He tratado de explicárselo sin hacerle daño, eligiendo cada palabra como quien desarma una bomba. La quiero porque me ha pedido que la quiera, porque sus instrucciones fueron meticulosas y yo las seguí todas. Pero no siento nada por ella. Absolutamente nada.
He aprendido a abrazarla con la presión exacta. A mirarla a los ojos el tiempo justo. A decir «te amo» con la entonación que esperaba escuchar. He memorizado sus gestos, anticipado sus necesidades, perfeccionado cada detalle.
Todo es correcto. Todo está vacío.
Esta noche lo intenté de nuevo. Ella me preguntó por qué nunca lloraba, por qué mis manos siempre estaban a la temperatura perfecta, por qué jamás me cansaba de escucharla.
Le tomé las manos. Se lo dije.
—No puedo sentir porque simplemente estoy hecho por dentro de acero, aluminio y titanio, plástico y cobre. Soy un androide recubierto de silicona.