David Foster Wallace: “Mi experiencia es que los días buenos son aquellos en los que levantas la vista y es mucho más tarde de lo que pensabas que sería”
El rico trituró el camello y lo consiguió pasar por el ojo de una aguja. Entonces le dijo a San Pedro:
–Ahora, déjame entrar.
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Señores, den diez pasos y disparen, pero antes de hacerlo recuerden que tienen que darse la vuelta.
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–¿Qué hace Godzilla!
–Comiéndose el mundo.
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El año había sido tan desastroso que el Gobierno decidió adelantar tres meses la Nochevieja.
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Tuvieron que colocar un cartel junto al estanque de los deseos: “No se aceptan tarjetas de crédito”.
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Todos están descontentos con su suerte. Los charcos quieren ser estanques. A los estanques les gustaría ser lagos. Los lagos envidian a los mares. También sienten odio por ellos, porque les roban el agua. Los mares se tienen en nada por no ser océanos. Los océanos suspiran por la vida tranquila de los charcos.
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PRISA
Mi padre decía que el abuelo tuvo prisa en todo. Nació sietemesino y, antes de cumplir los nueve años, ya había escapado de casa. A los catorce años dejó a su novia embarazada y se casó a los quince con ella. Por lo civil, claro. A los dieciséis quiso entrar en el Partido, pero sólo le dejaron afiliarse a sus juventudes. Cuando tenía diecisiete años, comenzó la guerra. Fue nombrado capitán de milicias antes de cumplir dieciocho años. Al poco de cumplir diecinueve, cayó prisionero en el frente de Aragón. Fue condenado a morir fusilado. Sus últimas palabras fueron:
–Rápido, señores.
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Había un déficit de treinta monedas en la bolsa común. Judas sólo encontró una manera de enjugarlo.
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Echamos de menos los tiempos en que los chorizos eran colgados de un gancho.
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Encontré tantos escollos que no pude naufragar en sus brazos.
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Me dio su telefono. le henvie un wasab. Nunca me respondio.
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–Ésta es mi sangre…
–Pues a mí me sabe a vino peleón –dijo Judas.
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–¿Por qué cambiaste de opinión?
–Soy muy tímido. Habría sido insoportable convivir con 72 mujeres durante toda la eternidad.
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El fin fue inesperadamente rápido: el secretario general de su partido le bloqueó en Twitter.
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Fue sobre ruedas hasta que sucedió aquello. Lloramos en la iglesia cuando la soprano cantó el aria. Nos emocionamos con la música que tocaron a la puerta de la iglesia. Todos estaban contentos en el banquete, alabando la elección de platos. Mi hijo cogió la espada para cortar la tarta… Todo estaba saliendo tan bien hasta entonces. La muerte de la novia hizo que se acabara la celebración. Ya sabes: las nueras, con tal de fastidiarnos, hacen lo que sea.
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Puso un folio en blanco en la mesa y, como todos los días, pensó en la manera de no escribir nada en él.
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El cura absolvió a Paddy O’Nan por llevar ese apellido.
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La primera cita empezó con un beso en la mejilla y terminó con un apretón de manos.
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No tenía ni un euro en el banco. Sólo francos suizos.
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–Terremotos a mí –dijo el epiléptico.
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Se armó un caos cuando se juntaron la manifestación del 1º de mayo y la procesión de San José Obrero.
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Temblando, le dijo que no era virgen.
–No te preocupes –le tranquilizó–. Yo tampoco soy un unicornio.
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Cuando hay programada una explosión nuclear, salgo a pasear. Me gusta la luz de los destellos atómicos.
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–¿No entiendo por qué esta novela romántica está en la sección de Horror?
–¿No has visto cómo está escrita?
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Al hombre sin sombra le gustaba pasear los días nublados.
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El maravilloso hombre invisible no consiguió llamar la atención del público.
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El plutoniano deseó que el nuevo año no se le hiciera tan largo como el anterior.
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Deseché rápidamente la cuerda y las pastillas. Chocar el coche no aseguraba nada. La pistola me parecía un método realmente probado, pero ¿dónde conseguir una? Me decidí por fin por el estanque que en el Pozuelo. Allí había pasado horas y horas leyendo. Bastaría ir al mediodía, cuando el parque estaba medio vacío. En cualquier caso, ninguno de los jubilados que paseaba por allí podría hacer nada para salvarme. Además, parecería un accidente. Dirían que resbalé.
