lunes, 3 de diciembre de 2018

Papelera

James Salter: “Actué siempre a partir de dos necesidades: la primera era parecerme a todos, y la segunda —¿era un disparate?— ser mejor que otros. Si tenía que ser blanco del desprecio de alguien, que fuese de inferiores”.

En la puerta del Cielo, el Misericordioso trato de colarse. El Manso no aguantó más y le gritó que se pusiera en la cola.
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A la gente le gusta inventar chismes. Se te mueren cinco maridos y enseguida te llaman viuda negra.
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EL SEÑOR ALCAPARROSA
Desde que tengo memoria siempre quise ser un maniquí. Estoy tentada a decir que incluso cuando sólo era poliuretano líquido deseaba convertirme en maniquí. Luego, cuando me echaron en un molde, me imaginaba ya vestida de ropa de temporada en un escaparate, observada por cientos de mujeres que me envidiaban. Cuando mi fabricante me metió en una caja, recé para que pusiera en la dirección alguna de las tiendas de la calle Preciados, el paraíso de los maniquíes. Aún recuerdo el día en que el señor Alcaparrosa me desembaló. Pensé entonces que era el encargado de unos Grandes Almacenes. ¡Qué equivocada estaba! Me llevó a una habitación vacía y me dejó allí. A veces, entraba y se quedaba contemplándome durante un largo rato. Admito que tuve un poco de miedo. ¿Cuáles eran sus intenciones? Un día entró con una bolsa. De ella sacó unas braguitas, un sostén y unas medias, que me puso con sumo cuidado. Los maniquíes sabemos que hay gente que nos mira mal con malas intenciones. Adiviné que el señor Alcaparrosa sólo quería alejarme de miradas lascivas.
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ANTIPASCAL
Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de permanecer tranquilamente sentado y solo en una habitación.
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Mi mujer va al teatro todos los jueves. Lo extraordinario es que no hay ninguno en la ciudad.
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CAJA SORPRESA
El niño preguntó a su tía qué le había traído. Ella dijo que un coche deportivo, un trasatlántico y una nave espacial, leones y tiranosaurios, una casa de ladrillo y un castillo almenado. El niño se apresuró a abrir la caja. Dentro sólo había un estuche de lápices de colores.
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A la gente le gusta inventar chismes. Se te mueren cinco maridos y enseguida te llaman viuda negra.
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Apareció un colorín amarillo y el cuento no se pudo acabar.
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Plagió el epitafio, pero el juez sobreseyó el caso después de comprobar que denunciante y denunciado estaban muertos.
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TRES DESEOS
Cuando encontré la lámpara mágica, me propuse no abrirla hasta tener listos mis tres deseos. Luego, con las prisas, uno acaba pidiendo tonterías y, en ocasiones, se queda peor que al principio. Sí, me gustaría ser rico, joven de nuevo, guapo. Pero, ¿y sí sólo tengo derecho a un deseo? Si uno es rico, da igual que sea guapo. Miren si no a Rupert Murdoch. ¿Y para qué sirve ser rico? Yo he vivido toda la vida como pobre y no sería el momento de aprender a ser otra cosa. Y no me importaría tener otra vez veinticinco años, siempre que conservara la cabeza que tengo ahora. Con sinceridad tengo que deciros que a mi yo veinteañero le faltaba un hervor. En fin, que llevo diez años con la lámpara y todavía sigo sin saber qué deseo pedir.
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En el día antes del principio un hombre creó a Dios.
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La madrastra encontró una solución a su problema. Le ordenó a Blancanieves que rompiera aquel procaz espejo.
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Hay que pedir perdón con hechos, no con palabras.
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El Sombrerero Loco estaba fuera de sí. Esa mañana, encontró un sombrero encima de la cama y, lo peor de todo, no era el suyo.
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Cuando el espíritu santo me soltó todas aquellas tonterías, cogí mi ametralladora y me fui al monte con los zelotes
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Cuando vio al dragón, el príncipe se preguntó si la princesa merecería tal esfuerzo.
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INFIERNO
Estaba en un lugar extraño, escalofriante. Al mismo tiempo, estaba cubierto de sudor y tiritando de frío. De repente apareció delante de mí un ser de aspecto grotesco. Su piel era rojiza.
