domingo, 24 de agosto de 2025

Peine

Inventado en la Prehistoria, cuando el ser humano descubrió que podía domesticar el pelo igual que intentaba domesticar a los animales salvajes, el peine fue durante milenios símbolo de higiene, vanidad y, en ciertos casos, arma improvisada. Hubo peines de madera, de hueso, de marfil, de plástico y hasta de esos tan finos que servían para encontrar piojos, recuerdos entrañables de la infancia.
Pero todo cambió a mediados del siglo XXI, cuando, en un giro estético que nadie vio venir, se puso de moda raparse el pelo al cero. Primero fue una tendencia «rebelde», luego un gesto «práctico» y, finalmente, una imposición social: menos gasto en champú, menos tiempo frente al espejo y ninguna discusión sobre cortes de moda. El peine pasó a ser un objeto de museo, colocado junto a fósiles y discos de vinilo.
A principios del siglo XXII, la ONU dio el golpe final: prohibió legalmente cualquier longitud de pelo superior a dos milímetros, alegando motivos de «eficiencia climática». La industria cosmética intentó protestar, pero no pudo competir con el ahorro mundial en agua y energía. Así, el peine quedó relegado a las vitrinas de coleccionistas, como un recuerdo absurdo