Exprima la tragedia sin reservas, hasta la última gota. No basta con el primer desborde: es necesario seguir apretando hasta que la pena se vuelva espesa, más densa y oscura que el vino. Esa sustancia debe recogerse con cuidado, en cualquier recipiente disponible —un tintero, un frasco pequeño o una copa profunda—, lo esencial es no perder nada de lo que duele convertido en tinta.
Con esa tinta preparada, busque un soporte en blanco, y si no lo hay, recurra a un muro, una servilleta o incluso la piel. Empape la pluma, respire hondo y deje que el dolor fluya convertido en palabras. No importa si el resultado es un microcuento, un aforismo o un relato breve: lo vital es que la angustia abandone el pecho y encuentre morada en la escritura.
Finalmente, guarde el texto. Así, otro podrá leerlo y, al hacerlo, compartir la herida. Entonces la tragedia habrá cumplido su propósito.
Con esa tinta preparada, busque un soporte en blanco, y si no lo hay, recurra a un muro, una servilleta o incluso la piel. Empape la pluma, respire hondo y deje que el dolor fluya convertido en palabras. No importa si el resultado es un microcuento, un aforismo o un relato breve: lo vital es que la angustia abandone el pecho y encuentre morada en la escritura.
Finalmente, guarde el texto. Así, otro podrá leerlo y, al hacerlo, compartir la herida. Entonces la tragedia habrá cumplido su propósito.