—¿Y qué preparo yo mañana de comer?
—Un cocido. Siempre viene bien.
—¿Cómo?
—Que haga un cocido.
—¿Y quién le ha preguntado a usted?
—Pues usted, que ha dicho qué ponía de comer.
—Hablaba sola, oiga.
—Vaya, pensé que me lo preguntaba.
—¿Para qué iba a preguntarle? ¡Un cocido! Como ponga un cocido, mis hijos montan un circo.
—Pues un buen cocido siempre alegra el día.
—¿Y a usted qué le importa?
—Y aquí puede comprar de todo lo que necesita. Si quiere le puedo decir dónde está lo del puchero.
—Ocúpese de su menú.
—Uy, yo voy a lo fijo: lunes, cocido; martes, sopa de cocido y pescado; miércoles…
—¡Que me da igual!
—Miércoles, legumbres; jueves, pasta; viernes, sopa y…
—Pero ¿qué hace, recitándome la carta de su semana?
—Es que me organizo, señora. La rutina es salud.
—Pues organícese en su casa.
—También puedo darle la receta de mi abuela, que salía riquísima.
—¡Que no quiero cocido!
—Bueno, tampoco hace falta gritar. ¿Qué tal unas lentejas?
—¡Que me deje en paz!