El Lorazepam le hacía el mismo efecto que un caramelo. Tomar Zolpidem sólo le garantizaba un rato de descanso. El médico del sueño tuvo que recurrir a un remedio absolutamente radical. Para dormir a pierna suelta le recetó que leyera todas las noches un par de páginas de Alain Robbe-Grillet.