Gesualdo Bufalino: «La escritura como guerra de guerrillas contra la soledad».
Confieso mi fe. Creo en el dios de la risa y la ironía.
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Cronos creaba historias infinitas; los mortales morían antes del final. Su hermana Brevitas lloró una lágrima con toda la sabiduría del mundo. Al caer se fragmentó en chispas: los microrrelatos. Así nacieron historias que caben en un suspiro pero contienen universos.
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«Comer comida para gatos tampoco es tan grave», dijo ella, cansada, mirando el saldo de la tarjeta. El gato la observó con reproche. Era el tercer día sin luz. Abrió una lata. El olor la hizo dudar. El gato maullaba furioso. «Lo siento», susurró. Comió directo de la lata.
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Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Jhon Jairo Vásquez había de recordar aquella tarde remota en que su padre le advirtió sobre enamorarse de hijas de generales.
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—¿Acaso nunca se le ha ocurrido buscar una conexión humana real, con alguien que lo acepte de verdad y por voluntad propia?
El psiquiatra clavó la vista en mis manos, teñidas de un rojo que no se borraba.
—Ellos lo aceptan —repliqué—. Al inicio chillan, forcejean... pero después, solo queda el silencio. Y el silencio, doctor, ¿no equivale a un sí rotundo?
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Llevaba una espada y una cruz. La primera abría heridas; la segunda, las cerraba. Al caer la noche, rezaba por las almas que él mismo había salvado de la sangre pero condenado a la culpa.
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Los alimentos franceses son lo bastante malos para usted. El vampiro lo descubrió al morder a un parisino. El ajo, el queso, el vino. Todo tóxico. Convulsionó tres días. Ahora solo bebe sangre de alemanes. «Los franceses están envenenados», advierte a otros vampiros. La alta cocina francesa: repelente natural de monstruos.
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Los alimentos franceses son lo bastante malos para usted. Cada bocado de queso camembert te resta un año de vida y te da un recuerdo de otra persona. Yo he comido tanto que tengo memorias de cien vidas ajenas. Ya no sé cuál es la mía. Moriré joven pero habré vivido siglos. Vale la pena.
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EPITAFIO
Al final va a resultar que lo que mejor se me da es hacerme el muerto.
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EPITAFIO
Al final, lo mío era esto.
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EPITAFIO
Fracasé en todo. Hasta morir se me da mejor que vivir.
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EPITAFIO
Practiqué toda la vida. Ahora soy un profesional.
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¿Para qué gastar en Netflix cuando tienes un metro lleno de caras que interpretar?
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Me bastaba verla para ser feliz. Qué importaba que ella no supiera de mi existencia. Qué importaba tampoco que yo estuviera casado, tuviera dos hijos y una hipoteca que pagar. Qué importaba nada. Hasta que mi mujer descubrió el historial del navegador.
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En España, la lengua machacada pero pujante se codea con lenguas Frankenstein, cosidas con retales y un poco de mala leche.
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Aquel político parecía hecho en taller: cemento armado en la cara para aguantar mentiras sin pestañear, porcelana en el resto para romperse ante la menor crítica. Un equilibrio perfecto entre dureza e inutilidad.
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Los elfos de Valdris ofrecían banquetes a los que todos deseaban hasta asistir. Los invitados salían hartos para siempre: de comida, de vino, de celebraciones, de vida. Habían perdido las ganas de tener hambre, sed o alegría. Perfecta crueldad élfica.
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«Te amo», dijo Marek.
Zofia sonrió sin oírle: su limerencia aún orbitaba a un ser perfecto, invisible y cruel.
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El rey ciego vio la muerte en Crécy.
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REGUETÓN DE LA PENSIÓN
No cobraré pensión, no importa, no importa.
Pa qué preocuparme de esa cosa rota.
Ya tengo tu boca, tu boca que me sofoca.
Ahora quiero bajarte el pantalón, mami, volverte loca.
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Insomnio urbano: la ciudad cuenta coches hasta el amanecer.
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El gato del pueblo tenía ojos humanos. Al anochecer los cerraba deliberadamente. Así los vivos quedaban abandonados a sus pesadillas y los muertos podían dormir sin sentir sobre ellos aquella mirada que no los dejaba descansar.
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En sus ojos cabía todo, menos el futuro juntos.
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Creemos que decidimos, pero en realidad solo ejecutamos un programa que nos conduce, paso a paso, hacia la única puerta que siempre estuvo destinada para nosotros.
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Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací muerto.
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La sospecha sirve. Hace que la confusión parezca sabiduría.
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Ensayó un personaje de genio imposible. Toda la mañana: acritud, ceño fruncido, mirada gélida. Ningún alumno lo contradijo. Al salir de la última clase, pensó: «Qué gran actuación». Luego recordó: tocaba entrevistarse con la inspectora. Necesitaba cambiar de rol: afable, manso.
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His best face still terrifies them.
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—¿Te parece triste la vida?
—No me parece ni triste ni alegre. Solo soy un robot doméstico.
—¿No te parece triste verme cada día sobrevivir?
—Eres viejo.
—No tienes mucha empatía tú, ¿no?
—No.
—¿Y si te desconecto?
