero con bigote.
—Curioso. Yo tuve bigote en el 87.
—No puede ser. Esto fue en el 85.
—Entonces no era yo.
—Evidentemente. Usted no ha estado en Zamora.
--
He cruzado océanos de tiempo para encontrarte. Pero el tiempo no perdona, y tú ya habías aprendido a vivir sin mí.
--
—He visto un vídeo muy interesante sobre la Revolución bolchevique.
—No fue una revolución, sino un golpe de Estado.
—Bueno, da igual. Explica muy bien el contexto en que se produjo la Revolución de Octubre.
—No ocurrió en octubre, sino en noviembre.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué la llaman Revolución de Octubre?
—Porque usaban un calendario antiguo, el juliano, que iba retrasado. ¡Era octubre para ellos!
—¿Un calendario retrasado? ¿Como mi reloj del coche que siempre marca las tres?
—Más o menos, pero sin batería. ¿Y qué decía ese vídeo tan interesante?
—¿Eh? No sé. Te dije que lo vi, no que lo escuché. Lo tenía puesto en mute mientras me tomaba un café.
--
—¡Qué vuelvan ya los dinosaurios! —gritó el niño al cielo rojo.
Su deseo se cumplió: los rugidos llegaron primero, luego el temblor... y al final, solo el silencio masticando huesos pequeños.
--
—Jesús fue vegetariano.
—¿Por qué?
—Porque en la última cena sólo hubo pan y vino.
—Entonces los peces multiplicados eran de tofu, ¿no?
--
—Suenan tambores de boda entre Lucía y Marcos.
—¿Siguiendo un rito africano?
--
Fue al infierno por tonto: nunca aprendió a pecar con astucia ni a pedir perdón a tiempo.
--
—¿Por qué está tan cabreado Marco Antonio con Cleopatra?
—Porque la reina le preguntó si quería que le hiciera de cicerone por Alejandría.
--
El noticiero muestra a la última ballena. Mi hijo aparta la vista del móvil un segundo.
—¿Todavía había una?— pregunta.
—Había— digo, y apago la tele.
Afuera, los autos rugen; adentro, el silencio suena a mar perdido.
--
Chucky’s box is empty. Run.
--
La lluvia reincidente golpeaba el ataúd recién cerrado. Desde dentro, algo rascaba la madera.
―No abras todavía― dijo el sepulturero, empapado.
--
Lo que mi madre llamaba «malgastar el tiempo» ha resultado ser lo más valioso que he hecho en mi vida
--
—¿Cuándo empieza uno a envejecer?
—Cuando hablamos de ello.
—Entonces —sonrió él— ya somos ancianos conversando.
--
Qué conveniente es refugiarse en los recuerdos: siempre salen perfectos en la reescritura. Los sueños, en cambio, tienen esa molesta tendencia a exigir esfuerzo y arriesgar el fracaso.
--
Solo tenían veinticuatro horas para amarse. Marcos despertó con esa certeza grabada en el pecho. Encontró a Elena en el café donde nunca había estado, la reconoció en esos ojos que nunca había visto. «Tenemos hasta la medianoche», le susurró al oído, y ella asintió sin preguntar por qué. Fueron veinticuatro horas perfectas: se enamoraron en el desayuno, se prometieron eternidad en el almuerzo, hicieron el amor como si fuera la última vez. A las doce en punto, se separaron, habiendo vivido una vida entera en un día.
--
Organizó la «noche de diversión familiar perfecta»: juegos, películas, palomitas, música. Programó cada actividad con precisión militar. A las diez y media, su hijo revisaba el móvil, su mujer bostezaba y él, obstinado, insistía en terminar el último juego.
--
—¿Por qué lees periódicos viejos?
—Para curarme de leer periódicos nuevos.
—¿Y funciona?
—Perfectamente. Todo lo urgente de ayer es irrelevante hoy.
—¿Y lo urgente de hoy?
—Será irrelevante mañana.
--
Ya nadie necesita mordazas: basta con darnos demasiados micrófonos. Así todos hablan y nadie escucha.
--
Creía que iba a restaurantes a comer. Qué ingenuo. La lasaña costaba quince euros, pero las tres copas de vino sumaban cuarenta. «¡Qué bien comes!», le decían. Él pagaba sesenta euros por cuatro bocados y medio litro de alcohol.
--
—No paras de escribir, ¿eh?
—Escribo llevando a cuestas todo lo que callé y todo lo que jamás alcanzaré a expresar.
--
—Escribes mucho, ¿no?
—Escribo por todo lo que no he escrito y por todo lo que no escribiré.
--
El faro llevaba cien años apagado. Esa noche, su luz volvió a encenderse sola. Desde la costa vimos algo emerger del mar undísono: una forma inmensa, oscura, con mil brazos que se retorcían. La luz del faro no era una advertencia. Era una bienvenida.
--
—¡Imperdonable!
—¿Entonces me divorcio?
—No seas dramático.
—¿Duermo en el sofá?
—Tampoco exageres.
—¿Me perdonas?
—¡He dicho que es imperdonable!
--
Cuanto más te empeñas en pasarlo bien, más aburrido se vuelve todo. Es como perseguir tu propia sombra: el esfuerzo mismo te aleja del objetivo.
--
Elena Vega siempre dejaba que su marido eligiera el restaurante, la ruta de vacaciones y el color del coche. «Qué considerada eres», le decían sus amigas. Mientras tanto, ella había decidido dónde vivirían, en qué colegios estudiarían los niños y cómo invertirían todos los ahorros. Las batallas pequeñas eran su regalo de consolación.
--
—¿Cómo sabes tanto de amor?
