—Padre Cristóbal, ¿cree que Dios ve los partidos del Barça?
—Claro que sí, hermano Marcos. Aunque a veces debe taparse los ojos por vergüenza ajena.
—Ayer pitaron un penalti por una caída que ni el viento notó.
—Milagros del Camp Nou. Algunos santos levitan… otros fingen.
—Pero siempre es lo mismo. Les favorecen, ganan, y dicen que fue por mérito propio.
—Sí, como el rico que hereda fortuna y presume de esfuerzo.
—¿Y los árbitros?
—Místicos del silbato. Ven lo invisible, oyen lo inaudito excepto si es falta del Barça.
—¿Y la Liga?
—Un vía crucis para unos, autopista para otros.
—¿No deberían intervenir?
—¿Quién? ¿Los que aplauden desde el palco? Ellos creen en la neutralidad mientras no toque al escudo azulgrana.
—Es desmoralizante.
—Más aún para los que aún creen en justicia deportiva. Pero recuerda: la verdad no siempre gana partidos, pero sí gana almas.
—¿Entonces qué hacemos?
—Rezar por los ciegos del VAR y no dejar que nos roben también la alegría del juego.
—Gracias, padre.
—De nada, hijo. Pero si mañana pitan otro penalti dudoso, no te sorprendas. Algunos equipos tienen más fe en el silbato que en el rosario.