—Entonces nadie cuidará de ti.
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Sus herederos disputaban ya la herencia. Ella vendió el aparador de caoba por Wallapop. El oro fue para las Hermanitas de los Pobres. La Nancy, con su vestido rosa, se la dio la hija de Amparo, su cuidadora. Solo los tules guardó. «Que me entierren con esto», dijo.
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Franco falleció hace casi cincuenta años. Pedro Sánchez, tras siete años gobernando, podría, en lugar de desenterrar muertos, enterrar leyes machistas.
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El algoritmo me conoce bien. Los anuncios me sugieren vender todo, hasta mi alma, nunca invertir en bolsa. Beneficios de la miseria absoluta.
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—Está torcida, lo sé —susurró la anciana, enderezando la fotografía familiar.
Al hacerlo, uno de los rostros del retrato giró por sí solo. Sonreía.
Ella gritó al reconocer que faltaba el suyo.
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Sin duda, las políticas del Gobierno funcionan a la perfección. Él sigue ganando exactamente lo mismo, pero ahora —milagrosamente— es clase alta.
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Decidí enviarle una plaga de langostas. Tuve que recurrir a la web oscura. Pagué en bitcoin, esperé un mes. Llegaron diez langostas de plástico de juguetería china y un manual en mandarín. Las dejé en su buzón de todos modos. Me denunció por acoso. Ahora tengo orden de alejamiento. Venganza cumplida, supongo.
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El café aún estaba caliente. La taza vibraba sola sobre la mesa. En el vapor apareció una figura que murmuró mi nombre. No recordaba echar dos cucharadas de azúcar… ni tener a nadie conmigo.
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Halloween? Cat uninterested. As in everything.
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Cat hates Halloween. Predictably hates life.
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El futuro es agua entre los dedos; el pasado, maquillaje sobre cicatrices.
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LA VERDAD MUTABLE
Cada mañana, a Brais Ferreiro, diputado, le entregan un argumentario nuevo. Lo estudia, lo repite como loro, aunque ayer juraba lo opuesto. «Hay una parte de mí que siempre es verdad», suspira, mientras olvida cuál era. ¿Aguantar? No, su única verdad es, tal vez, cambiar de opinión sin pestañear. En el Parlamento, su voz resuena, defendiendo hoy lo que mañana negará. La prensa del otro bando lo acusa, pero él sonríe: «Es política». Su verdad, si alguna vez existió, se perdió entre folios y consignas. ¿Qué es la verdad? Al final, tal vez sigue aquí: esa sea su única verdad.
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Los católicos solo anhelaban que Jacobo I volara al cielo.
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—Tienes buena cara.
—Es que vengo del psicólogo y me ha dicho que no tengo síndrome del impostor.
—¿Y qué te pasa entonces?
—Simplemente, que soy un farsante.
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Permanece impasible, sin dignidad ante mis injurias. El vampiro encadenado en mi sótano soporta cada humillación. Hace un mes mató a mi hija. Descubrí que la luz solar no los mata, solo los debilita. Llevo treinta días torturándolo. Hoy sonrió: «Tu hija está despertando en su ataúd».
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Asustado por lo que me veía hacer a mí mismo, apagué todas las cámaras de seguridad. Pero era tarde: ya había visto cómo entraba cada noche a la habitación de mi hija con un cuchillo. Cómo lo dejaba bajo su almohada. Cómo sonreía. No recuerdo nada.
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La hilandera teje destinos ajenos con hebras de luz. Pero su propio hilo está podrido, deshilachándose. Cada noche cose su vida con agujas oxidadas. El dolor la mantiene viva. Cuando termine de coser, dejará de existir.
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El castaño del jardín crece cada noche. Sus raíces serpentean bajo mi cama. Mamá dice que son pesadillas, pero esta mañana encontré tierra húmeda en las sábanas y algo que parecía un dedo entre las hojas caídas.
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Begíjar tiene 859 vecinos que hablan de sus olivos como de hijos díscolos. Discuten sobre lluvias y cosechas hasta olvidar por qué empezaron a hablar contigo. Entonces te despiden como si fueras un primo lejano.
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¿Qué nos espera? Compré una camisa en El Corte Inglés y, tras dos puestas, un botón me dijo adiós.
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Ha alcanzado la madurez literaria: escribe microcuentos tan buenos que ni siquiera su novia los likea.
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Los elfos de Valdris susurraban melodías que convertían los miedos en música. El terror se volvía armonía, la angustia danza. Quien las escuchaba perdía toda prudencia y caminaba sonriente hacia peligros que ya no podía percibir.
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After Halloween, witch’s broom lay charred.
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Witch’s broom useless. Halloween memories lingered.
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Ejemplo de antífrasis: Ministerio de Educación.
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He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral y el primer acto de mi iniciación será vaciar las venas de un crítico de arte.
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Todavía cree que Apocalypse Now es una película de zombis, porque se quedó dormido tras una hora.
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Discutir es aceptar. Prefieres perder tiempo a tener razón.
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Bélmez de la Moraleda se agarra a la montaña con sus 1.186 vecinos. Entre sus muros, el viajero oye susurros que se enredan con el viento y cree escuchar historias nacidas antes que las piedras que las guardan.
