domingo, 9 de diciembre de 2018

Mi mujer

Levanté la vista del libro y la vi. Mi mujer. Con los brazos cruzados.
–Te gusta leer más de lo que te gusto yo –me dijo.
Para que se diera cuenta que no era verdad –y porque el libro que estaba leyendo, la verdad, era muy aburrido– me arranqué los ojos.
–No te has arrancado los ojos para no leer sino para no verme, porque piensas que soy fea. Además, seguro que ahora te pondrás a aprender el alfabeto braille y leerás con los dedos.
Desde luego, me corté las manos.
–¿Es que no te gusta acariciarme?
–Así no podré leer con los dedos –le dije.
–No, no mientas. No te gusta acariciarme. Es por eso que te has cortado las manos. Lo más importante para ti son tus malditos libros. Ahora los escucharas.
–¿A qué te refieres?
–No te hagas el tonto. Tienes el coche lleno de audiolibros. Ahora te pondrás a escucharlos en casa y no me harás caso, a mí, a tu mujer.
Me corté las orejas, pero no para no escuchar los audiolibros, sino para dejar de oírla.