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—Chica, no hago nada más que besar sapos y nada, no he conseguido que ninguno se transforme.
—¿No será que no eres una princesa?
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El lunes me levanté ronco. El martes me dolía la espalda. El miércoles estaba resfriado. El jueves tenía tortícolis. El viernes, como no se me ocurría nada, ni siquiera llamé para decir que tampoco iría a trabajar.
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—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—A Greta le ha mordido un vampiro y se ha transformado.
—Pobrecilla, con lo que le gustaba mirarse en los espejos.
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—¿Y cuándo saliste del armario?
—Cuando el marido de Laura regresó a la oficina.
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Su madre le dijo que se fijara en Cenicienta, que había conseguido novio volviendo a casa antes de las doce.
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Necesitaron toda la noche para ponerse al día.
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Cuando vio el aspecto de aquel caballero, la princesa rezó por que el dragón venciera.
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Ante la inminencia de la catástrofe, las ratas abandonan el avión. Ninguna conseguirá sobrevivir.
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Al menos ella me regaló algo: su indiferencia.
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Soy un presentador de medio pelo. Me pagan tan poco que ni siquiera tengo para un implante.
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Cada vez que la princesa se quitaba los zapatos de cristal, volvía a ser Cenicienta. Era fastidioso.
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El príncipe habló de monterías; Cenicienta, de la mejor forma de limpiar el parqué del salón de baile.
No congeniaron.
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Cuando el príncipe llegó al castillo, el cuento dio un giro inesperado: el dragón le pidió que le liberara de la princesa.
sábado, 18 de octubre de 2025
Microcuentos
Escribía para conocerse mejor y, por lo mismo, no escribía mucho.
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Toda aquella historia no resultaba nada creíble, así que Hansel y Gretel fueron encerrados en un centro de menores.