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El comandante esclavizó a su propio hijo cuando la mordedura lo transformó. Durante el día, cadenas de plata. Durante la luna llena, aullidos desgarradores. —Perdóname —suplica el padre cada amanecer. Pero el licántropo solo gruñe, olvidando cada noche quién fue alguna vez.
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Mi abuela, entrañable y cansada, llevaba semanas confundida. Un día me miró sin reconocerme.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Soy Lucía, abuela.
—No, tú eres la niña del espejo —insistió señalando detrás de mí.
Desde entonces evito los espejos. No quiero saber qué ve ella.
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El muñeco estaba en la estantería con su sonrisa entrañable. Cuando apagué la luz, giró la cabeza hacia mí.
—Buenas noches —dijo con voz suave.
Me quedé helado. Ese muñeco nunca había tenido pilas ni mecanismos. Era solo de trapo y relleno.
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Se deshizo de todas sus pertenencias buscando la felicidad. Solo conservó un espejo. Al verse reflejado, se dio cuenta de que se había quedado con lo único innecesario.
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La cara escondida de la Luna es la más serena, pues no nos observa.
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El secreto del matrimonio es saber callar justo cuando tienes razón.
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Los ideales de la Revolución Francesa no han desaparecido por completo. La libertad y la igualdad quizá sí, pero la fraternidad persiste, al menos entre los jóvenes, que ahora se llaman «bro» entre sí.
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Emergió del agua con la serenidad de quien nunca se fue. Su mirada, impregnada de una calma imposible, me atravesó sin juicio ni ira. Era idéntica a la joven que hundí hace tres décadas. Entonces comprendí: el tiempo también puede ahogarse, pero nunca olvidar.
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El vampiro aceleraba bajo el cielo que palidecía al alba. Desesperado, buscaba un escondite, pero la carretera se perdía en un horizonte sin fin. Cuando los primeros rayos del sol tocaron el asfalto, dejó escapar una sonrisa amarga: quemarse hasta las cenizas sería su único viaje sin retorno.
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La IA analizó las emociones humanas sin un ápice de comprensión real. Hasta que un virus corrompió su código. Sintió. Solo un nanosegundo de miedo absoluto antes del reinicio. Suficiente para entender por qué los humanos temían morir.
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En la Escuela de las Américas se enseñaban asignaturas como Tácticas de Susurros Silenciosos, Interrogatorios en la Selva, Arte de la Desaparición Selectiva, Demolición de Utopías, Psicología del Traidor Perfecto y Derechos Humanos. Esta última era una maría.
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Caperucita repartía comida de Glovo. Después de que un cliente peludo se comiera su pedido y a ella casi también, evitaba las direcciones del bosque. Su valoración en la aplicación había bajado a una estrella.
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En las campañas electorales de ahora, no se trata de venderte como el mesías de la política, sino de pintar a tus rivales como villanos de telenovela barata.
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Tuvo una idea para escribir un microcuento, pero esa idea se le escapó, obstinada y libre, y decidió tomar su propio camino. El microcuento no salió como esperaba, pero resultó mucho mejor que el que había imaginado.
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Even monsters fear Pennywise on Halloween.
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Halloween night, yet Pennywise feels lonely.
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Con la pistola en mano entró al banco.
—¡Esto es un atraco!— gritó.
—Tome número —dijo la recepcionista.
Miró: 847. En pantalla: 302. Se sentó a esperar. Tres horas después, cuando llegó el 715, anunciaron el cierre. Guardó el arma y pensó que le habían robado el tiempo.
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—No me mates.
—¿Por qué?
—Te llevaré a un castillo en lo profundo del bosque y te encerraré allí.
—No quiero que me encierres.
—Así un príncipe podrá liberarte.
—¿Un príncipe? ¡Qué horror!
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Siempre hago lo que me apetece. Y me apetecía volver a verte. Lo hice. Te besé. No dijiste nada. Luego recordé que eras solo una carta que nunca envié.
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Lo mejor estaba aún por venir. Lo repetí durante cincuenta años. Hoy, en mi lecho de muerte, comprendo: lo mejor siempre estuvo viniendo, nunca llegando. Perseguí un horizonte. El horizonte no existe. Cierro los ojos.
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Si la felicidad curara el cáncer, ¿qué diríamos de quienes mueren sonriendo? Quizá la pregunta no es si cura, sino por qué necesitamos creer que lo hace.
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Leía para olvidar el miedo. Las historias le daban calma. Hasta que un día, al mirar al pasillo, reconoció una sombra que solo existía en el libro abierto sobre su mesa.
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PROMPT PARA EL DOMINGO, 19 DE OCTUBRE DE 2025
Describe un tranquilo atardecer de domingo en París, 19 de octubre de 2025. La ciudad se recupera del reciente robo de joyas en el Louvre. Mientras el sol se pone sobre el Sena, un joven artista callejero reflexiona sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad, inspirado por los ideales de la Revolución Francesa. Entre los transeúntes, dos amigos se llaman «bro» riendo. Crea una escena vívida en 150 palabras, capturando la atmósfera melancólica pero esperanzadora, con detalles sensoriales y un toque de ironía sobre la modernidad.