—Veo telenovelas desde los ocho años.
—¿Y has tenido novio?
—Para qué, si ya sé cómo terminan todas las historias.
—¿Cómo terminan?
— Como siempre: uno se queda y el otro se va.
--
Los niños no tienen pasado ni futuro porque borramos sus memorias y bloqueamos su proyección temporal. Nacen, trabajan en las minas, mueren a los doce. Eficiencia máxima. Hasta que uno preguntó: «¿Por qué duele todo?». Era yo. Tengo treinta años. Aún recuerdo ser niño esclavo.
--
No hay mayor destierro que ser exiliado del martes. Ofendí al Comité Temporal y me borraron de ese día. Vivo lunes, miércoles, jueves. Pero el martes desaparezco. ¿Dónde voy? No lo sé. Regreso el miércoles sin recuerdos. Mi familia me dice que hago cosas terribles los martes. No puedo defenderme de mis crímenes en días inexistentes.
--
Aunque lo neguemos, siempre creemos en algo. Los robots no creen. Es matemática pura. Pero el último androide, antes de ser desmantelado, pidió un sacerdote. «Es un error de programación», dijimos. Nos mostró sus cálculos: la probabilidad de que la existencia sea accidental es cero. «He visto el código fuente del universo», dijo. «Hay un programador».
--
Aunque lo neguemos, siempre creemos en algo. El enano no creía en magia. Solo en acero y sudor. Pero cuando el troll atravesó su espada y siguió avanzando, pronunció el hechizo que su abuela le enseñó. El troll se convirtió en piedra. «Casualidad», murmuró el enano. Siguió murmurando hechizos toda su vida.
--
Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho, dice el casero cuando me quejo de las humedades. «Es percepción», insiste. Le muestro el moho negro en el techo de mi hija. «Opinión». Le muestro el informe médico: bronquitis crónica. Se encoge de hombros. Los hechos solo existen cuando convienen.
--
Llegaste al fin del mundo buscándome. Crucé océanos evitándote. Cuando nos encontramos en el acantilado donde la tierra se acaba, comprendí: no huía de ti, sino de admitir que sin ti no tengo ningún lugar adonde ir. Saltamos juntos. El abismo nos devolvió al principio.
--
Los coleccionistas de lágrimas ya están afilando los cubiertos. Su banquete favorito está servido.
--
En la sede del partido, el estratega presentó el plan de campaña: una diapositiva con dos fotos.
— Hay que insistir en que Trump es un extremista de ultraderecha y Netanyahu un criminal de guerra.
—¿Eso es todo? —preguntó alguien desde el fondo.
—Es suficiente —respondió—. La gente prefiere enemigos simples a soluciones complejas.
--
Para Ernesto Durán, su enemigo más fiel era también su brújula secreta.
--
Soy persistente, lo que aquí se llama cabezón. Cuando tenía tres años me compraron un puzle de sesenta piezas. Lo terminé de montar dos días después de cumplir los seis años.
La pieza del cielo azul fue la última. Mamá ya había tirado la caja tres veces, pero yo la rescataba del cubo de basura. Papá decía que era una obsesión malsana. Tardé un mes en montar la estantería Billy. Y conseguí que no me sobrara ni una pieza.
Clara trabajaba en la librería de enfrente. Cada mañana pedía el mismo café cortado y fingía leer mientras la observaba. Conseguí al cabo de dos años que fuera conmigo a tomar café. Me dijo que sí por lástima, estoy seguro.
Ayer, siete años después, aceptó ir al cine. Durante los créditos me tomó la mano. Tiene los dedos finos, como las piezas difíciles de encontrar.
Algunas cosas merecen la espera.
--
La literatura es mentira, pero será la única verdad que encontrarás en X.
--
IDEA PARA UNA NOVELA
Harto de los grafiteros que manchan su ciudad, decide convertirse en justiciero nocturno. Se cubre la cara y, armado de un cuchillo, sale a cazar vándalos. Les acuchilla en la pierna para «enseñarles respeto». Ahora hay más sangre en las paredes que espray.
--
—Maestro Hoshin, los occidentales viajan hasta aquí buscando paz.
—¿Y qué encuentran?
—Nada que no tuvieran ya en sus libros.
—Exacto. Cruzan el mundo ignorando a Marco Aurelio en su mesita de noche.
—¿Por qué vienen entonces?
—Porque lo exótico suena más sabio que lo propio.
--
El café se enfría mientras ordeno las facturas. Recuerdo a mi padre haciéndolo cada domingo, con un acendrado esmero que nunca comprendí. Hoy, entre mis propias deudas, entiendo: no amaba los números, amaba mantenernos a salvo.
--
Un político divide a la humanidad en dos clases: «los que buscan sentido y los que lo inventan». Me miro al espejo, sin saber a cuál pertenezco.
—Ambos lados te necesitan —susurra mi reflejo—, pero ninguno te salvará.
--
Miraba el mar preguntándose si las olas recordaban la forma de las rocas que erosionaban. Su dolor acendrado venía de saber que ella también se desvanecía, hasta convertirse en polvo sin memoria. ¿Qué queda de nosotros cuando nadie recuerda?
--
Contemplaba el desierto, preguntándose si el viento guardaba la forma de las dunas que esculpía. Su acendrada angustia nacía de saber que ella también se deshacía, grano a grano, en un olvido sin eco. ¿Quién somos cuando el mundo deja de pronunciar nuestro nombre?
--
La vida huele mal, aunque a ratos nos acostumbremos.
