miércoles, 8 de julio de 2015

El Hombre Sin Suerte

Como muchos otros, fue obligado a entrar en el Laberinto. Daba por hecho que, como era un Hombre Sin Suerte, jamás lograría encontrar la salida. No superaría esa prueba, como tampoco había logrado superar otras.

Recorrió los pasillos arrastrando los pies, amargado por el pensamiento atroz de que nunca abandonaría el Laberinto.

–¡Qué mala suerte tengo! –exclamó.

De repente, sin saber muy bien cómo, se encontró delante de la puerta de salida.

–Ha sido demasiado fácil –dijo el Hombre Sin Suerte–. Algo ha ido mal.

Por eso, se adentró de nuevo en el Laberinto.

Allí sigue, perdido.