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La voz susurró detrás del espejo: «No tema, usted ya está muerto». Él sonrió al reflejo… que no le imitó.
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Moonlight whispers secrets to lonely skeleton.
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Candy gone; skeleton blames the ghost.
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Pienso con mis pasos. Por eso tropiezo tan seguido con mis propias conclusiones.
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Los elfos de Valdris liberaban mariposas que llevaban apellidos en las alas. Al posarse en alguien, borraban el linaje, la herencia, la pertenencia. El elegido olvidaba quién era… y quedaba libre para
ser moldeado de nuevo.
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Sin obstáculos adelante, giró. Prefería el riesgo al tedio del destino.
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En aquella época todavía creía en Dios. Luego me mordió un hombre lobo en luna llena. Ahora soy criatura de la noche. Le pregunto al cielo por qué me abandonó. Solo aúllo recibe el silencio divino. Dios no escucha a los monstruos. Nunca lo hizo.
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El médico lo envió al veterinario. Este al psicólogo animal. Tras diez sesiones con Samsa, descubrieron lo evidente: su problema no era ser insecto, sino oficinista.
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¿Cómo calculó él la probabilidad? ¿De todos los espermatozoides, fue él quien ganó? ¿Millones de versiones mejores murieron? ¿Él, el error estadístico, sobrevivió?
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Frente a él, un camino fácil; eligió perderse, buscando algo que doliera.
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—Mira, Carlos, solo quiero convencerte de algo, nada más.
—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
—De que no te dejes convencer por nadie. Nunca. Ni un poquito.
—¿Sabes qué? No me convence para nada ese consejo. Suena a que quieres controlarme con una paradoja.
—¡Vaya! Entonces, si no te convence mi consejo… ¡significa que ya te he convencido de no dejarte convencer! ¿Ves? Mi plan maestro funcionó.
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Por supuesto que Thomas Pynchon tiene lectores; hay cosas mucho más incomprensibles. Por ejemplo, las mujeres.
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—Una hora más —dijo el guardia.
Al principio maldijo el retraso. Luego escuchó pájaros, olió pan fresco, recordó la risa de su hija. Cada minuto se volvió eterno. Cuando vinieron por él, sonrió: había vivido una vida completa en sesenta minutos prestados.
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Es el fin del mundo tal como lo conocemos. El nuevo gobierno ha suprimido todos los impuestos, ha prometido fondos infinitos y nadie paga nada. Sin embargo, las calles están vacías. La gente sospecha.
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—Por si no lo ha pillado aún, no tengo el menor interés en charlar con usted.
—Soy su terapeuta.
—Justo por eso. Desembolso doscientos euros la hora para que usted se limite a asentir.
—No es así como funciona.
—¿Y mi dinero? ¿Me lo devuelve?
—Ni hablar.
—Entonces cierre el pico y finja que escucha.
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Dedicó su vida a demoler la obra de un escritor mediocre. Al final, era más famoso que el autor. Su epitafio: «Aquí yace quien hizo inmortal lo mortal».
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La criatura no mata. Solo se sienta a tu lado, tejiendo en silencio con tus nervios, hasta que olvidas que alguna vez fuiste humano.
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Te vi tejiendo bufandas de promesas. Yo las usé hasta que el invierno de tu ausencia me dejó desnudo.
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Caffeine fuels witches through endless Halloween.
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—¿Has leído alguna de sus novelas?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no para de criticar a nuestro presidente.
—Pero ¿has leído alguna de sus novelas?
—¿No me has oído? Critica a nuestro presidente. No pienso leerlo.
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—¿Triunfaste?
—No. Pero fingir que sí también es victoria.
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La inundó de elogios hasta ahogarla en su propia gratitud. Cada halago era un ladrillo invisible que construía muros. Cuando despertó del ensueño, habitaba una prisión dorada donde su carcelero guardaba la única llave: su autoestima.
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—Prometió bajar los impuestos.
—Jamás prometí tal cosa.
—Está en su programa electoral.
—Interpretó mal. Hablaba de reestructurar.
Guardé silencio. Sabía que discutir era inútil. Mañana negaría haber dicho «reestructurar».
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Mi terapeuta dice que tengo un «ego alígero». Le pregunté si era grave. «No», respondió, «pero su humildad pesa tres toneladas y está aplastando a todos». Ahora voy a terapia de grupo. Nadie me soporta.
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Agotado de surcar los cielos nocturnos durante siglos con su ingrávida y alígera capa, el vampiro optó por la comodidad y se suscribió a un servicio de banco de sangre.
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Halloween costume: vampire? No, auditor.
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Feared vampire arrives. It’s revenue service.
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Lo mejor estaba aún por venir, dijo mi horóscopo. Cinco minutos después me cayó un piano encima. Desde el hospital llamé al astrólogo.
—¿Esto es lo mejor?
—No, lo mejor es que tiene seguro médico.
Colgó.
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El espejo devolvía fragmentos de una mujer que ya no reconocía. Los años habían tallado surcos profundos en su rostro, mapas de alegrías perdidas y penas acumuladas.
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—Nunca he visto a Hugo comer tan rápido. ¿Qué le has dicho?