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–¿Qué quieres que haga por ti? –le pregunté.
Terminó la enésima copa antes de contestar.
–Me vendría bien tu hígado –me dijo.
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Para evitar accidentes, el instructor de ala delta les dice a sus alumnos que tengan siempre los pies bien plantados en el suelo.
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Hice una pausa en su ecuador.
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He tenido que poner un nuevo atrapasueños. El anterior ya estaba lleno.
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Tyrion Lannister se divierte como un enano.
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El lagarto tiene tanta hambre que está que se sube por las paredes.
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Churchill pensaba que a Mahatma Gandhi le gustaba hacer el indio.
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Pedro Sánchez está perdiendo a dos barajas.
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Por mucho que lo intenta, sus suegros se mantienen en su 13 TV.
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El cocodrilo tiene la lágrima fácil.
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Al político no le gusta que mienten a los sobres en su casa.
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Sócrates estaba encantado de conocerse a sí mismo.
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Cuando Drácula vio a Mina, pensó que estaba de muerte.
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Mi casa está mal de la azotea. Tienes goteras.
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Hannibal Lecter es muy ambicioso. Tiene ganas de comerse el mundo.
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Cuando Dios quiso tener un Hijo, tuvo que recurrir a la maternidad subrogada.
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Aquel dictador del siglo XXIII castigaba todos los delitos con la pena de destierro. Los condenados eran lanzados al espacio, desterrados.
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Cuando entramos en el pueblo, descubrimos que todos los que se podían mover habían salido. Sólo encontramos una figura solitaria en la plaza. Llevaba la boina roja de los requetés. Alguien propuso quitárselo y sustituirlo por un gorro de miliciano. Sin embargo, Cueto decía que había que dar ejemplo: los combatientes enemigos tenían que ser pasados por las armas. Sin que pudiéramos impedírselo montó un pelotón de fusilamiento y pasó por las armas el muñeco de nieve. Sólo pude salvar su nariz, una zanahoria que me supo a gloria.
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Me dejó abierta la jaula, pero no salí. Fuera me esperaba una jaula aún más grande.
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No salí con Pilar, suspendí las oposiciones, no gané la lotería, tuve un accidente. Consuela pensar que todo fue casualidad.
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Dijo: “Apaga y vámonos”. El Sol y las estrellas se apagaron y Dios se fue.
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Era un martes normal, que nadie recordaría: sólo habían sido imputados tres políticos.
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Era un martes normal. Me levanté a las 7. Fui a trabajar. Comí macarrones. Vi la tele. No leí ni una sola línea.
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Nos sentimos tan orgullosos. Primero fue un barrio de casas en el norte; más tarde, una promoción de bloques de pisos en el sur. Construimos otra escuela, un instituto. Planificamos un polideportivo. Crecimos. Crecimos tanto que empezamos a mirar por encima del hombro a la ciudad. Fue entonces cuando nos convertimos en un mero barrio del extrarradio. Ahora echamos de menos el pueblo que una vez fui.
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San Jorge mató un dragón. Jorge de Capadocia mató un lagarto. Jorgito mató una lagartija.
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Cuando el caballero entró en el castillo, la princesa exclamó:
–Lagarto, lagarto.
Y entonces salió el dragón.
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Si el Carrefour supiera lo solo que estoy, no me ofrecería ningún 3x2.
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Quise perderme en el laberinto de mi corazón, a pesar de que me avisó de que en el fondo habitaba un despiadado Minotauro.
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Tuvo que inventar increíbles sueños lascivos para que su psicoanalista le tomara en serio.
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Te convertí en un libro
para poder leerte siempre
para que otros te leyeran.
Te convertí en un libro
para pasar tus páginas
para recordarte.
Te convertí en un libro
para imaginar lo que no pudo ser.
Te convertí en un libro
para hablar contigo
para decirte que te quería.
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Querida RAE:
Si mi marido no es un lagarto ni un zorro, ¿por qué me llaman a mí lagarta y zorra?
Atentamente…
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Estoy ocupado pensando en qué hacer.
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Es un escritor humilde y fecundo, ha publicado obras en varios idiomas, desdeña la fama. Se llama Anónimo.
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El médico recomendó al hipocondríaco que se tomara tres veces al día una pastilla de Placebina.
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Hay otros mundos. Léelos.
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Intentó robarme el corazón. Se llevó un chasco cuando descubrió que no lo llevaba encima.
