sábado, 8 de diciembre de 2018

Papelera

Marguerite Yourcenar: “Hubo lo bueno y lo regular, así como lo peor”.

Le tendí la mano. Me subió por el brazo. Conseguí detenerlo cuando ya estaba manoseándome la teta.
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No había forma de que nos entendiéramos. A mí me gustaba por la noche; a ella, por la mañana. Tuvimos que pedir cita con el consejero matrimonial. Nos dijo que todo nos iría bien si estuviéramos separados por ocho husos horarios.
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El revolucionario le dijo al dictador que, mientras le quedara un soplo de vida, le seguiría odiando.
–Yo, por mi parte, no te odio –le replicó.
Y ordenó que lo fusilaran.
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LA PRINCESA Y EL DRAGÓN
Empujé la puerta del castillo y entré en el patio. Allí estaba esperándome el monstruoso dragón. Abrió la boca. Me cubrí con el escudo, temiendo que me escupiera una bola de fuego. Nada. El dragón estaba diciéndome algo. ¿Qué? Desenvainé mi espada y me acerqué a él. Se la clavé. El dragón cayó al suelo. Fue entonces cuando advertí que llevaba una cadena en una de sus patas. Apenas tiempo de pensar en ello porque la princesa apareció por una puerta.
–¡Mi libertador! –exclamó.
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Estaba descansando debajo de un árbol cuando sentí un picotazo en el brazo. Creí que me estaba picando un bicho. Quise apartarlo de un manotazo, pero sentí que tenía todo el cuerpo paralizado. Abrí los ojos. Las ramas del árbol se me volvieron difusas. Quise gritar, pero las palabras no me salieron de la boca.
Cuando desperté, me encontraba en una celda oscura. Traté de levantarme. Me golpeé la cabeza con el techo. El dolor me hizo caer.
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Sólo la Iglesia Revolucionaria Disidente reconoció a Santa Alexandra Nariño.
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El valiente príncipe llegó al castillo y luchó contra la malévola princesa para liberar al inocente dragón.
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El amor me lanzó sus flechas. Mi armadura oxidada resistió.
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Tomar una taza de café es la única forma de despertar a las dormilonas musas.
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EL HERESIARCA
El concurso de teología fue todo un éxito. Los teólogos inventaron dioses maravillosos e inimaginables. Sin embargo, sólo había un ganador, que recibía el premio a la ortodoxia. El perdedor, que era declarado heterodoxo del año, al menos tenía el consuelo de protagonizar el acto de clausura. Era quemado.
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Leía muchos libros, pero todos acababan secándose en el pedregal que había en su cabeza.
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Carvalho no tardó en advertir que el lector de libros electrónicos no ardía demasiado bien.
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Cuando murió Alonso Quijano, ama y sobrina vivieron felices y comieron perdices.
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Cuando el dron apareció en el cielo, Rasha echó a correr. No sabía muy bien en qué dirección. Sabía que la bomba podía caer en cualquier sitio. Recorrió calles llenas de escombros hasta que tuvo que detenerse. Le dolía mucho la pierna. El hombre con el que le habían obligado a casarse le había golpeado la noche anterior y le había causado un hematoma. Trató de sentarse, pero de pronto se dio cuenta de que le había caído el pañuelo. Si la veían, podrían golpearle con un palo. Trató de encontrar el camino a casa, pero estaba completamente perdida. Las calles estaban desiertas. La gente se había metido en los sótanos, como si allí pudieran estar protegidos de las bombas. Rasha estuvo tentada de entrar en alguna casa hasta estar segura de que nada iba a suceder. El miedo a lo que podía encontrar la disuadió. Caminó. Llegó a una avenida que estaba cerca de su casa. Apresuró el paso.
Nunca pudo llegar a casa. Ni siquiera escuchó el avión que lanzó las bombas. No supo que ella y su marido fueron dos de las cincuenta y siete víctimas mortales del bombardeo. No imaginó que la muerte acabaría igualando con aquel salvaje.
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El público advirtió que algo había salido mal cuando el mago dijo las palabras mágicas: en el escenario sólo seguía el conejo.
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Un encantamiento del sabio Burlón hace que Sancho sólo vea molinos y rebaños de ovejas donde hay gigantes y ejércitos.
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Las musas llegaron un martes. Encontraron al escritor tan atareado que tuvieron que esperar a que se le acabara la inspiración.
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La reina negra propuso a la reina blanca expulsar del tablero a aquellos dos reyes holgazanes y firmar la paz.
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Se disfrazó de monja para tomar el cielo en un golpe de mano.