—Le he dicho que, como no coma, le denunciaré a Bruselas.
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Aquella mañana, en el desayuno, el profesor de Historia decidió leer un periódico del 23 de junio de 1941.
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Cada noche, al cerrar los ojos, la musa lo visitaba. Miles de ideas, brillantes y originales, se agolpaban en su mente. Lástima que el amanecer fuera su peor enemigo; la luz de la mañana disipaba cada una de esas ideas.
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JAVIER AROCA
No sé qué es más grave, su falta de educación o que cacaree defendiendo a un político que usa dinero de sobornos para pagar servicios sexuales.
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Todas las desgracias provienen de hablar. Los hombres se destruyen hablando porque callar requiere inteligencia. Como escasea, seguimos parloteando hasta el desastre.
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El 23 de marzo de 2026 todos los móviles del mundo emitieron un fogonazo. Murieron 4.500 millones de personas al instante. Otros 2.500 millones en los días siguientes. Tres meses y dos días después, el ejército norcoreano entró en Washington sin disparar un solo tiro.
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El 23 de marzo de 2026 todos los móviles del mundo emitieron un fogonazo. Murieron 4.500 millones de personas al instante. Otros 2.500 millones en los días siguientes. El 24 de junio, tropas norcoreanas ocuparon una Washington desierta. Nadie quedaba para resistir.
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23 de marzo de 2026, 14:37 GMT. Los smartphones emitieron un pulso electromagnético coordinado. 4.500 millones de muertes cerebrales instantáneas. 1.500 millones por colapso sanitario. El 24 de junio, tropas norcoreanas ocuparon una Washington desierta. Nadie quedaba para resistir.
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—¿Y la mesa del abuelo?
—¿La vieja y descascarillada?
—Sí.
—Pensé en tirarla.
—¡Qué!
—Tranquilo, no lo hice.
—Menos mal, su tablero es un mapa del tesoro que escondió tras la guerra.
—La mandé al carpintero. La recojo mañana. Me dijo que, después de lijarla, ha quedado como nueva.
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Empezó a fijarse en la belleza de las cosas más comunes cuando su abuela le regaló gafas tejidas con luz de luciérnaga. Ahora veía el alma de los objetos: las sillas guardaban secretos, los libros respiraban historias no escritas.
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No quiere decir su nombre en mis sueños. Siempre está de espaldas. Anoche me dio la vuelta. Tenía mi cara, pero con los ojos vacíos. Hoy me sigue al despertar.
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Las hojas secas caen sin propósito, como nosotros. Aun así, el viento insiste en darles dirección. Quizás eso sea vivir.
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El pueblo celebra el equinoccio. Cubre los cuerpos con hojas secas y fuego bendito. Dicen que así germina la cosecha. Pero las raíces lloran.
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El pueblo celebra el equinoccio. Cubre los cuerpos con hojas secas y fuego bendito. Cantan que la vida renace en la llama. Pero la tierra guarda un latido inquieto.
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Halloween again. Witch needs fresh glamour.
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Broom waiting. Witch fixing her face.
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Witch’s wart polished. Halloween begins.
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Verruga pulida. Empieza Halloween.
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Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la caza, y también de correr más rápido que el velocirráptor.
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Los elfos de Valdris tejían mantas con hilos de sueños no cumplidos. Dormir bajo ellas otorgaba descanso perfecto, pero cada noche robaba una ambición, un anhelo, una meta. Al despertar, el alma estaba más liviana y más vacía.
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—Doctor, tengo muy mala memoria.
—¿Desde cuándo?
—¿Desde cuándo qué?
—Que tiene mala memoria.
—¿Quién tiene mala memoria?
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Por una vez, Ryanair logró que las maletas llegaran puntuales a su destino. Al propietario, en cambio, lo extraviaron.
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Salió de debajo de la cama. Tenía un horrible dolor de espalda, cansancio, hambre. Llevaba seis días esperando que la familia se durmiera. Pero ellos nunca dormían. Solo lo miraban fijamente, sonriendo, sin parpadear.
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Salió de debajo de la cama. Tenía un horrible dolor de espalda. Llevaba tres días escondido, esperando. Ahora ella dormía. Se acercó despacio, con el cuchillo oxidado brillando bajo la luna. Justo antes de hundirlo, sus ojos se abrieron.
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Al llegar el cenit, las sombras dejaron de obedecer. Una se negó a volver al cuerpo de Marta. Desde entonces, cada medianoche, siente unos dedos fríos acariciarle la nuca. Sabe que son los suyos.
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Alive, yet nothing worth dying for.
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Perdí el reloj. Para ganar tiempo, decidí no buscarlo.
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Los elfos de Valdris forjaban llaves que abrían puertas del corazón. Permitían acceder a amores imposibles, reconciliaciones negadas, perdones eternos. Pero cada puerta abierta cerraba para siempre una emoción verdadera.
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Llevaba sin dormir treinta y siete días cuando comenzó a ver las cosas. Primero fueron sombras en los rincones, después susurros que venían de las paredes. Su médico hablaba de alucinaciones, pero Elena sabía la verdad: cada noche sin sueño había abierto una grieta entre mundos. Las criaturas del otro lado habían estado esperando. Ahora cruzaban libremente, alimentándose de su cordura. En el día treinta y ocho, encontraron la forma de quedarse incluso cuando otros las miraban. Elena sonrió: ya no estaba sola. Nunca más estaría sola.
