martes, 23 de diciembre de 2025

Pequeña antología de silencios necesarios

Gustave, en Nochebuena nada de diseccionar la estupidez burguesa ni buscar le mot juste para el pavo. No analices el vacío existencial del turrón. Come, sonríe y deja a Emma fuera de la mesa.
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Dante, te lo advierto: nada de clasificar a mis familiares por círculos del Infierno durante la cena. El año pasado pusiste a mi cuñado en el octavo círculo por «fraudulento». Tampoco analices el Purgatorio mientras cortas el panettone. Sonríe y calla.
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Georgie, esta Navidad no conviertas la cena en un laberinto ni cites bibliotecas infinitas para negar el postre. El tiempo puede ser circular, pero el asado se enfría. Come primero; eterniza después.
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Quentin, cariño, es Navidad. No conviertas la cena en un debate sobre pies, baúles y venganza. No es el momento de explicar por qué Hitler debería morir tres veces ni de citar monólogos eternos. Nada de sangre, ni diálogos circulares, ni «imagina esta escena…». Sonríe, come pavo y deja el cuchillo tranquilo. 
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Pedro, en Navidad no cambies de postura entre el entrante y el postre, no prometas Ribera del Duero y luego sirvas vino peleón, y, por favor, no culpes a Franco si el pavo sale seco. Come y ya.
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Thomas, hoy no hables de desigualdad patrimonial, ni de impuestos progresivos a los regalos, ni de que el turrón reproduce el capital heredado. Brinda, reparte el postre y deja El capital en la estantería.
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Yuval, esta noche no expliques que la Navidad es un mito cooperativo, ni que el trigo nos domesticó, ni que los algoritmos ya creen más que nosotros. Come, sonríe y deja a la IA fuera del postre.
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Guillermo, amor, es Navidad. No hace falta explicar que el monstruo es bueno, el humano malo ni hablar de relojes, insectos y fantasmas tristes durante el postre. Come turrón y calla.
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Slavoj, te lo advierto: nada de explicar que Papá Noel es una fantasía ideológica del capitalismo tardío para perpetuar el consumo. Nada de analizar el pavo como síntoma. Queremos cenar en paz. Guárdate a Lacan para enero.
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Isabel, esta Nochebuena, prohibido hablar de soledad existencial, amores trágicos imposibles o muerte por cáncer durante la cena. Nada de silencios incómodos con miradas profundas. Y si alguien pregunta «¿cómo estás?», no conviertas la respuesta en monólogo de 40 minutos sobre la incomunicación humana.
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Franz, gracias a Dios somos judíos. Si celebráramos la Navidad, transformarías la cena en un proceso interminable, convertirías el brindis en una parábola sobre la culpa, el pavo te juzgaría en silencio y acabarías pidiendo perdón sin saber por qué.
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Kathryn, cariño, esta Nochebuena no analices la cena como zona de guerra ni hables de bombas, adrenalina y trauma masculino. Es pavo, no un artefacto explosivo. Brinda y baja la tensión.
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Byung-Chul, escucha: nada de decir que la Navidad es autoexplotación neoliberal disfrazada de afecto. No analices la cena como teatro de la positividad tóxica. Queremos celebrar sin que menciones el cansancio existencial. Por una noche, apaga tu crítica y enciende una sonrisa.
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George, esta Navidad nada de matar personajes queridos entre platos, no traiciones a nadie durante el postre, no organices una masacre familiar y deja de añadir subtramas al menú. Termina algo por una vez. Come y olvida Poniente.
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Simone, es Nochebuena. No declares que la Navidad es un constructo burgués opresivo, ni analices el pavo como destino impuesto. Hoy nadie nace para ser suegra. Come, brinda y suspende la ética existencial.
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Noam, escúchame bien: esta Nochebuena no menciones el imperialismo estadounidense, ni cómo la industria del turrón explota al Tercer Mundo, ni que los villancicos son propaganda del consenso manufacturado. Come, sonríe y cállate por una vez.
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Donald, en Navidad no digas que tu pavo es el mejor pavo de la historia, no culpes a los inmigrantes si se quema el asado, no amenaces con aranceles si alguien trae vino francés y, por favor, no conviertas el brindis en mitin. Come y deja el móvil.
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Rosa, es Navidad. No conviertas la cena en lección de desobediencia civil ni te niegues a ceder el asiento del pavo. Hoy resistimos al postre, no al sistema. Come tranquila.
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Luis, esta Nochebuena no conviertas la cena en un sainete coral sobre la miseria nacional, la censura y el griterío. Come, brinda y deja el caos para después del postre.
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Shirley, por favor, en Navidad, prohibido decir que la casa está embrujada, que el pueblo esconde rituales oscuros, o que la familia tiene secretos macabros. Nada de miradas paranoicas ni terror psicológico. Y si sales del sótano gritando, no digas que Hill House te llamó.
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Wisława, esta Nochebuena no se ocurra preguntar por qué nada ocurre dos veces, si alguien murió de amor en la familia, o reflexionar sobre lo efímero de masticar turrón. Nada de mirar escarabajos muertos con melancolía existencial. Y si haces preguntas filosóficas, máximo una. 
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Nassim, te lo advierto: nada de explicar que la Navidad es frágil ante cisnes negros. No hables de distribuciones de cola gorda mientras servimos el turrón. Tu suegra no quiere saber que estadísticamente esto acabará mal. Come, calla y no insultes a nadie esta vez.
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Wes, esta Nochebuena no encuadres el pavo en simetría, no dividas la cena en capítulos ni pongas narrador melancólico. Deja a los tíos vivos y la banda sonora apagada. 