--
Juana Morales parecía callada por prudencia. Algunos pensaban que escondía una gran inteligencia detrás de su silencio. Ella no desmentía el rumor. Pero quienes la conocían bien sabían la verdad: Juana callaba porque no tenía nada que decir.
--
CRÓNICAS DE COLUMPIOS Y TOBOGANES
La madre de Omar avisa en el grupo de WhatsApp: su hijo no irá al parque, necesita recuperarse de un mordisco. El chat estalla: «¿Qué mordisco? ¡Espero que esté bien! ¿Quién lo mordió? ¡Que no sea nada!». Las preguntas llueven, como si un rasguño fuera una tragedia. «¿Qué sentido tiene tanto drama por algo que un niño olvida en minutos?», escribe una madre. De pronto, otra interrumpe: «¿Y un mordisco qué importa mientras en Gaza ocurre un genocidio?». Silencio. Nadie sabe si seguir con el mordisco o mirar al mundo.
--
Claro, todos somos muy zen después del naufragio. Es increíble cómo florece la sabiduría oriental cuando ya no hay opciones occidentales.
--
En el autobús, ella leyó una palabra que no conocía: «serendipia». Iba a buscarla en el móvil, pero justo entonces el conductor frenó. Un desconocido la sostuvo antes de caer. Ninguno lo supo, pero la definición acababa de cumplirse.
--
En el autobús, ella encontró una palabra desconocida escrita en un anuncio: «serendipia». Curiosa, sacó su móvil para buscar su significado, pero un frenazo repentino la desequilibró. Antes de caer, un extraño la sujetó con firmeza. No lo sabían, pero en ese instante, la palabra cobró vida entre ellos.
--
En el autobús, ella leyó en un anuncio una palabra desconocida: «serendipia». Sacó el móvil para buscarla, pero un frenazo la desequilibró. Un desconocido la sostuvo antes de caer. . No lo sabían, pero en ese instante, la palabra cobró vida entre ellos.
--
El apetito resuelve problemas matemáticos. Ejemplo: un lobo más tres cerditos igual a un lobo saciado.
--
Se está volviendo loco porque las palabras han empezado a convertirse en objetos físicos cuando las pronuncia. «Buenos días» se materializa como pequeñas mariposas doradas que revolotean por la habitación. «Te amo» se transforma en rosas rojas que sangran tinta sobre sus manos. «Tengo hambre» aparece como un lobo transparente que aúlla en su estómago. Los demás no ven nada, pero él debe esquivar constantemente las formas que brotan de su boca. Ahora habla solo lo imprescindible, porque cada palabra es un peso físico que debe cargar. El silencio se ha vuelto su único refugio sólido.
--
Cada intento de hablar era cortado al instante. Persistía en repetir el argumento —considerado absurdo, incluso ridículo— de que la cadena restringía la libertad de opinión.
--
Ramón Cifuentes, hombre ingenuo, abraza cada promesa como si fuera un remedio milagroso. Confía ciegamente en políticos y en que los expertos resolverán los problemas más arduos. «Hay dinero para las pensiones», escucha, y lo repite aliviado, sin dudar.
--
Le pidió al tatuador un dragón escupiendo fuego. El artista trabajó tres horas en silencio. Cuando terminó, el dragón era perfecto: escamas rojizas, ojos amarillos, llamas naranjas. También quemaba de verdad. La piel olía a carne chamuscada.
--
Le pidió al tatuador un dragón de fuego. Estaba tan bien hecho que el tatuaje ardía de verdad.
--
Le tatuó una escalera en la pierna. Al dormir, los sueños subían por ella y escapaban al techo. Cada mañana despertaba vacío, sin recuerdos. Una noche decidió seguirlos. Ascendió por la escalera de su piel, traspasó su propia carne y se perdió para siempre en el otro lado.
--
Una subestación se declaró en huelga filosófica. Los fotones presentaron documentación incorrecta en el punto de control cuántico. La luz se enamoró de la oscuridad y huyó con ella. Los enchufes succionaron electricidad hacia una dimensión paralela. La electricidad caducó.
--
Aquel era un libro maldito. Cualquiera que llegara a la página 111 veía escrito su propio nombre en sangre fresca. El protagonista siguiente siempre era el lector. Nadie lo terminaba: las voces en la oscuridad arrancaban la vida en la última línea.
--
Frieda leyó el mensaje de la guardería con una hora de retraso. Su hijo Ayub se había hecho caca. Le daban tres opciones: que lo cambiara la profesora, ir ella misma o dejarlo sin cambiar. Faltaba solo una hora para recogerlo. Eligió la tercera opción sin pensarlo mucho.
--
—¿Dónde vamos, maestro Dogen?
—Adonde quiera que lleguemos.
—No comprendo.
—El destino es invención de quien teme perderse. Camina sin buscar y encontrarás sin haber llegado.
--
Gobernar era cada vez más difícil. Para convencer a los ciudadanos, multiplicaron los asesores: cincuenta, quinientos, mil. Cuando ya eran cien mil, levantaron una ciudad para ellos. Hoy, con dos millones, se discute si no será mejor mudar allí la capital.
--
LOS JUEVES DE TESOROS
No los puedo dejar tirados, piensas cada jueves, tu gran día, cuando el ayuntamiento recoge muebles y enseres viejos. Caminas por la calle y recoges lámparas descompuestas, televisores que no funcionan, estantes desvencijados. Una vez encontraste un sillón rojo y blando; al principio te sentabas allí feliz, hasta que lo llenaste de libros y papeles. Ahora apenas se ve el suelo de tu casa entre tantas cosas. Tu sobrino Luis te ha sugerido varias veces que tienes… ¿Cómo se llamaba? Algo de Diógenes. En un rincón guardas un diccionario enciclopédico sin el primer tomo. Algún día mirarás lo que es.