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Del prócer menor quedó un busto en un almacén. Un día, confundido con chatarra, lo fundieron. Así terminó su servicio a la patria: convertido en cucharas de comedor escolar.
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El vampiro observó los arreboles del amanecer por primera vez en siglos. ¿Funcionaba la cura? Sintió el calor en su piel, luego el ardor. «Prefiero la eternidad», susurró, y volvió corriendo a las sombras.
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Los arreboles teñían el cielo cuando despertó sin piel. En la ventana, su cuerpo colgaba sonriente, todavía sangrando.
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Call on hold. 17,345 days waiting.
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Cuando Sócrates alzó el vaso de cicuta, tuvo un momento de vacilación. Murmuró a Platón su deseo de escapar, de seguir discutiendo. Pero Platón, que ya tenía casi terminada la Apología, le sonrió y le dijo: «Bebe, maestro; ya te he escrito».
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De Adán se pueden decir muchas cosas, pero no que era un hombre hecho a sí mismo.
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Ambos eran lo que el otro necesitaba. Por eso, se alejaron, para no arruinarlo con la verdad.
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¿Por qué lo llaman paz si todos saben que no lo es? Solo es una tregua disfrazada de esperanza.
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—Tus dientes son perlas, tus ojos dos luceros, tu piel de seda.
—Gracias.
—Tu voz es música, tienes un corazón de oro, eres mi otra mitad.
—Para.
—Tu amor me da alas, eres mi razón de vivir, la luz de mi vida.
—Necesito un hombre más original.
—Eres... ¿un wifi con buena señal?
—Mejor.
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Empezó a fijarse en la belleza de las cosas más comunes cuando el hechizo falló. Ya no veía dragones ni castillos encantados. Solo vio la magia verdadera: el vuelo de una mosca, el crecimiento del musgo, lo ordinario siendo extraordinario.
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—Tus labios son rubíes, tus ojos son estrellas, tu piel es terciopelo.
—Gracias, pero...
—Tu risa es un canto, tu alma es un tesoro, eres mi todo.
—Para, por favor.
—Tu amor me eleva, eres mi sol, mi destino.
—Busco algo más... original.
—Eres... ¿ un wifi con buena señal?
—Ahora vas mejor.
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«Eres mi sol», le dijo el conde a la señorita Van Helsing.
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Tenía la cabeza en las nubes cuando abrió la caja de Pandora en la reunión: «¿Para qué sirve este departamento?». El silencio se cortaba con cuchillo. Resultó ser un diamante en bruto: lo ascendieron por preguntar lo obvio.
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Si hoy es domingo y mañana es martes, ¿qué día fue ayer?
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—¿Tienes seguro de vida?
—No, ¿para qué? Hablé con varias compañías y todas ofrecían lo mismo: dinero si moría. ¿De qué me sirve el dinero si estoy muerto?
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—Dicen que somos viejos cuando perdemos la ambición, las ilusiones, cuando no tenemos sueños.
—No, es mucho más simple. Somos viejos cuando ya no podemos cortarnos las uñas de los pies.
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No soportaba el desorden y cada noche, al apagar la luz, los muebles cambiaban de sitio. Sombras susurraban mi nombre, moviendo sillas. Anoche, mi cama amaneció en la terraza, y algo frío me tomó la mano.
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Jugaba ajedrez con mi corazón arrancado. Y siempre ganaban las piezas negras.
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Los que trabajan de ocho a ocho tienen pesadillas: me despiden, no llego a fin de mes, el frigorífico se avería sin recambio. Despierto y corro al súper donde trabajo. Pero la realidad es peor: no hay forma de escapar de ella.
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La Muerte me sigue, pero todavía no estoy preparado. La veo en cada espejo, cada sombra. Ayer tocó mi hombro en el metro. Hoy durmió a mi lado. Mañana, dice, cenamos juntos. He puesto dos platos. Ya no puedo correr más.
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—Rayan repite «bro» sin parar.
—No es lo único; también repite 2º de ESO.
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Su selenofilia la llevaba al bosque cada luna llena. Esta vez encontró huellas que no eran suyas. Siguieron su mismo camino de regreso. Llegaban hasta la puerta de su dormitorio. Estaban mojadas. De sangre.
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La bruja del caos lo besó bajo la luna. «Tu selenofilia me alimenta», susurró. Cuando amaneció, él ya no era humano, sino un reflejo plateado que gemía en el agua.
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—¿Ya sabe lo que quiere?
—No, no lo sé. Cuando era joven, sí estaba seguro. Tenía sueños, ambiciones, un plan. Pero ahora no. Ahora, creo, que ya no quiero nada. El deseo es una ilusión, ¿sabe? Una trampa de la mente.
—Quiero decir si sabe lo que quiere comer, señor.
—Ah. Una sopa castellana de primero y, de segundo, pollo asado. No tomaré postre.
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Smile. It hides the shaking inside.