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Amelia, es Nochebuena. No compares la cena con una ruta imposible, no calcules vientos cruzados sobre el pavo ni digas que podrías irte «solo un momento». Aterriza, brinda y quédate en tierra esta noche.
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Haruki, prohibido comparar la Navidad con un pozo metafísico. Nada de gatos que hablan ni de mujeres misteriosas que desaparecen en la cocina. Come el pavo sin mencionar a Kafka. Y por favor, deja de poner jazz mientras cenamos. Es Nochebuena; que el mundo sea normal, solo hoy.
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Marty, en Nochebuena no quiero voz en off culpable, ni planos secuencia alrededor del pavo, ni preguntas a los primos «como en un interrogatorio». Cena y sonríe. La mafia descansa hoy.
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Marcel, en Navidad no pases tres horas describiendo el sabor del mazapán, no analices cada recuerdo involuntario que te provoque el turrón, no disecciones el aroma del asado en frases interminables y, por favor, sal de la cama. Por una vez, come y abrevia.
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Margaret, deja el monetarismo en el abrigo. Si privatizas el pavo y recortas la salsa por «eficiencia», arruinas la Navidad. Recuerda: esta noche sí existe la sociedad… la familia.
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Friedrich, esta Navidad nada de proclamar la muerte de Dios entre el cordero y el postre, no filosofes sobre la voluntad de poder mientras abres regalos y, por lo que más quieras, no llames «rebaño» a la familia. Brinda y punto.
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Querida Margaret, por Dios, no menciones en la cena de Navidad que «no existe tal cosa como la sociedad». Dirás que esta familia es un mito colectivista, que cada uno pague su porción de pavo y que los villancicos son subsidio estatal al ocio. ¡Con tu austeridad nos dejas sin espíritu navideño, cariño! 
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Frida, es Navidad. No conviertas la cena en autorretrato con espinas, sangre y vísceras emocionales. No analices el dolor del pavo ni nuestra relación frente a tu madre. Brinda, come y deja el sufrimiento para el lienzo.
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Stanley, NO analices la simetría del pavo. NO compares la cena con rituales paganos. NO menciones que Papá Noel es un panóptico consumista. Y POR FAVOR, no refilmes el brindis 127 veces.
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Olympe, en Nochebuena no proclames una Declaración de Derechos del Pavo y la Pava, ni pidas igualdad en cada plato. Guarda la guillotina retórica, cena tranquila y deja la revolución para mañana.
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Guy, tesoro, prohibido narrar la cena con flashbacks y cámara lenta. Nada de apostar el pavo en una partida de póker clandestina. No conviertas el intercambio de regalos en un atraco. Nada de jerga criminal. Y si aparece un maletín sospechoso, no lo abras durante el postre.
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Pedro, esta Nochebuena, prohibido convertir la cena en melodrama. Nada de hablar de deseos irracionales que llevan a la perdición, secretos oscuros familiares o venganzas retorcidas. Si alguien está en coma por el turrón, no es momento para un monólogo sobre soledad. Come, brinda y guarda el melodrama para tu próxima película.
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Marie, en Nochebuena no traigas frascos que brillan, ni midas la ionización del pavo, ni digas que el turrón «emite». Guarda el radio, lávate las manos y deja la ciencia reposar.
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Jean-Paul, esta Nochebuena no filosofes sobre la libertad radical mientras abres regalos, no llames acto de mala fe creer en la Navidad y guarda tus cigarrillos. El infierno son tus monólogos. Come y existe en silencio.
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Emmeline, es Navidad. No conviertas la cena en mitin, no encadenes a la mesa ni declares huelga de pavo por el voto femenino. Hoy rompe el pan, no escaparates. La revolución, mañana.
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Stephen, en Navidad, nada de transformar a Papá Noel en entidad demoníaca, no conviertas al muñeco de nieve en asesino psicópata, no declares que el árbol sangra por las noches y, por favor, no encierres a nadie en el sótano. Come sin inventar pesadillas.
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Jane, esta Navidad, prohibido analizar las rentas anuales de cada invitado, juzgar si el cuñado es «pretendiente adecuado» por su patrimonio, o lamentarte porque no heredaste nada por ser mujer. Nada de casar estratégicamente a tus sobrinas. La razón no debe gobernar todo.
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David, esta Nochebuena no repitas la cena veinte veces, no apagues las luces «por atmósfera», ni conviertas el turrón en sospechoso. Come caliente. La perfección puede esperar a enero.
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Emily, este año prohibido encerrarte en tu cuarto vestida de blanco, hablar obsesivamente de muerte e inmortalidad, o preguntar si alguien ha visto pasar la Muerte en trineo. Nada de melancolía existencial ni soledad voluntaria. Y sal a saludar, que llevas 20 años ahí metida.
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John, cariño, esta Nochebuena nada de discursos sobre el verdadero hombre, el Oeste salvaje ni amenazas de duelo al cuñado vegano. Guarda el revólver, baja la voz grave y mastica el pavo sin conquistar el salón.
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Gabrielle, es Navidad. No declares el pavo «demasiado recargado», no abolas los lazos del árbol ni proclames que el villancico pasó de moda. La sobriedad mañana; hoy, un poco de brillo.
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Fiódor, esta Navidad nada de debatir sobre el sufrimiento redentor antes del primer plato, no analices el alma atormentada de cada invitado y deja de apostar la herencia. Brinda sin drama existencial.
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Arturo, esta Navidad no transformes el brindis en duelo de esgrima, no conviertas la sobremesa en asedio de Flandes, no clasifiques a los invitados entre «lectores decentes» y «chusma ignorante» y guarda tus nostalgias bélicas. Es una cena, no Lepanto. Come turrón.