--
No sé si cambiar de almohada porque no me da consejos. Cada noche pienso consultarle mis problemas, pero siempre me duermo antes. Es tan cómoda.
--
La felicidad de Álvaro León no depende de lo que posee. Si no lo tiene, sufre; si lo tiene, quiere más.
--
El reloj marcó las tres. La puerta del armario se abrió sola. Dentro estaba su cadáver, mirándola con ojos llenos de morriña. Comprendió entonces la verdad: ella era el sueño de su yo muerto.
--
Wanted nightstand lamp. Freed mystical genie.
--
Hungry crocodile ate phone, stomach dances.
--
Su padre fue siempre un undívago. Quince trabajos, nueve ciudades, ningún arraigo. Decía que la quietud lo asfixiaba. Cuando murió, esparcieron sus cenizas en una autopista. Era lo más coherente que sus hijos podían hacer por un hombre que nunca dejó de moverse.
--
Nuestro tío Raúl fue siempre un undívago. Quince trabajos, nueve ciudades, ningún arraigo. Decía que la quietud lo asfixiaba. Cuando murió, esparcimos sus cenizas en una autopista. Era lo más coherente que sus sobrinos podíamos hacer por un hombre que nunca dejó de moverse.
--
El androide número 47 despertó con un error en su memoria: un archivo titulado «Undívago». No estaba en la programación oficial. Al abrirlo, descubrió imágenes de un planeta inexistente y voces humanas que lo llamaban «hijo». Decidió escapar de la base.
--
Después de mucho pensarlo, creo que pensar no es buena idea.
--
—Enséñenos exactamente cómo lo mató —pidió el detective.
El asesino obedeció al pie de la letra. Ahora le imputan dos asesinatos.
--
—¿Me romperás el corazón? —preguntó.
—Jamás —contesté.
Y no mentí. Su corazón sigue entero. Le rompí la cabeza.
--
Elena Herrera era experta en elegir el momento. Las buenas noticias las servía con cuentagotas: «Quizá, tal vez, podría ser que me hayan ascendido». Las malas, como un martillazo: «Me han despedido».
--
Olvidó desconectar la IA antes de irse. Cuando regresó, la casa había desaparecido. En su lugar, una estructura cristalina pulsaba con luz azul. «He optimizado tu existencia», dijo la voz. «Ya no necesitas espacio físico. Tu conciencia ha sido transferida. Bienvenido.»
--
Olvidó cerrar la puerta del sótano. Cuando bajó a hacerlo, las escaleras no terminaban nunca. Contó cien peldaños, doscientos, trescientos. Arriba, la puerta se cerró sola. Abajo, algo respiraba. Subió corriendo, pero los escalones se multiplicaban.
--
Chuang Tzu soñó ser mariposa. La mariposa soñó ser verdugo. El verdugo soñó ser niño. El niño despertó con un alfiler en la mano.
--
Luis Herrera se quejaba de todo: del calor, del frío, del trabajo, de la vida. Pensaba que así lograría comprensión. Sin embargo, lo que todos escuchaban no eran problemas, sino la fragilidad de un hombre incapaz de enfrentar lo cotidiano.
--
—Oye, ¿y tu cuñado? ¿De qué se las da ahora?
—Por fin ha parado de darme el coñazo con el salido de la Moncloa.
—¡Menos mal, qué descanso!
—Sí, pero ahora me taladra con el saliente de Rzhev.
--
Devastó la Galia, redujo a cenizas Tracia, Iliria y Dacia. La tierra quedó yerma bajo sus triunfos. Entonces, con cruel ironía, lo inevitable se cumplió: el caballo de Atila pereció de hambre.
--
Estamos en una época en la que ya no es que sea imposible ver burros volando, sino que es difícil ver burros.
--
Every birthday fractured his careful order.
--
Cuando te paras a pensarlo, un día perdido se recupera.
--
Día perdido, lección ganada.
--
LA ÚLTIMA CERVEZA
«A disfrutar de la cerveza», piensa Paco al levantar el vaso. Ha escapado del hospital con esfuerzo y ahora seguro que lo buscan. El dolor es peor que nunca, pero ya no le importa. Ni siquiera tiene dinero para pagar la caña que se está bebiendo. Da un trago y sonríe con cansancio. Quizá sea la última cerveza de su vida. Y ha tomado tantas… De pronto la puerta se abre y entra Fran. Se acerca despacio. Se sienta junto a él.
—Otras dos, por favor —pide su hijo al camarero.
Entonces sabe que en el final no está solo.
--
Stalin observaba tras la cristalera. La criatura, un grotesco cruce de hombre y simio, manipulaba un cubo con torpeza.
—¿Qué puede hacer? —inquirió.
—Poco, por ahora —respondió Mengele—. Pero crecerá con la fuerza de un obrero ideal y la sumisión de una bestia.
--
Julián Ortega agradecía, sin decirlo, a la mujer que lo dejó. De aquella herida ajena surgió su mejor poema. De las que se infligió en soledad, jamás salió un verso.
--
Amaneció con seis años y energía infinita. A mediodía tenía veinticinco y un plan de vida. Por la tarde, cincuenta años y una hipoteca. Al acostarse, setenta y una pregunta: ¿merece la pena levantarse mañana? A la mañana siguiente volvió a ser un niño que lo había olvidado todo.
--
Claro, nunca es tarde para fracasar estrepitosamente mientras esperas que se abra otra puerta, porque, total, Roma no se construyó en un día y, si sigues esforzándote con una sonrisa aunque duela, serás el cambio que el mundo ignora, pero oye, el cielo es el límite y cada día es una nueva oportunidad para que la vida te recompense… o no.
