–¿Qué llevas en la bolsa? –le
preguntó el guardia
–Maquinillas de afeitar, una
loción, objetos de aseo para mi defendido –respondió el abogado.
–Adelante.
Cuando llegó a la celda, él ya
estaba esperando.
–¿Alguna noticia de la apelación?
–Nada.
–¡Cómo voy a disfrutar cuando me
absuelvan!
El abogado fingió buscar unos
papeles en su cartera. Era escalofriante lo alejado de la realidad que estaba
el condenado.
–¿Y qué me puedes decir de mi
mujer?
–Está bien.
–Tiene que estar pasándolo mal.
La pobre es tan sensible.
El abogado no pudo dejar de
sentirse a aliviado cuando un guardia le avisó de que la visita había acabado.
–¿Quiere que le visite el abate
Fermont?
–¿Para qué?
Salió de la celda. Mientras
recorría el pasillo, se dio cuenta que había olvidado informarle al rey de que
la sentencia se ejecutaría al día siguiente. Dentro de dos días, Luis XVI sería
historia.