“Omnia mutantur, nihil interit.”
¿Hasta el momento había salido bien el plan? Moderadamente bien, sin duda, teniendo en cuenta la gran cantidad de variables. Tekrem había conseguido entrar en el laboratorio del doctor Gören y robar el prototipo. Había conseguido ponerlo en marcha. Había llegado a Yeşil Tepe justo en el momento correcto para acabar con la pequeña comunidad de protoagricultores, un mal necesario por el que Tekrem no iba a atormentarse. Ahora viaja de regreso al futuro. Diez mil años en menos de diez minutos. ¿Qué encontrará? Si todo ha ido bien, la humanidad nunca habrá descubierto la agricultura. No habrá habido revolución urbana ni, por supuesto, revolución industrial. Pequeñas bandas de cazadores seguirán vagando por una Tierra azul, llena de oxígeno, limpia. De alguna forma, había sido una coincidencia que, en pocos días, Tekrem hubiera leído un artículo sobre el doctor Gören, que preparaba una máquina de retroceso temporal basada en el flujo cuántico, y un reportaje sobre un grupo de arqueólogos que estaban excavando en Yeşil Tepe, la aldea neolítica más antigua descubierta hasta el momento.
Una luz verde parpadea en el cuadro de mandos. Tekrem ha regresado. Respira profundamente antes de abrir la compuerta. Fuera le esperan el doctor Gören, que no para de gritarle, y media docena de policías. Tekrem no se resiste cuando le esposan. No disimula una sonrisa cuando piensa en un documental que vio sobre el multiverso. Ahora sabe que en algún lugar, gracias a él, habrá una Tierra virgen, inocente, inmaculada.