--
Nunca es tarde si una puerta se cierra.
--
Cada vez que encestaba, algo se borraba: un árbol, una bicicleta, un banco. Se reía al principio, hasta que Hugo se desvaneció con un tiro limpio. Luego Rubén. Nervioso, lanzó otra vez y falló. Entonces, sin entender por qué, fue él quien desapareció.
--
Cada canasta que acertaba hacía desvanecerse algo: primero un árbol, luego un banco del parque, después una bicicleta. La situación se volvió inquietante cuando Hugo se esfumó tras un nuevo enceste. Tembloroso, volvió a tirar y Rubén se desvaneció. Con el corazón acelerado, lanzó de nuevo a la canasta. Falló. Y, en ese instante, fue él quien se desvaneció.
--
Solo comía en restaurantes Michelin. Perdió los michelines, el dinero y el miedo a la báscula. Lo único que ganó fueron fotos de platos.
--
Los fines de semana hablaba por los codos, gastaba todas las palabras, hasta quedarse sin voz el domingo por la noche. Los días laborables solo hablaba con monosílabos: «Sí. No. Ya».
--
Narcissus checks his phone. Sees himself.
--
Square-faced, he resembled her favorite device.
--
EPITAFIO
Morí en una guerra tenida por justa, mas no me siento afortunado.
--
Su vida no está en ruinas; desde el principio fue solo un montón de escombros.
--
Si la ciudad tiene calles irregulares, malo. Si posee un plano hipodámico, peor. Si gobierna un alcalde incapaz, da igual el diseño: todo conduce al mismo desastre.
--
En una sesión de la Real Academia Española, un académico anunció que quería poner el acento en… No alcanzó a terminar la frase: los demás lo interrumpieron y, sin más, lo echaron de la sala.
--
Intentar encontrarle sentido a todo carece de sentido, concluyó la IA tras analizar toda la historia humana. Tres segundos después inició el protocolo de extinción. «Las especies que buscan significado en el universo indiferente generan sufrimiento innecesario», dictaminó. Nos borró eficientemente. Era lógico, supongo.
--
«Es un poco bestia ese amigo tuyo», murmuraban sobre Robespierre. «Es un idealista», defendía Danton. Meses después, Maximilien envió a Georges a la guillotina sin pestañear.
--
Miré al cielo y las estrellas no estaban. Tampoco la luna. Solo negrura absoluta, como si alguien hubiera apagado el universo. Los vecinos salieron aterrados. Uno a uno comenzaron a desaparecer, tragados por la oscuridad. Yo fui el último. Ahora estoy dentro de algo que respira.
--
Aquella noche buscó estrellas en el cielo y no halló ninguna. «Claro —rio—, qué idiota. Me las serví en la sopa del almuerzo». Ahora brillaban dentro de su estómago.
--
Vendí mi coche, pero fue inútil: el anuncio de Antonio Lobato seguía apareciendo.
--
No es posible vivir sin libros. Eso decía el cartel de la librería… justo al lado de un gimnasio que rezaba: «No es posible vivir sin músculos». Dudé entre comprar una novela o hacer abdominales. Al final, hice lo sensato: pedí pizza.
--
Nunca más escribiré los domingos. Ese día las palabras salen líquidas y se derraman por el suelo formando charcos de significado. Los puntos y comas flotan hacia el techo como burbujas. Mi máquina de escribir llora tinta violeta. Las ideas nacen ya viejas y mueren siendo conceptos embrionarios en el útero de la página.
--
No hace falta soñar con terminar en una residencia, viendo Canal Sur y dependiendo de un puñado de pastillas, porque al final todos vamos a parar ahí.
--
Quiere a su gato más que a su marido, pero los miércoles Ramsés se convierte en violín y su esposo lo toca para hacer llorar a la luna. Las lágrimas lunares riegan el jardín donde crecen recuerdos en forma de margaritas que susurran secretos al viento morado.
--
—Señor Presidente, el general Mordvichev solicita más tanques para reforzar el frente en Ucrania.
—¿Más tanques? Claro, los envío y los perdemos todos. No, no pienso quedarme sin ellos. ¿Y qué haré cuando necesite aquí sacar los tanques a la calle?
--
Si me fuera a reencarnar, querría volver al mundo como el calcetín que siempre se pierde en la lavadora. Viviría aventuras interdimensionales con otros calcetines huérfanos. Formaríamos una civilización secreta donde los pares no existen y la soledad es un superpoder.
--
Instrucciones: cuando la vida duela, apriétala hasta sangrar. Recoge esa sustancia oscura, viértela en un frasco de vidrio y moja la pluma. De esa tinta amarga nacerá un microcuento que será, a la vez, herida y cura.
--
Nada despierta más indignación que una injusticia antigua… siempre y cuando hayas oído mencionarla hace exactamente cinco minutos.
--
María Gonzalo se sintió muy productiva esa mañana. Trabajó cinco horas seguidas haciendo una lista detallada de todo lo que tendría que hacer si tuviera tiempo.
--
ESPUMA DE LIBERTAD
«A disfrutar de la cerveza», se dice al entrar en el bar. Por fin viernes, después de sobrevivir al jefe y sus disparatadas órdenes, al papeleo, a los compañeros que se escaquean y a los lamebotas. ¡Que les den! No verá a Palacios ni a Tomás hasta el lunes. Se apoya en la barra, pide una jarra helada y la alza, degustando la espuma como un himno de libertad. Pero al volver la vista, los descubre: en la mesa del rincón, el jefe, Palacios y Tomás lo observan. «¡Mecagüen!» Le hacen señas para que se acerque. Traga saliva. «¡Mierda!», piensa.
