miércoles, 25 de octubre de 2017

Una tila

–La noche iba bien. Muy bien, en realidad. La acompañé hasta la puerta de su casa y charlamos.

–¿De qué?

–No lo recuerdo. De todo. De nada. De pronto me invitó a subir a su piso a tomar un café.

–¿Y qué hiciste?

–Subí.

–¿Y…?

–Tuve que pedirle una tila.