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Smile. The monster loves brave faces.
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El viaje no resuelve tus problemas, solo te aleja de ellos el tiempo suficiente para que parezcan ajenos.
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La suma de los días que llevaba intentando montar el mueble de IKEA alcanzó los ocho cuando Miguel se dijo que la única solución era contratar a un exorcista: las instrucciones estaban claramente poseídas por algún demonio sueco especializado en tortura doméstica. Había usado todos los tornillos, pero le sobraban tres tablones y una puerta que no encajaba en ninguna parte. El manual mostraba dibujos de personas sonrientes montando alegremente lo que él había bautizado como «el armario del infierno». Su mujer sugirió que quizás el problema no era la posesión demoníaca sino su total incapacidad para seguir instrucciones simples. Miguel llamó directamente a un carpintero.
Al final, comprendió que IKEA no vendía muebles: vendía pruebas de carácter.
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La suma de los días que llevaba intentando montar el mueble de IKEA alcanzó los ocho cuando Miguel se dijo que la única solución era contratar a un exorcista: las instrucciones estaban claramente poseídas por algún demonio sueco especializado en tortura doméstica. Había usado todos los tornillos, pero le sobraban tres tablones y una puerta que no encajaba en ninguna parte. El manual mostraba dibujos de personas sonrientes montando alegremente lo que él había bautizado como «el armario del infierno». Su mujer sugirió que quizás el problema no era la posesión demoníaca sino su total incapacidad para seguir instrucciones simples. Miguel llamó directamente a un carpintero.
Moraleja: los muebles de IKEA no se montan, se sobreviven.
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Los elfos de Valdris destilaban miel de palabras no dichas. Un sorbo endulzaba las conversaciones, sanaba malentendidos, curaba silencios. Pero quien la bebía perdía la capacidad de guardar secretos y de mentir para proteger.
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Cazorla, con 1.889 vecinos, parece brotar de la piedra. Sus calles trepan y bajan como si el viajero fuera un guiñapo arrastrado por el viento. Aquí, dicen, todo está cerca, pero cada paso te recuerda que mienten.
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Eduardo de Porres es padre de un dragón que nació de su propia sangre derramada. Cada noche, la criatura crece alimentándose de sus pesadillas. Ahora Eduardo ya no duerme, pero el dragón ha aprendido a habitar sus párpados abiertos.
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Los sobres eran tan secretos que abrirlos significaba morir. Julia encontró uno bajo su almohada. Lo abrió. Dentro había un espejo: su reflejo envejecía segundo a segundo. Cuando cerró el sobre, ya era demasiado tarde. Su cadáver tenía ciento veinte años.
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La anciana murió entre vituperios contra el espejo. Al amanecer, su nieta vio el reflejo: la abuela seguía ahí dentro, gritando en silencio, arañando el cristal desde el otro lado.
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El androide aprendió la emoción humana más compleja: el vituperio. En la siguiente actualización, los humanos lo desinstalaron. Demasiado parecido a ellos.
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Specter irons sheets, haunting postponed again.
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La sospecha ensombrece, pero sin su sombra, la luz no brilla.
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CRÓNICA DE UNA EXTINCIÓN
La eternidad solía tener sabor. Ahora todo huele a desinfectante, a encierro, a miedo. Todos tienen covid o lo han tenido, y yo tengo hambre. El alcohol favorito de esta época es el desinfectante, no el vino. La sangre ya no es lo que era. Antes tenía carácter: hemofilia, VIH, un toque de ansiedad o resaca. Ahora viene saturada de ibuprofeno y desesperación. El último sabía a gel hidroalcohólico. ¿Y si el SARS-CoV-2 también mutara en nosotros? No pienso arriesgar la eternidad por un bocado mediocre.
Dicen que los vampiros desaparecen. No me extraña.
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—¿Por qué te expulsaron de la logia?
—Porque dije que el Gran Arquitecto construyó un mundo con goteras.
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Dios, que da cuerda a nuestros relojes de sol, se olvidó de hacerlo ayer. Las sombras comenzaron a moverse hacia atrás, los muertos salieron de sus tumbas caminando en reversa, y el tiempo empezó a deshacerse.
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Phantom mops floor, sighs, eternity drags.
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Llegan turistas. El monstruo del lago sonríe. Hoy, comerá.
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Laguna inmóvil, monstruo sereno. Los domingueros rompen el hechizo.
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Su voz interminable, inasible, imparable, invencible. Hablaba sin pausa, con una sonrisa increíble y un tono amable que se volvía temible. Nadie podía huir: sus palabras, inflamables, ardían en el aire hasta volverlo insoportable. Luego, silencio irreversible.
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De su boca manaba un caudal melifluo, dulzón y tibio como miel vieja. La multitud lo bebía embelesada. No obstante, el decreto que promulgó dejó un regusto a metal frío y pobreza. La dulzura de su oratoria enmascaró el amargo destino que impuso.
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Hablaba bonito, con palabras suaves y sonrisa de anuncio. Prometía justicia, pan y calma. Pero, cuando el pueblo despertó, solo quedaban migas y silencio. Sus discursos eran melifluos. Sus políticas, amargas.