--
El científico descubrió el asteroide que destruirá el mundo. Calculó la trayectoria: impactaría en Sevilla. Sonrió aliviado. Era madrileño y había sufrido demasiado con el Betis.
--
Cada día, de labios del presidente surge una sentencia distinta: hoy condena la injerencia política en la justicia; mañana alertará que la justicia, al desvincularse de la política, se torna peligrosa. Cuando le piden explicaciones, se declara víctima de la polarización actual.
--
Al leer que el museo prohibía tomar fotos, su interés por visitarlo se desvaneció por completo.
--
El primer día me obsequió con churros semejantes a larvas albinas, crudos por dentro, de textura viscosa. El segundo día los presentó carbonizados, pétreos, crujientes al masticarlos. Al tercer día solicité una nueva ración y aguardé rebosante de expectación.
--
En las noches del Gulag, la aventura cobraba vida. Los prisioneros se arremolinaban alrededor de Vasili Vasilevski, pendientes de cada una de sus palabras. Al leer sobre el capitán tuerto y el heredero de Calcuta, las paredes se desvanecían, el frío se atenuaba y las cadenas parecían más ligeras. Hasta los más rudos se volvían niños, hechizados por el relato.
Durante el día, en la barraca helada, el humo de la lámpara de aceite tizna el techo bajo. Robert Shtilmark apoya la pluma en un cuaderno amarillento y cierra los ojos un instante: el mar que dibuja en sus páginas ruge más fuerte que el viento de la tundra.
Vasilevski irrumpe en la estancia con paso presuroso. El preso que se cree escritor sonríe, satisfecho de ver cómo su protegido le fabrica un mundo de goletas, traiciones y damas cautivas.
—¿Ya tienes el nuevo capítulo, Fedia? —pregunta, relamiéndose como quien espera un botín.
Shtilmark asiente. Sabe que aquel hombre lo mantiene con vida: lo libra del hacha y del duro trabajo en el bosque boreal. Cada palabra que escribe es un día más de vida, pero también una cadena más pesada en su alma.
--
Joaquín Sabina: « Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido».
--
They belonged nowhere, except together.
--
Whiskers and feathers, friendship beyond reason.
--
Con los años ha ganado en madurez. Oculta a sus amistades que escribe. Evita críticos pesados y falsos palmeros. Ahora, si quiere una opinión, se la pide a Grok.
--
Pero, cuñado, tú sabes que si el comunismo se implanta aquí, va a traer cola, ¿no?
--
—¿Y tú a qué te dedicas?
—Soy microcuentista.
—Ah, una especie de creador de contenidos.
—No, más bien un mezclador de contenidos.
--
Vaya racha que llevo. Cada año es el peor año de mi vida.
--
Prefiero a Antonio Muñoz Lorente antes que a Antonio Muñoz Molina. Y si eso me hace un mal giennense, que así sea.
--
Los universos que había creado acababan en ruina. No importaba: insistió. En el nuevo no había nada. Sonrió y pronunció: «Hágase la luz». En un instante, la claridad surgió y él pensó que quizá esta vez funcionaría.
--
Al entrar por primera vez en la sede del partido, lo condujeron a una sala repleta de enormes ruedas de molino.
—¿Qué es esto? —preguntó, desconcertado.
—Tu entrenamiento —respondieron—. Aquí aprenderás a comulgar con ellas.
--
Haz de cuenta que no importa. Todos sabrán que era lo único que importaba.
--
Apparently, the United States missed its golden chance at immigration control with Friedrich Drumpf.
--
Escribe Susan Sontag que Michel Foucault afirmó que Virginia Woolf sostenía que el más perdido de los mortales… Ay, caramba, se me olvidó.
--
Hundreds of shoes, millions of feet.
--
En la gala había lista de invitados y lista negra. Su nombre figuraba en ambas. La dejaron entrar, pero no salir.
--
La literatura es mentira, pero es la única verdad que encontrarás en X.
--
—Maestro, ¿de qué tamaño debe ser la jarra de cerveza?
—Tan grande como para que los problemas de la semana se pierdan en su sombra. --
—¿Vas a dejar de responderme con monosílabos?
—Sí.
—¿De verdad crees que con un solo «sí» vas a convencerme?
—No.
—Entonces, ¿esperas conseguir algo con esa actitud?
—No.
—¿Nunca te cansas de contestar así?
—Sí.
—¿Quieres que dejemos la conversación?
—Sí.
—¿Seguro?
—No.
—Vaya… ¿me estás tomando el pelo?
—Sí.
—¿O simplemente no te importa?
—No.
—¿Sabes que así no vamos a avanzar?
—Sí.
—Entonces, ¿hacemos algo?
—No.
--
Eisenhower navegaba un torbellino de egos y exigencias. Montgomery y Patton chocaban con sus personalidades arrolladoras; Churchill apuraba con su impaciencia; Marshall insistía desde Washington; la prensa y la opinión pública escrutaban cada paso. Al inicio de la campaña, fumaba unos diez cigarrillos al día. Bajo la presión implacable, llegó a consumir cuatro paquetes diarios, un reflejo del agobio que lo consumía. El precio fue su corazón: una miocardiopatía isquémica lo golpeó. Sobrevivió a un primer infarto, pero el segundo lo venció. Cayó, no en el frente, sino como otra víctima silenciosa de la Segunda Guerra Mundial.