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LA SENTENCIA
Cuando los jueces leyeron la sentencia, su mujer se acercó para decirle que seguía creyendo en él. Le prometió que, costara lo que costara, demostraría su inocencia. Contrató a nuevos abogados, que apelaron. La sentencia del tribunal de segunda instancia también fue desfavorable. Su mujer le dijo que nunca se rendiría. Vendió todo lo que tenía, pidió dinero a sus padres, a sus hermanos, a toda su familia. Contrató al mejor penalista del país. Por fin, cuando el caso llegó al Tribunal Supremo, la justicia prevaleció: fue considerado no culpable. Su mujer estaba loca de alegría. Ella misma le comunicó la sentencia a su marido. Para liberarle, tuvieron que romper el candado; hacía años que habían perdido la llave. Cuidadosamente, sacaron de la jaula los huesos, que el sol había blanqueado.
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Aseguraba que los vicios perdían si se mantenían secretos.
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Una mañana, al mirarse en el espejo, descubrió que tenía una pluma negra. Se la arrancó sin contemplaciones y se olvidó de ella. Una semana después descubrió que le habían salido dos plumas negras. Esta vez no hizo nada. Se limitó a llamar para avisar de que estaba enfermo. Pensó que quizá era por el estrés del trabajo. Un buen descanso le sentaría bien. A la mañana siguiente descubrió otra pluma negra en sus alas. Llamó para decir que seguía enfermo. Sin embargo, sabía que alguna vez tendría que volver a trabajar. Entró en internet y buscó un tinte para plumas. Tardó mucho en decidirse por uno. No estaba seguro del tono de blanco de sus alas. Incluso barajó la posibilidad de pintar sus alas de color. Ahora los más jóvenes las teñían de verde, azul, rosa. No. Era demasiado mayor para eso. Finalmente se decidió por un tono de blanco intermedio. Cuando al cabo de unas horas, llegó un mensajero le arrancó el paquete de las manos. Leyó las instrucciones y se aplicó el tinte en las plumas negras. Se miró en el espejo. No notó la diferencia.
Al día siguiente regresó al trabajo. Su supervisor le preguntó si se encontraba bien.
–Mejor que nunca –respondió.
No era verdad. No podía dejar de pensar que aquellas plumas negras eran las primeras. Pronto, sus alas se volverían completamente grises y acabarían tornándose negras.
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Que Sánchez sea presidente es como si alguien tuviera un smartphone sin tener contratada una tarifa de datos.
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ALAS
No sé cómo empezamos a discutir. Quizá fue cuando me vio las alas. Me aseguró que no podría volar con ellas. Eran demasiado pequeñas. Comenzó a hacer complicadas cuentas en una servilleta para demostrarme que necesitaría unas alas mucho más grandes para poder sostenerme. Sus argumentos me parecieron irrebatibles.
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Descansaría en paz si no fuera por estos gusanos.
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REGALOS
Estoy harto de que me hagan regalos absurdos, extraños, inútiles. ¿Para qué demonios quiero una sombrilla? ¿O un bote para los ajos? ¿O un calendario de 1956? Cuando digo: “No tenías que haberte molestado”, no intento soltar una frase hecha. Nada de eso. Es que no debía haberse comprado esa tontería que solo sirve para llenar aún más mi armario de cosas inservibles. Sin embargo, como a pesar de mis protestas me siguen haciendo regalos absurdos, extraños e inútiles, he decidido que también yo haré regalos insensatos, raros e innecesarios. Así que aquí tienes, un diccionario klingon-sindarin. ¡Feliz cumpleaños!
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Subir de nuevo a la habitación, arrastrarme por las escaleras, recorrer el oscuro pasillo, dejar la dentadura en el vaso de agua, acostarme en la cama, escuchar los ruidos de fiesta en el piso de abajo, tratar de dormir.
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–Voy al banco.
–¿A atracarlo?
–No. Todo lo contrario. A que me atraque.
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Fui feliz un martes en que Twitter no funcionaba y mi mujer me hizo caso sólo a mí.
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El chivo protestó:
–¿Por qué no sacrificáis de vez en cuando alguna oveja? Muchas ocultan un lobo debajo de su piel.
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–¿Qué te ha traído a esta prisión?
–Una fuga que empezó bien.
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–Esa vieja no parece peligrosa.
–Pues no seré yo el que deje que me suelte un escobazo.
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Cuando Hulk se hizo mayor, se convirtió en un viejo verde.
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Envidio la brisa que te acaricia.
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Siempre rechazó enfrentarse a mí. Cada vez que la retaba, me respondía asustada: Insert coin.
