No podía aguantar más allí. Le dije a mi madre que tenía que ir al servicio. Apenas si me hizo caso: estaba devorando el solomillo. Dibujé una sonrisa y avancé decidido. Tuve que detenerme diez veces antes de lograr llegar al baño. Bajé la tapa y me senté en ella. Saqué la cajetilla y encendí un cigarrillo. Llevaba mucho tiempo sin fumar. Meses. Era algo a lo que Sonia me había obligado a renunciar.
Hasta allí llegaba el ruido: una marabunta que lo destruía todo. Deseé estar de vuelta en el piso. Tranquilo. Solo. Me quedé mirando la puerta del baño durante un buen rato. De pronto advertí que el cigarro se había consumido. Levanté la tapa y lo arrojé dentro. Volví a sentarme. Encendí otro cigarrillo. Decidí que éste lo saborearía. Todo había sucedido tan rápido. Parecía un sueño. Una pesadilla que todavía no había acabado.
Cuando salí, parecía que hubiera pasado una eternidad. Esperaba que todos se hubieran marchado. Pero, no: la marabunta continuaba. Arrastrando los pies, me dirigí al cadalso. Sonia se había levantado. Estaba en la mesa donde se habían sentado sus amigas. Me miró sonriente. No sé cómo, logré dibujar una sonrisa. Apreté el paso. Me senté. Mi madre seguía devorando el solomillo. Aquello no iba a acabar nunca.
Microrrelato finalista del II Certamen de Microrrelatos Ciudad de A Coruña