–Toma –me dijo–. Para que sepas cuando despiertes que has estado aquí.
Hizo ademán de soltar algo en la palma de mi mano, pero no me dio nada.
Al poco de desaparecer aquella extraña criatura, me desperté. Tenía la mano cerrada. La abrí. No tenía nada. Así supe que realmente había estado en el infierno.
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Le di un beso, entreabrió un ojo y, cuando me vio, la Bella Durmiente siguió haciéndose la dormida.
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Cuando me dijo que yo sería la comida, me pregunté si llegaría al postre.
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NUNCA JAMÁS
Me metí en cientos de madrigueras de conejo. Todas olían raro, por no decir que apestaban. La mayoría estaban vacías. En unas pocas encontré furiosos conejos a los que no les hizo mucha gracia que invadiera su domicilio. Sin embargo, ninguna me llevó al País de las Maravillas. Cansada, comencé a intentar atravesar espejos. Después de romper una docena y quedarme hecha un eccehomo, me di por vencida. Así, aunque no me gustan ni los piratas ni los cocodrilos ni los hombres que quieren ser niños, eché a volar desde mi ventana y me fui al País de Nunca Jamás.
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Después de contarle su sueño, el psicoanalista le dijo que sufría el síndrome de Jolstomer: el temor a ser devorado por su dueño.
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Los teólogos afirman que el infierno es la privación de la luz divina. Ocultan que esa luz es cegadora e insoportable.
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Cuando creí que había conseguido escapar, sentí que me tiraban de la cola.
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Se quitaba años: dos, cinco, diez, quince. Siempre se estaba quitando años. Nunca pudo jubilarse.
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El romance acabó cuando dejó cincuenta euros encima de la mesa.
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Mi hijo es muy listo. Si no estudia no es por que no le guste aprender cosas nuevas sino para no olvidar las que ya sabe.
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–Señora González, ¿por qué quiere divorciarse?
–Le regalé a mi marido un libro…
–¿Y?
–Dice que es demasiado mayor para aprender cosas nuevas.
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Deleznable
No entendía a mi abuelo. Se afanaba en fabricar un ninot que sólo sería visto durante unos días antes de ser quemado. Cuando le preguntaba por qué lo hacía, siempre me contestaba que ya lo entendería. Luego comencé a trabajar con mi padre y seguía sin entenderlo. La noche del 19, lloraba cuando ardía algún ninot que yo había ayudado a fabricar. Mi padre se retiró y yo me hice cargo del taller. Mi hijo comenzó a ayudarme. A veces trae a mi nieto con él. Me pregunta por qué nos afanamos en fabricar ninots que van a ser quemados. Ahora sé por qué lo hago. Él acabará descubriendo la respuesta por sí solo.
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JUICIO
Mi abogado me dijo que me tranquilizara. Hasta ese momento, todos los testimonios habían sido favorables para la mi causa. Sin embargo, no las tenía todas conmigo. El juicio había llegado a su momento cumbre. Un ayudante trajo la balanza.
–Que se acerque el acusado –ordenó el juez.
Caminé arrastrando los pies. El escriba me arrancó el corazón.
Musité unas palabras:
–¡Oh corazón mío, no te levantes para testimoniar en contra de mí!
–¡Que el acusado guarde silencio! –gritó el juez.
El escriba colocó a un lado de la balanza mi corazón. De una caja sacó la pluma de Maat, que colocó en el otro lado de la balanza.
Durante un tiempo que me pareció una eternidad, la balanza se mantuvo en equilibrio. Llegué a pensar que había pasado la prueba. Sin embargo, de repente, el lado del corazón comenzó a bajar. Miré a mi abogado para pedirle una explicación, pero estaba atareado mirando unos papeles.
Osiris tardó poco en dictar la sentencia:
–¡Que los guardias arrojen al acusado al Ammyt! ¡El siguiente!
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Como ya no saben qué prohibir, los del Daesh han prohibido la vida.
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MARINERO CON EXPERIENCIA
Cuando el capitán del Buitre Harapiento ofertó un puesto de marinero con experiencia, no lo dudé. Hice que un cirujano me cortara la pierna derecha por debajo de la rodilla y me puse en su lugar una pata de palo. Más tarde me amputó la mano izquierda; la sustituí por un afilado garfio de acero argelino. Después de dudar durante un rato, le dije que me arrancara el ojo derecho; me coloqué un negro parche en él.