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El mejor tuit es el que se queda por escribir.
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EL PEDESTAL VACÍO
Pero nunca, sin saber bien por qué, dejarán de mirar hacia arriba y contemplar el pedestal vacío. Ellos mismos fueron los que ayudaron a derribar la estatua que allí estaba. Destruyeron miles de estatuas y retratos del dictador. Confiaban en el futuro. No sabían aún que llegaría otro tirano que no sería distinto del anterior. Quizá miraban el pedestal vacío porque esperaban que algún día apareciera la estatua del nuevo dictador.
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El forense policial, después de recoger restos en la casa, dictaminó que el nihilista no había acertado con el punto de cloruro de sodio.
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Le conté mi sueño al psicoanalista. Lo único que le llamó la atención fue que imaginara un tranquilo pueblo de la campiña.
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Nunca es tarde si el tuit es bueno.
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A palabras sabias, oídos necios.
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Perro que muerde no ladra.
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Todo tiene un final menos un chorizo, que tiene dos.
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Salí disparado como una bala... No vi la ventana.
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El Príncipe Azul acabó abandonando a Caperucita Roja. Le asustaba tener un #hijo violeta.
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No conseguía dormirme. Desperté a mi marido para decírselo.
–Ponte a leer algo –me dijo.
–Pero, ¿qué?
Refunfuñando, se levantó y fue a la biblioteca. Vino con un libro.
–Toma. Inténtalo con esta novela.
Comencé a leerla. Trataba de un judío y de su mujer. Estaba ambientada en Dublín. Era un libro bastante interesante. Cuando terminé de leerlo, todavía no había amanecido.
Desperté a mi marido.
–Sigo sin poder dormir –le dije.
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Todo cambió un martes en que me arrojé por la ventana. Comprendí que era un error vivir en un primero.
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Hija, el trabajo de Expresión Artística te ha quedado muy bien, pero ¿cuándo vas a devolverme la picadora de carne?
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Cuando vio el Peón Gris comprendió porque la Reina Negra no había querido dar mate al Rey Blanco.
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La Nueva Teología sostiene que es el Padre quien está a la izquierda del Hijo.
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Apareció un colorín amarillo y el cuento no se pudo acabar.
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Era bajito, pero tenía una sombra alargada. Claro que sólo salía a pasear al atardecer.
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Cuando morí, sólo deseé una cosa: convertirme en un libro. La imaginaba hojeándome, leyéndome, releyéndome, demorándose en alguna de mis páginas. La verdad es que sí, me he convertido en libro, pero un libro que no lee, que sólo acumula polvo. A veces, la veo aburrida repasar los lomos. Nunca me han rozados sus dedos.
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La publicidad aseguraba que Texea, la muñeca de silicona, era real e insaciable. Creía que se trataba de una exageración, pero después de todo un fin de semana encerrado en casa sin salir de la cama descubrió que Texea era exactamente lo que prometía. Al cabo de dos semanas, hasta sus compañeros del trabajo advirtieron que estaba macilento. Tuvo que comprarle a Texea un dildo.
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No, este móvil tampoco me convence. No salgo guapa en los selfis
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CUARENTA Y SIETE CARPETAS
Hoy he contado las carpetas que hay encima de la mesa. Cuarenta y siete. Cada vez que mi padre entra en el despacho me dice que tengo que despejar. Ojalá pudiera. La última vez que lo intenté acabé con otras cinco carpetas encima de la mesa. En ocasiones sueño que entro en el despacho y han desaparecido todas las carpetas. Pero sólo es un sueño. No sé por qué se me acumulan las carpetas. Cuando empieza un nuevo día y no tengo nada pendiente, cojo siempre la primera carpeta de la pila. “Puede esperar”, me digo. A veces elaboro un plan para acabar con el trabajo pendiente. Apenas me dura unas horas.
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Por muchos besos que la princesa le daba al sapo, seguía siendo sapo. Se consolaba pensando que al menos era un sapo millonario.
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–No entiendo por qué debo ser el malo de la historia –dijo el lobo.
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Ocurre todos los años. Cuando llegamos a las copas, Lorenzo Romero Palacios, socio de Palacios y Sánchez-Guerrero, comienza a hablarme de las diferencias entre el derecho penal y el civil. En el bufete, él es el que se encarga de lo relacionado con el Código Penal, siguiendo la estela de su tío. Yo me encargo de todos los casos de Civil; tuve en mi padre a un buen maestro. Él me dirá que le gustaría dejar los pleitos por malos tratos, robos, hurtos, amenazas. Está cansado de ellos. Para tranquilizarle, yo le digo que me cansa estar siempre atareada con herencias, aunque no es verdad. No hay nada más que me guste más en esta vida que el sistema tributario relacionado con las herencias. Bueno, si algo que me gusta más: Lorenzo Romero Palacios. Pero no hay forma de que se entere.
