Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Yo llevaba tiempo preguntándole quién la había dejado embarazada. Siempre me había respondido lo mismo:
–Lo sabrás cuando llegue el momento.
Por fin, el día de mi vigésimo cumpleaños, mi madre me habló de Pedro Páramo.
–Cuando le veas, dile que no le he olvidado –me dijo.
Cuando llegué a Comala, no tardé en dar con él.
Le disparé el primer perdigonazo en la entrepierna, por lo que le había hecho a mi madre. El segundo le reventó el pecho.