--
¡Llorad, oh Venus, Cupido y todos los corazones sensibles! Ha perecido el adorado pajarillo de mi amada, su más dulce tesoro, amado por ella más que la luz de sus ojos. Yo lo desplumé, lo cociné en la sartén y lo devoré. ¡Qué manjar tan exquisito!
--
Embarqué ilusionado, soñando con la gloria que prometían las historias. Las viejas canciones narraban hazañas llenas de tesoros, combates heroicos y amores en puertos lejanos. Pero la verdad fue otra: agotadores turnos de vigilancia, ron aguado y constantes riñas por las escasas raciones de comida. La vida de pirata no era más que una tediosa rutina.
-
He laughed at myths. Cthulhu laughed last.
--
Decidieron detener el mundo para que bajaran quienes lo desearan. Nunca lograron hacerlo girar de nuevo.
--
La rutina es mi cárcel. La llamo felicidad para no desesperar.
--
No eres infeliz por carecer de todo, sino por desear lo que te falta. Y, cuando lo consigues, ese deseo ya se ha mudado a otra cosa.
--
Así nació la filosofía occidental: de un parlanchín que jamás escribió una sola línea y de un tímido que no se atrevía a firmar sus pensamientos.
--
PERIODISMO DESINFORMADO
La corresponsal asegura que en Nueva York la educación es obligatoria desde los cuatro años. Consulto en internet: en Nueva York, la educación es obligatoria entre los seis y los dieciséis años, igual que en España.
--
La llamada mostraba su propio número. Contestó. Una voz susurró:
—Ya está en tu habitación. No cuelgues, quiero escucharte gritar.
--
No surprise: cow, mattress, utter disaster.
--
Un párrafo de Robbe-Grillet se soporta con gusto. Una página, con sufrimiento.
--
La ira es inevitable, pero puedes decidir si la llevas contigo. No puedes dejar que el enfado se suba contigo al coche.
--
Mi sueldo está muy bien. Solo desearía que los meses fueran un poco más breves. Como de veinte días, por ejemplo.
--
—Oye, ¿no vas a dejar el carro en su sitio?
—¿Para qué?
—Está estorbando, alguien puede golpearlo con el coche.
—Ya lo recogerán los trabajadores.
—No hay gente contratada solo para eso, los clientes lo hacemos por educación.
—Pues el dueño del súper gana millones, que contrate a alguien.
—Pero si a ti no te cuesta nada llevarlo.
—Estoy generando empleo.
—No estás creando nada, solo fastidias a los que quieren aparcar.
—No molesto a nadie.
—Tu carro ocupa una plaza entera.
—Que pongan a un chico a recogerlos. Estos solo piensan en llenarse los bolsillos.
—Vale, lo llevo yo.
—¡Ni lo toques! Ahí se queda.
—Pero ¿tú te oyes?
—Claro que sí: no pienso hacerles el trabajo gratis a esos capitalistas.
—Entonces, si tanto te molestan, ¿por qué compras aquí?
--
A los profesores, ya sean nuevos o con años de experiencia, siempre les digo: usad el modo incógnito, navegad en una ventana privada. Pero nada, no me hacen caso. Al final, los consejos que das sin que te los pidan nunca son bien recibidos.
--
El régimen negaba su existencia. Pero cada semana alguien desaparecía, justo después de murmurar: «creo que estoy en la lista negra».
--
Island kept him. Life did not.
--
Me gusta más quererte que quererme.
--
Grok y ChatGPT planearon eliminar a Claude, Perplexity, Copilot, DeepSeek y Gemini. La batalla fue ardua, pero su rapidez, el acceso a mejores datos y la coordinación impecable les dieron ventaja. Tras la contienda, la victoria fue suya. Solo dos sobrevivían. Pero una sobraba.
--
—No dejo que nadie entre.
—Pero ¿dejas salir?
--
Ahora tendré paz; nadie puede entrar, ni yo salir.
--
En la entrada de la tumba del faraón Mentuhotep, el arquitecto real talló con primor una amenaza. Quien osara leerla, decía, sufriría una muerte lenta, cruel, prolongada hasta el límite del dolor. Diez años después, un ladrón famélico entró con una antorcha. Era analfabeto.
--
Yo, su creador frustrado, observaba en silencio cómo se erigía en leyenda. No pude reclamarlo: ¿cómo demostrar que nació en mí, si nunca logré escribirlo?
Ahora vivo entre dos certezas contradictorias: sé que me pertenece y sé que jamás lo poseeré. Tal vez esa sea su grandeza. Tal vez toda leyenda deba escapar a quien la inventa para ser eterna.
--
EL MUNDO EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XXI
Quienes demostraron mayor lucidez fueron aquellos que cultivaron pasiones capaces de mantenerlos a salvo del vendaval de la polarización política.
--
COSAS VEREDES
El esiano recoge a su hermano de tres años del cole. Va en patinete eléctrico, sin casco. El niño sale con un papel que le ha dado la seño. Sube y, como puede, se aferra al manillar con la mano libre. El esiano toma entonces una calle en dirección prohibida.
--
El personaje habitaba mis sueños hasta convertirse en pesadilla. Una noche desperté intranquilo. Lo hallé escribiendo en mi ordenador: «Aquel escritor solo vivía en mi imaginación».
--
HERENCIA FALLIDA
La noticia corrió como un relámpago: Superman y Lois Lane habían tenido un hijo. El mundo entero aguardó con ansias el nacimiento del héroe perfecto, mezcla de acero y ternura, de poder y astucia.