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MAL HUMOR
Yo no soy como mi mujer. Yo no me planteo cumplir ningún propósito de Año Nuevo. Ella llena la nevera de post-its con sus propósitos: Aprender inglés, ir al gimnasio, comer más pescado, caminar media hora todos los días. La lista de siempre. Cuando llega el 4 o 5 de enero, comienzo a arrancar los post-its que hay en el frigorífico. Hacia el día 10, ya he acabado con todos. No lo hago porque ame a mi mujer, sino porque no soporto su mal humor.
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Me lanzo al vacío desde el piso 14 y, mientras caigo, contemplo las ventanas de los pisos 13, 12 ,11… Antes de llegar al suelo, cierro los ojos y, cuando los abro, estoy otra vez en el piso 14. Me lanzo otra vez al vacío desde el piso 14 y, mientras caigo, contemplo las ventanas de los pisos 13, 12, 11… Antes de llegar al suelo, cierro los ojos y… ¡Ya no recuerdo nada! Por fin había logrado vencer el insomnio.
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Nunca me abandona.
Siempre está junto a mí.
El vacío.
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En otra vida
La amé,
Me amó.
En otra vida
Vivimos juntos.
En otra vida
Tuvimos hijos.
En otra vida
Envejecimos.
En otra vida
Nos enterraron en el mismo nicho.
En otra vida,
No en ésta.
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Fue al psicoanalista para despejar sus miedos, pero sólo logró enmarañarlos.
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Criaturas feroces
¿Por qué demonios sus dueños los han abandonado en ese inhóspito lugar? No lo entienden. Eran tan felices en el terrario. Allí tenían todo lo que necesitaban: roedores, sabrosos trozos de pollo. Aquí no encuentran sino alguna rata de vez en cuando. Además, ahora viven en permanente oscuridad, temiendo lo que se esconde entre las sombras. Han escuchado a los hombres que recorren los pasadizos hablar de feroces criaturas que habitan las alcantarillas. Tiemblan de miedo sólo de pensar que podrían encontrárselas.
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Advirtió demasiado tarde que aquella bruja se alimentaba de las miradas. Cuando lo comprendió, ya estaba medio consumido.
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Me prometió un regalo que me sorprendería, que me alegraría, que me sería muy útil. No me regaló nada.
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Cuando hice un agujero al techo de escayola con el tapón del cava, mi suegro me gritó que no volviera a pisar su casa. ¡Deseo cumplido!
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No, no me he olvidado de tu regalo. Toma. Cincuenta euros con todo mi amor.
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Siempre deseo lo mismo en Nochevieja: que no me dé ninguna de las pepitas que escupe mi suegro mientras se come las uvas.
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James le dio el balón a Cristiano que, después de regatear a un contrario, levantó la cabeza y estudió las opciones. Observó a Bale desmarcándose por la derecha y a Benzema arrastrando a otro defensa por la izquierda. Decidió seguir corriendo hasta llegar a la media luna del área. Hizo otro regate y dejó atrás a Piqué, que le soltó un patadón tan violento a la altura de la tibia que le partió la pierna en dos. Cristiano quedó tendido en el suelo. El árbitro indicó que siguiera la jugada. Benzema cogió el balón y tiró a puerta. Romero desvió el balón a córner.
Sólo entonces el árbitro se acercó a Cristiano.
–¿Se encuentra bien? ¿Puede seguir? –le preguntó.
–¿Cómo cojones va a seguir? ¿No has visto que Piqué le ha partido la pierna? –exclamó Ramos, que había venido para rematar el córner y que se sorprendió al comprobar el estado de su compañero.
–Cállese –le ordenó el árbitro.
-Pero, ¿es que eres ciego?
El árbitro ya se había echado la mano al bolsillo para sacar la amarilla a Ramos. Se decidió por la roja.
–¡Me cagüen Dios!
Mientras tanto, los camilleros ya se estaban llevando a Cristiano, que no había parado de quejarse. Le dejaron tendido en la camilla.
–¿Qué hacemos con la pierna?
–Échenla también a la camilla –dijo el médico del Madrid.
Cuando la camilla salió del campo, el partido se reanudó. El Madrid sacó el córner sin consecuencias.
Cristiano y el médico llegaron al vestuario del Madrid.