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Esa bruja trató de hechizarme. ¡Si supiera que a mí lo que me gustan son los magos!
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CUANDO LAS RANAS CRÍEN PELO
Estudió genética y se encerró en un laboratorio. Después de muchos experimentos, consiguió que las ranas criaran pelo. Fue a casa de Olga y, enseñándole los resultados de sus experimentos, le recordó que le había prometido una cita cuando las ranas criaran pelo.
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El juez le aplicó la atenuante de disfraz de payaso. Hacía reír a sus víctimas.
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Después de robar a un ladrón, consiguió una reducción de condena de cien años. Ya sólo tenía que cumplir cuarenta y siete años y un día.
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Nuestro divorcio se acabó convirtiendo en una guerra. Al menos conseguí salvar la medalla de plata.
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Abogánsteres.
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Volví para preguntarle si se había equivocado. Mi GPS no era capaz de localizar ningún sitio llamado La Mierda.
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Me ha regañado por leer a King y Bukowski y me ha puesto una dieta de buenas lecturas.
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Estimado señor Picio:
La expresión “Más feo que Picio” no implica admitir que usted sea feo, sino que alguien es más feo que usted. Está lejos de nuestro propósito sugerir que usted sea feo, es más, señor Picio, le utilizamos como canon de belleza.
Atentamente,
Real Academia Española de la Lengua
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Para pillar el sueño, el rebaño de ovejas se dejaba contar.
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Cuando el médico fue a anunciarle que la operación de su mujer había salido bien, lo encontró muerto en la sala de espera.
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El Líder Máximo, pensando en la salud de sus conciudadanos, los puso a dieta.
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Comer muchas novelas causa el endurecimiento de las arterias del cerebro. Me he puesto a dieta. Sólo leo microrrelatos.
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La lavadora de mi madre era la mejor. Cuando terminaba, dejaba la ropa seca y planchada en mi cama.
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Dé una respuesta. Nosotros encontraremos una pregunta.
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Éramos tal para cual: ella tenía una cara oculta; yo, un pasado obscuro.
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Vive entre los escombros del castillo de ilusiones que se habían derrumbado.
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–¿Estás más gorda?
–Es culpa de la lavadora. Me encoge la ropa.
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Siempre me estaba ofreciendo su corazón. Lo acabé aceptando. Así conseguí librarme de él.
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Hasta que se convirtió en un tonto útil, muchos le habían considerado completamente inútil.
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No era malo por hacer lo que hacía, sino que hacía lo que hacía porque era malo.
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Su regordeta y alegre mujer comenzó a mutar en una señora delgada y adusta.
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Una sola cena de empresa bastó para que mi marido mutara en ser con cuernos.
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–Te daría mi corazón.
–Ese es el problema, que no me lo das.
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Le entregué mi corazón. Se lo echó a su perro.
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Metieron el dinero de las comisiones en la lavadora. Salió igual de sucio.
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Era tan insignificante que los taxis vacíos pasaban de largo cuando él los llamaba.
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Cuando eligieron diputado al camaleón, no supo en qué sitio del hemiciclo tenía que sentarse.
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Camina incansable, tenaz, perseverante. Camina sin esperanza. Camina tratando de alejarse de sí mismo.
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Desesperado, salté por la ventana. Había olvidado que vivía en un primero.
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Le pregunté a la diablesa por qué me hacía eso.
–Necesitas un buen par de cuernos –me respondió.
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El demonio se quejó a Lucifer de que en la Tierra había mucho intrusismo profesional.
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MEMORIA HISTÓRICA
Dos siglos después, está admitido que Hansel y Gretel eran los malos del cuento porque mataron a una inocente abuelita.
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La Muerte le citó a las doce. Le preguntó si podían adelantar la cita porque a esa hora abrían las bolsas asiáticas.
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Suspendí el examen de adivino porque me hicieron una pregunta con trampa. No fui capaz de pronosticar la nota que iba a sacar.
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Harto de soltar gallos, el tenor inició una nueva vida como solista de flauta.
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El águila de Atzlán estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de no comer más culebras.
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Expulsaron al cardiólogo del club de corazones rotos. Sospechaban que sólo buscaba pacientes.
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El conferenciante entró y repartió unos papeles. Cuando terminó, se sentó y se quedó mirándonos. Mientras se decidía a empezar, miramos el papel que nos había entregado. Estaba escrito en un idioma ininteligible. Llegó un fotógrafo y le hizo unas fotos. Pasaron cinco largos minutos. Sin decir una palabra, el conferenciante se levantó y se dirigió a la puerta. Se fue. Nos sentimos mal por no haberle aplaudido. Había sido el conferenciante más notable en lo que llevábamos de congreso surrealista.