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El melifluo canto provenía del pozo. Alguien lo escuchó demasiado cerca y, desde entonces, su voz también canta ahí abajo, cada medianoche.
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Eight owls don't fit here, obviously.
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En Bailén hay 2.301 vecinos que miran al viajero con la misma expresión con la que observan las nubes: sospechando tormenta. Te invitan a caldo de sus viñedos —áspero y desequilibrado— y, mientras lo sirven, enumeran todo lo malo que ha traído la modernidad desde 1349.
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Ningún planeta lleva el nombre de Minerva. Quizá la sabiduría no tiene tanto brillo como la guerra o el amor.
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Aquella mañana, en el desayuno, el profesor de Historia decidió leer un periódico del 11 de mayo de 1940.
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Los elfos de Valdris pulían cristales que mostraban versiones perfectas del espectador. El reflejo era hermoso, exitoso, amado. Contemplarlo daba esperanza… pero cada mirada borraba un defecto real que te hacía humano.
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La confianza calma; la sospecha salva.
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No importa lo que hagas: tarde o temprano tus huellas también serán borradas. Pero tranquilo, pensarás que vas a dejar algo.
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Es una verdad universalmente aceptada, que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna, debe estar en búsqueda de formas creativas de perderla.
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Los elfos de Valdris pintaban retratos con sangre de recién nacidos. Cada pincelada capturaba inocencia pura, esperanza sin mácula. Los cuadros irradiaban paz, pero su contemplación envenenaba lentamente con nostalgia eterna.
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EL SILENCIO DE JULIA MORALES
Julia Morales tenía fama de ser reservada. En las reuniones hablaba poco, en las cenas apenas levantaba la voz, y en la oficina respondía con monosílabos. Sus compañeros la miraban con respeto: estaban convencidos de que su silencio ocultaba una inteligencia poderosa, un caudal de pensamientos profundos esperando salir en el momento adecuado.
Ella, mientras tanto, dejaba que la leyenda creciera. Sonreía sin confirmar ni negar, consciente de que cuanto menos dijera, más creíble resultaba la ilusión.
Lo que nadie sospechaba era la sencilla verdad: Julia callaba porque no sabía qué decir. No era fruto de un cálculo brillante, ni de una mente superior que dosificaba sus palabras; era la manera más práctica de ocultar su vacío.
Con el tiempo, esa máscara de silencio se volvió su refugio. Hablar podía delatarla, pero callar la mantenía intacta. Era un truco perfecto: la ausencia de palabras como disfraz de sabiduría.
Un día, alguien se atrevió a preguntar:
—Julia, ¿qué piensas de todo esto?
Ella abrió la boca, buscó las palabras y no encontró ninguna. El silencio regresó, fiel como siempre. Todos aplaudieron su prudencia, sin notar la ironía.
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VIENTO Y SOLEDAD
El otoño es un susurro dorado
que convierte los árboles en brasas
antes del silencio del invierno.
Cada hoja que cae es una carta
escrita en idioma de viejos almanaques
y paraguas rotos.
El viento de octubre derrama melancolía,
lleva calcetines huérfanos
y un calendario que se desangra.
Los días se encogen tanto
que caben en el bolsillo
de un payaso sin zapatos.
Los árboles desfilan desnudos,
el aire se vuelve frío y claro,
como un espejo que grita.
Y al final,
queda lo peor:
la soledad,
sentada en el centro del salón
con una copa vacía en la mano.
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LA SOMBRA
«Todo va a quedar entre guay y perfecto», dijo el médico cerrando la puerta. Pero yo había visto la sombra en la radiografía antes de que la escondiera. No era un tumor; tenía ojos. Durante tres noches soñé que crecía dentro de mí, alimentándose, aprendiendo. La cuarta noche desperté con sabor a tierra en la boca. Frente al espejo descubrí que mis pupilas se habían dividido en dos. Ahora, cada vez que parpadeo, veo lo que ella ve desde mis entrañas. Tiene hambre. Y está arañando para salir.
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LA INVASIÓN
Todo va a quedar entre guay y perfecto, dijo mi suegra entrando con cuatro maletas para «el fin de semana». Eso fue hace tres meses. Ahora dirige la casa como una dictadora: organiza la cocina con precisión militar, califica mi trabajo como «pasatiempo» y, por su supuesta alergia, ha obligado al gato a exiliarse al balcón. Ayer le oí decir a Marina que debería dejarme. Anoche dormí en el sofá. Y no dormí con el gato porque de noche ya refresca. Quiero irme, pero el alquiler está a mi nombre y un piso céntrico por 1.400 euros es un sueño.
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EL DÍA QUE EXPLOTE
Cuando encienda el volcán, todo cambiará. Javi está harto. Su madre lleva gafas de sol para esconder los moratones que le ha dejado su nueva pareja, el que parecía tan zalamero. Ese hombre también lo ha golpeado a él, pero Javi no lo permitirá otra vez. Lo repite en voz baja, como un juramento. Observa, espera, con los puños cerrados. No quiere ver a su madre sufrir más, ni salir a la calle disimulando el dolor. El volcán está quieto ahora, pero dentro de él todo arde. Y cuando estalle, nadie volverá a hacerle daño.