–¿Te duele?
–¡Claro que me duele!
–No te preocupes. Esta noche, cuando lleguemos a Madrid, te volveré a unir la pierna al resto del cuerpo. No me fío mucho de los médicos catalanes.
Cristiano no dijo nada. De hecho, no llegó a escuchar estas últimas palabras. El tranquilizante que le había dado el médico había hecho efecto y se había quedado dormido. El médico decidió regresar al campo y terminar de ver el partido.
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Su mujer se levantó muy temprano y sustituyó el carbón por el patinete eléctrico.
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PALABRAS
No es que no me guste leer. De hecho, no hay nada que me guste más que leer. Lo que sucede es que todos los libros me parecen aburridos. No he encontrado aún el libro que me guste y eso que no paro de buscar. He visitado cientos de librerías. Abro libros, pero en todos sólo encuentro palabras, palabras y más palabras.
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Fhanhoth, el dios del caos, contempló a la muchacha que sus adoradores le habían ofrendado. Imaginó lo que sería poder besarla.
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Siempre me pongo propósitos realistas para Año Nuevo: no escribir, no dejar de fumar, no ahorrar, no ir al gimnasio.
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Al astronauta le gustaba vivir en Plutón. No tenía que preocuparse continuamente por los propósitos de Año Nuevo.
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Los astronautas de la Estación Espacial Internacional se cansaron pronto de celebrar Año Nuevo cada 92 minutos.
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SIN PALABRAS
Nadie entiende que Alfonso y yo no necesitemos hablar para comunicarnos. Los sábados por la tarde, él viene a mi casa, yo voy a la suya o nos encontramos en la calle, entre nuestros dos pisos. Comenzamos a caminar. A veces, soy yo el que entro en una cafetería y pido un café con leche y un té; a veces, es él el que entra en una cafetería y pide una manzanilla y una tila. Cuando vamos al cine, él elige la película o la elijo. En ocasiones, yo hubiera preferido ver otra película, pero me digo que si Alfonso ha elegido esa película será porque ha leído una buena crítica de ella en el periódico. Supongo que él pensará lo mismo cuando yo compro las entradas de una película que no le apetecía especialmente ver. En ocasiones, después de ir al cine, vamos a una disco o a un pub. Si hemos ido a una disco, no importa que no nos hablemos porque la música está tan alta que en cualquier caso no nos oiríamos. Precisamente, nuestra amistad se basa en esas palabras que no nos decimos. Cada uno tenemos nuestros problemas, supongo, pero cuando estamos juntos nos olvidamos de ellos.
Un día, Alfonso vino acompañado…
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Hoy me he comprado en el mercadillo unas zapatillas Niki, unos jeans Lebhis y una camiseta Dusto Calmau.
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Invertía elogios esperando que se los devolvieran con intereses. No tuvo en cuenta la deflación de generosidad.
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Todo ha fallado. El ayuntamiento ordenó primero que los coches redujeran la velocidad, pero la contaminación continuó creciendo. Después prohibió que los coches con matrícula impar circularan los días pares y que los coches con matrícula par circularan los días impares. De nada sirvió. Prohibió toda circulación rodada, incluida la de taxis. Nada. Metió en las cocheras todos los autobuses que no fueran eléctricos. Resultó inútil. A pesar de que estaban en medio un frío invierno, prohibió las calefacciones de gasóleo. La contaminación siguió. Ya no sabían qué hacer. La alcaldesa decidió…
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“Tú puedes”, me dijo. Me encerré en mi piso y comencé a escribir. Escribí y escribí y no paraba de mirar el contador de palabras. Estaba acostumbrado a escribir microrrelatos de 50 palabras, de 100, de 200 a lo sumo. Ahora me había embarcado en una novela. Alguien había dicho que escribir una novela era como atravesar el Atlántico a remo. Se quedaba corto. Era como viajar a Plutón.
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La cita a ciegas empezó con un beso en la mejilla y terminó con un estrechón de manos.
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Se encontraron en el camino. No hablaban la misma lengua. Sin embargo, los tres seguían la misma estrella.
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Discutían verticalmente, pero siempre se acababan reconciliando horizontalmente.
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–No está bien que el hombre esté solo –dijo Dios.
A Adán le hubiera gustado preguntarle por qué Él estaba solo.
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Era un extraño país en el que los niños recibían regalos una vez al año y los políticos, todo el año.
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Firmó el acuerdo de investidura y se comprometió a votarle como presidente, pero se negó a estrecharle la mano delante de los fotógrafos.
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El diluvio no sirvió de nada: se salvaron un borracho y su familia.