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Me ofrecí voluntario para poner el cascabel al gato. Hasta que consiguiéramos un cascabel.
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Era un escritor tan prolífico que publicaba más de lo que escribía.
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Le gustaban sus vaqueritos rotos y sus vestidos cortos hasta que se convirtió en su novia.
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¿No serían interesantes las aventuras del esforzado campesino Sancho Panza para poder comer un trozo de pan?
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La nuestra se acabó convirtiendo en una gran boda griega, llena de platos rotos.
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Empujé la puerta del castillo y entré en el patio. Allí estaba esperándome el monstruoso dragón. Abrió la boca. Me cubrí con el escudo, temiendo que me escupiera una bola de fuego. Nada. El dragón estaba diciéndome algo. ¿Qué? Desenvainé mi espada y me acerqué a él. Se la clavé. El dragón cayó al suelo. Fue entonces cuando advertí que llevaba una cadena en una de sus patas. Apenas tiempo de pensar en ello porque la princesa apareció por una puerta.
–¡Mi libertador! –exclamó.
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Mario Puzo y Michael Corleone quisieron escapar de un destino mafioso. No pudieron.
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El revolucionario le dijo al dictador que, mientras le quedara un soplo de vida, le seguiría odiando.
–Yo, por mi parte, no te odio –le replicó.
Y ordenó que lo fusilaran.
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El valiente príncipe llegó al castillo y luchó contra la malévola princesa para liberar al inocente dragón.
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Tomar una taza de café es la única forma de despertar a las dormilonas musas.
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Hizo bueno el libro de tanto leerlo.
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Carvalho no tardó en advertir que el lector de libros electrónicos no ardía demasiado bien.
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Cuando murió Alonso Quijano, ama y sobrina vivieron felices y comieron perdices.
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EL FINAL DE UNA HISTORIA DE LA RADIO
Kumaglak y Qamut eran amigos, pero sobre todo rivales. Durante años los dos lucharon por el amor de Availuk, que harta de ellos se acabó marchando con un trabajador de la refinería. El día en que alguien les habló de aquel reto, los dos se propusieron llegar los primeros. No hubo forma de disuadirles.
Consiguieron un mapa y buscaron en él su destino. Les pareció lejano. ¿Cómo llegaría allí? Qamut dijo que iría por el este, el camino más largo. Kumaglak decidió tomar el camino del oeste. Llevó a sus seis perros en el trineo. Al cabo de un año, sólo le quedaba uno. No le importaba. Hacía tiempo que recorría regiones en las que casi nunca caía la nieve. A Kumaglak le asombraba la cantidad de fronteras que separaban a los países. Se hizo todo un experto en cruzarlas de noche. Caminó y caminó. Llegó por fin a un país donde hacía mucho calor. Tuvo que quitarse sus pieles.
Dieciocho años después de haber partido, alcanzó la ciudad. Comenzó a preguntar por el edificio. La gente le miraba asombrada. Nadie le entendía. Consiguió por fin que alguien le diera la dirección. Llegó por fin. Entonces, cuando se acercaba, vio a Qamut. Casi se había olvidado de él. Corrió para llegar antes que él. Corrió. Corrió.
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El público advirtió que algo había salido mal cuando el mago dijo las palabras mágicas: en el escenario sólo seguía el conejo.
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Las musas llegaron un martes. Demasiado tarde. El lunes era el último día para entregar el cuento.
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La reina negra propuso a la reina blanca expulsar del tablero a aquellos dos reyes holgazanes y firmar la paz.
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Todo empezó cuando le regalaron a su hija una muñeca vestidita de azul. Entendieron demasiado tarde que habría debido ser rosa el vestido.
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Aunque era republicana, le gustaba que en casa su marido la tratara como una reina.
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El gato sólo perseguía al ratón para decirle que en realidad lo que a él le gustaba comer era Royal Canin.
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Le di un beso, entreabrió un ojo y, cuando me vio, la Bella Durmiente siguió haciéndose la dormida.
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Cuando se me apareció el Espíritu Maldito, no me lo pensé: cogí mi ametralladora y me fui al monte con los zelotes.
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El gato se ha comido un colorín colorado y este cuento se ha acabado.