lunes, 20 de abril de 2020

El colmo

Lleva semanas subiendo a la montaña para apacentar las ovejas de su suegro. Aprovecha la soledad para tratar de hablar con su dios. Le pide que le ilumine, que le envíe una señal. Sin embargo, no ha recibido ninguna respuesta. Comienza a cansarse. Aunque se creía el elegido para salvar a su raza, sospecha que es simplemente un fugitivo, un exiliado, alguien cuyo destino es vivir lejos de su familia y de su pueblo.
Hoy ha sido el colmo. Como siempre, le ha pedido a su dios que le respondiera. El balido de las ovejas le saca de su ensimismamiento. Están asustadas. Advierte que un matorral está ardiendo. El incendio puede propagarse. Trata de apagar las llamas con el agua de su cantimplora. Nada consigue. Puede bajar al pozo del que bebe el ganado, pero está lejos. Prefiere arrojar tierra al fuego. Comienza a echarla a puñados. La llama ignora sus esfuerzos: parece avivarse. Sigue tirando tierra hasta que comienzan a sangrarle las manos. Repentinamente, el fuego se apaga.
Agotado, decide regresar.
Su mujer le espera.
–Pareces cansado. ¿Qué te ha pasado? –le pregunta.
–Había un fuego en el monte.
–¿Un fuego? Habrá sido por culpa de un rayo.
–Sí, quizá. No puedes imaginar, Séfora, lo que me ha costado apagarlo. Temí que se incendiara todo el monte Sinaí.