–¿Que cómo acabé aquí?
Sí, estaban interesados en mi historia.
–Todo se debe a mi mala suerte.
Les conté que viajaba en un barco que zozobró. Cuatro náufragos conseguimos subir a una minúscula balsa. Era evidente que en ella no había espacio suficiente. Alguien tenía que ser arrojado al mar. Decidimos que cada uno explicara a los demás por qué merecía salvarse.
El primero nos contó que estaba casado y tenía tres hijos. Su mujer sufría un problema físico y uno de sus hijos necesitaba continuas atenciones y medicinas costosas. ¿Qué sería de ellos sin a él le pasaba algo?
El segundo formaba parte de una investigación sobre el cáncer. Habían conseguido un medicamento que, aplicado en ratones, estaba logrando resultados positivos.
–Hemos analizado la importancia de los mastocitos en algunos tumores. Esto nos ha permitido desarrollar un fármaco que inhibe la quinasa necesaria para la maduración de las células cancerígenas –nos explicó.
El tercero dirigía una ONG que ayudaba a los niños del barrio de Kibera, en Nairobi.
–Trabajamos con los niños y sus familias. Estamos intentando que rompan el círculo generacional de la pobreza.
Y nos explicó que uno de sus apadrinados había logrado, incluso, entrar en la universidad.
–¿Y tú? –me preguntaron.
–Estoy pensando… ¿Por qué no nos lo jugamos a la pajita más corta?