Lleno de esperanzas me dirigí a la taberna del Ciervo Azul, donde el contramaestre del Buitre Harapiento entrevistaba a los candidatos. Una larga fila de cojos, mancos y tuertos esperaba. No me desanimé. Muchos marineros conservaban aún las dos piernas y las dos manos e incluso algunos ni siquiera eran tuertos. Creí que el puesto sería mío.
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–Y si no fuera martes, nos casaríamos.
–¿Eres supersticioso?
–No. Es que hay que coger un barco para llegar a los juzgados.
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Para reducir condena, el ex presidente daba conferencias en prisión sobre los efectos nocivos de la corrupción política.
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FALLAS
A media mañana, la votación apuntaba a que el indultado sería Casimiro Ferrandis, líder del Partido Liberal. Sin embargo, los jóvenes votantes de Cristina Novés, candidata de la Agrupación de Izquierdas, acudieron en masa a votar al mediodía. Parecía que él sería el ganador. Por eso, cuando a las ocho de la tarde se hizo el escrutinio final, fue toda una sorpresa que Antoni Bonig, del Partido de Centro fuera el ganador final. Cuando el presidente leyó el resultado, los aplausos resonaron en la plaza. Cristina Novés todavía lamentaba los cinco votos de diferencia con el candidato indultado. Arrastrando los pies, pensó en la propuesta que había lanzado antes de las votaciones, que se realizara una segunda vuelta. Casimiro Ferrandis pareció tomarse los resultados con más filosofía. Había sido el ganador los tres años anteriores y sabía que había forzado su suerte presentándose otra vez.
Antonio Bonig tampoco estaba contento del todo. Había ganado, pero sabía que más pronto o más tarde, el fuego le acabaría devorando.
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MI MUJER, LA BRUJA
Mis amigos no entienden que me haya casado con una bruja. Les resulta extraño que acepte que ella se suba todas las noches en su escoba para asistir a algún aquelarre. A mí no me parece nada mal. Finjo dormir cuando se marcha y luego, con tranquilidad, puedo dedicarme a lo que más me gusta: cocinar pociones mágicas en la cocina.
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Si a la película de mi vida le quitara las partes aburridas, se quedaría en cortometraje.
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CONQUISTAR EL CIELO
Al escuchar los disparos, notó una sensación nueva. Todavía consciente, el revolucionario pensó que la muerte no acabaría con su carrera política. Seguía aspirando a conquistar el cielo. Ahora más que nunca. Entre una bruma roja, vio al oficial acercarle una pistola a la cabeza. No escuchó el disparo.
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CORAZÓN GRABADO
Esperé que llegara. Treinta minutos. Una hora. Dos. Estaba tan segura que llegaría que seguí esperando hasta que anocheció. Pensé que le había pasado algo. Sí, seguro que eso era lo que le había sucedido. Regresé a casa.
Por la mañana, me levanté temprano. Buscaría el árbol donde él había grabado un corazón con su nombre y el mío dentro. Me había dicho que nuestro amor sería para siempre. Tuve que caminar mucho. El árbol estaba cerca de la orilla del río. Comencé a buscarlo. Pensaba quedarme junto a él hasta que apareciera. Era el árbol donde había quedado marcado nuestro amor.
Creí encontrarlo. Me acerqué. Sí, allí estaba su nombre, pero no aparecía el mío. Seguí buscando y encontrando más nombres grabados: Clara, María, Lorena, Alejandra. Tardé mucho en encontrar el álamo en el que él había grabado mi nombre. Lo golpeé hasta que no pudo leerse. Entonces regresé a casa.
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Murió ahogado en todas las lágrimas que hizo derramar.
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Cuando cumplió los 16, el jeque le regaló a su hijo un Ferrari, un apartamento en Dubai Marina y 200.000 seguidores en Twitter.
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Su madre no terminaba de creerse que allí, encerrado en su habitación, pudiera tener alguna vida social.