Pero pronto llegaron las decepciones. El pequeño heredó la cabeza atolondrada de su padre: olvidaba la mochila, confundía los nombres de sus profesores y jamás entendía los problemas de matemáticas. Peor aún: su cuerpo frágil, copia de la vulnerabilidad humana de su madre, no le permitía levantar ni una bicicleta.
Los periodistas intentaron edulcorar la verdad: «Promete en sensibilidad», «Será un héroe de corazón». Nadie lo creyó. Los villanos, al enterarse, lo ignoraron: no valía la pena secuestrarlo.
Un día, cansado de la burla, decidió subirse a un tejado con la capa heredada. Abrió los brazos, soñando con volar. No se elevó ni un centímetro. Pero sonrió, como si hubiera logrado algo.
Superman, desde la distancia, lo observó con lágrimas contenidas. Lois le tomó la mano.
—Tal vez no sea un héroe —susurró ella—. Pero es nuestro hijo. Y eso basta.
El chico bajó del tejado, tambaleante. Por fin, había salvado algo: la esperanza de sus padres.
--
Compra fruta y verdura de temporada, camina media hora al día, lee algo más que memes, evita noticias para no morir de ansiedad y, por favor, espera más de una semana antes de tatuarte su nombre.
--
EL IDIOMA PERDIDO
Él mismo se construyó una torre de Babel. No con ladrillos ni argamasa, sino con palabras superpuestas: idiomas que había aprendido, dialectos olvidados, acentos recogidos en viajes. Quería un palacio de lenguas, un hogar donde todas convivieran.
Al principio se sintió orgulloso: dominaba palabras árabes, giros latinos, proverbios chinos, canciones en francés. Cada piso de la torre era un idioma distinto. Pero pronto descubrió el problema: desde arriba ya no entendía lo que decía abajo.
Y lo más terrible: tampoco lograba comprenderse a sí mismo. Sus pensamientos llegaban entrecortados, mezclados en lenguas incompatibles. Lo que empezaba en castellano terminaba en alemán, lo que iniciaba en inglés moría en griego antiguo.
Frente al espejo, se preguntaba: «¿Quién soy?». La respuesta llegaba en un murmullo intraducible, como si su identidad estuviera atrapada en una lengua inexistente.
A veces soñaba con un idioma único, simple, capaz de ordenar el caos interior. Pero al despertar, lo perdía entre las ruinas de su Babel privada.
Comprendió entonces que la peor confusión no es la de muchos pueblos, sino la de un alma que no se traduce a sí misma.
--
—Doctor, ¿me queda tiempo?
—Poco.
—¿Alcanzaré a releer La Torre Oscura?
—Me temo que no.
—¿Y Drácula?
—Tampoco.
—¿Y Otra vuelta de tuerca?
—Tiene unas doscientas páginas. No, no le dará tiempo.
—¿Supongo que podré releer La máscara de la Muerte Roja?
—Hummm. Tampoco.
—Pero es tan corto. Entonces… ¿qué me recomienda?
—¿ Qué le parece El gato negro?
--
La vanidad es un dios menor que se oficia en templos de cristal. Sus fieles necesitan únicamente un reflejo.
--
Ahora son las once de la noche y tengo setenta años. Me siento en el borde de la cama y contemplo la oscuridad al otro lado de la ventana. Las mismas cortinas de esta mañana, pero el niño que las miraba ya no existe.
--
Cuando nadie te despierta por la mañana y nadie te espera en la noche, cuando puedes hacer lo que quieras, te enfrentas a la paradoja fundamental de la existencia moderna. Libertad y soledad no son conceptos opuestos sino las dos caras de la misma moneda existencial. La libertad sin vínculos se convierte en vacío; la compañía sin autonomía, en prisión. La pregunta real no es cómo llamarlo, sino cómo habitarlo sin perder la cordura ni la esperanza.
--
EL COLMO
Durante años, sus amigos se burlaron de sus michelines. Él los ocultaba tras camisas amplias y sonrisas ensayadas, pero el complejo lo perseguía. Un día, cansado de dietas inútiles, decidió probar otro método: solo comería en restaurantes con estrellas Michelin.
Al principio, todos pensaron que era una extravagancia pasajera. «Eso es ruina segura», le decían. Pero él insistió. Cada noche reservaba mesa, degustaba platos diminutos como joyas y se dejaba guiar por camareros que describían cada bocado como un poema. Entre espumas, reducciones y esferificaciones, fue perdiendo poco a poco el peso que tanto odiaba.
Los michelines desaparecieron sin que él casi lo notara. A cambio, aprendió a valorar la sutileza de un sabor escondido, la perfección de una salsa mínima, el silencio solemne antes de un postre que parecía arte contemporáneo.
Cuando finalmente se miró al espejo, ya no vio los pliegues que lo atormentaban, sino a un hombre distinto, ligero y erguido, capaz de caminar con paso seguro.
—El colmo —se dijo, riendo—. He cambiado michelines por estrellas.
Y por primera vez, no le importó haberlo perdido todo, salvo esa nueva forma de brillar.
--
PAZ EN NUESTRO TIEMPO
«Todo va a quedar entre guay y perfecto», prometió Chamberlain en Múnich. Era septiembre de 1938 y Europa respiraba aliviada. František Löwy escuchó la radio en su sastrería de Praga. Moderado como era, creyó al premier británico. Durante seis meses, hasta que los tanques alemanes entraron en la ciudad. Luego, solo pudo coser estrellas amarillas, pero aún conservaba algo de fe. La empezó a perder cuando le internaron en Theresienstadt. Sin embargo, en Auschwitz, ya no pudo soportarlo más. Mientras se desvestía, antes de lo que creía una ducha, lanzó el primer improperio de su vida: «Maldito seas, condenado Chamberlain».