lunes, 22 de diciembre de 2025

Trabajos de Navidad

Sales de casa con prisa después de despedirte de tu mujer. El cielo está bajo, gris. Portland en diciembre siempre parece a punto de derrumbarse. Llevas a tu hijo de la mano. Tommy arrastra la mochila por el asfalto. Dentro va el último trabajo antes de las vacaciones de Navidad. Cartulina, pegatinas, rotuladores. Bien para un niño de cuatro años. O por lo menos tú lo piensas.

En la puerta del coche piensas que es el último día. Eso te tranquiliza. Dos semanas sin ese edificio.

El colegio se llama Bridges Treehouse Preschool. Fachada de ladrillo, dibujos de renos en las ventanas. El Grinch asomado a una ventana. Padres hablando en corrillos pequeños, como si compartieran secretos. En realidad, todos hablan de lo mismo.

Duncan MacAllister.

—Dicen que se ha largado —dice Patricia Henson, abrigo largo, pelo rubio demasiado cuidado—. A Las Vegas. Con una compañera de trabajo.

Lo dice con seguridad. Como si lo hubiera visto subir al avión. La policía investiga, añade alguien más. Duncan lleva varios días desaparecido. Su hijo no ha venido hoy. El pequeño Liam.

Asientes. No dices nada.

En el aula, la profesora cuelga los trabajos en una cuerda. Estrellas, elfos, árboles torcidos. Luego está el de Madison Clark. Perfecto. Cortes rectos. Letras alineadas. Su madre sonríe.

—Lo ha hecho ella sola —dice—. Como ya sabe leer.

Mis cojones, piensas.

Miras a Tommy. Mira el suelo. Su trabajo es torpe. Sincero. Te arde algo en el pecho. Piensas en una cueva. En silencio. En oscuridad. En llevar a esa mujer allí y dejarla hablar sola, con su voz rebotando en la roca.

Te despides. Tommy no llora. Eso te alivia.

Conduces al trabajo. Eres contable. Oficina pequeña. Moqueta gris. Tu colega se llama Frank Miller. Exmilitar. Primera Guerra del Golfo. No habla mucho de eso. Tiene las manos grandes y un tic en el ojo izquierdo cuando se enfada. Lo consideras un colega. Tú también estuviste en la guerra. En una especie de guerra.

Un mensajero está en la puerta. Joven. Uniforme azul.

—Es para el padre del señor Miller.

Frank no está. Dices que no puedes recogerlo. Que ya irá él a la oficina.

—Si no se recoge, tengo que marcarlo como envío no aceptado —dice el mensajero.

Le miras. Piensas en burocracia. En papeles que vuelven. En cosas que se pierden para siempre. Piensas en la cueva.

—No lo recojo.

El mensajero se va. Cierras la puerta.

Vuelves a pensar en la cueva. Está cerca de la garganta del río Columbia. Has estado allí cinco, seis veces. Humedad constante. Ratas. Un sitio donde el tiempo no importa. Tendrás que volver en unos días. A recoger la cámara. ¿Por qué la pusiste? Ni siquiera estás interesado en saber si ese imbécil está todavía vivo.