miércoles, 1 de enero de 2020

Microcuentos

El hombre es el único animal que lee dos veces la misma fábula sin sacarle provecho.
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Se quedan como estatuas cada vez que el canario empieza a cantar. Son tan bellos sus trinos. Ni sospechan que, en su idioma, está gritando: “¡Socorro! Quiero salir de aquí, quiero salir de aquí”.
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Fui al taller literario. Al cabo de unos días me dijeron que mi prosa era imposible de arreglar. Me recomendaron que la cambiara por otra.
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Los caníbales cuidan su dieta: siempre que pueden, procuran tomar carne blanca.
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Después de comer el fruto del árbol del conocimiento, Adán y Eva comenzaron a mantener interminables conversaciones teológicas. Se volvieron tan insoportables que Dios tuvo que expulsarles.
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–Lesbia, dime: ¿por qué amas a ese pajarillo?
–Porque él no me atosiga con poemas.
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Son incompatibles. Ella es muy salada y él sufre de hipertensión.
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Al gramático le enfurece leer que al principio fue el verbo. Al principio, sin duda, fue el sintagma nominal.
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MARCOS 9, 43
Cuando vio a aquella hermosa mujer, tuvo oscuros pensamientos. Decidió abrirse la cabeza y arrancarse el cerebro.
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Elvira tocó Para Elisa para Elena.
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He llegado a una edad en la que ya no me preocupa encontrar la salida del laberinto.
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Cinco años estudiando filosofía con Aristóteles permitieron que Alejandro pudiera hacer sombra a Diógenes.
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Hoy la he visto… La he visto y me ha mirado…. ¡Hoy creo en los fantasmas!
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Me parece que entraré en la eternidad hecho cenizas. Mi mujer me dice que los nichos están muy caros.
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Si Dios no existe, ¿la teología es como la homeopatía?
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–¿Qué llevas ahí?
–Ha sido una lucha magnífica, titánica. Me he superado a mí mismo.
–Sí, sí, pero ¿qué es lo que llevas ahí?
–He creído que me merecía las dos orejas y el rabo, Ariadna.