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MUJERES INDIAS
Pillamos a los indios totalmente desprevenidos. Los masacramos sin piedad. Fue una victoria tan fácil que resultó incluso deshonrosa. Les quitamos sus armas e intentamos llevarnos a sus squaws, pero éstas se defendieron a mordiscos y arañazos. Cuando regresé a casa, mamá me preguntó si me había atacado un gato.
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¿No resultarían más creíbles los arrepentidos si se arrepintieran antes de que los pillaran?
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–¿Quién gana?
–Ninguno… Unos pierden más despacio que otros.
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Cuando el escorpión le pidió a la rana que le ayudara a cruzar el río, ésta, que era muy leída, se opuso. El escorpión, que también había leído la fábula del escorpión y la rana, trató de convencer a la rana. El batracio, una criatura tan mansa como todos los de su especie, acabó aceptando.
Durante la travesía, la rana esperó en todo momento que el escorpión le clavara su aguijón. Sin embargo, el escorpión no lo hizo. Llegaron sin complicaciones a la otra orilla. La rana se sinceró.
–Creí que me ibas a clavar el aguijón. Después de todo, está en tu naturaleza.
–También está en mi naturaleza no morir ahogado –respondió el escorpión.
Y sólo entonces, cuando pisaba de nuevo tierra firme, le clavó el aguijón a la incauta rana.
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Cambié de nombre. Resultaba ridículo que un vaquero se llamara Marion Morrison.
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ROMPER UNA LANZA
La Asociación de Viudas entró en la tienda del Caballero, que descansaba en la cama antes del siguiente combate.
–¿Romperías una lanza por nosotras? –le preguntaron.
El Caballero, que tenía ganas de descansar les dijo que sí, que lo haría. Dicho y hecho. Llamó a su escudero y le dijo que rompiera una de sus viejas lanzas.
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Fracasamos con el calamar, el monstruo submarino, los murciélagos. Sólo conseguimos que gritara cuando le enseñamos el bebé.
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Inició un complot contra sí mismo que inevitablemente fracasó.
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Es un consuelo saber que, aunque piense cada vez menos en ella, no por eso me ignora más.
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Don Corrado, al que le gustaban las tradiciones, se sintió mal cuando las quebrantó muriendo en la cama.
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Desde que Hacienda me investiga, me siento protagonista de una película de Al Capone.
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EL ENCARGO
Marco acababa de pedir a la camarera que rellenara el café cuando un joven se sentó enfrente. Su rostro le resultaba vagamente familiar. Trató de ignorarlo. El joven sacó una revista del bolsillo de la chaqueta y la dejó encima de la mesa. Sin pronunciar una palabra, se levantó y se fue. Marco terminó el café de un sorbo, pagó la cuenta, dejando una generosa propina, y cogió la revista. Salió a la calle caminando tranquilamente de vuelta a su piso.
Sacó el sobre que había escondido entre las hojas de la revista. Lo abrió. Contenía cinco mil dólares. Los contó morosamente. Luego, desdobló el trozo de papel que también estaba en el sobre. Leer el nombre allí escrito le causó cierta sorpresa. Durante unos instantes, pensó que era una broma. Sin embargo, después de pensarlo un rato, decidió que no, que no era una broma. Encendió un cigarro y comenzó a pensar en el encargo. Desde el primer momento descartó el ahogamiento, un sistema que le gustaba mucho. También desechó la pistola. Encontró pronto la solución.
Volvió a meter los cinco mil dólares en un sobre y escribió en él la dirección de su hermano en New Jersey. Pensó en escribir una carta, pero no lo hizo.
Después de echar la carta en el buzón, se metió en una boca de metro. Se fumó un cigarrillo mientras veía pasar hasta dos trenes. Trató de no pensar en nada. Después de aplastar la colilla con el zapato, se acercó a la vía. Esperó a que el tren se acercara. Casi no sintió nada.
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El suicida se colgó del cable de la luz. Murió la luz de todo el bloque.
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LOS CAROLINGIOS
–Mi padre se llama como yo, y yo me llamo como mi hijo. Mi nieto se llamaba como su padre…
–¿Ha muerto?
–No. Se cambió de nombre.
–¿No le gustaba Carlos?
–No sé. Ahora se hace llamar Carla.
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Don Juan Tenorio, sorprendido cuando entraba en un prostíbulo, dijo que sólo había acudido allí para hacer sexo de mantenimiento.
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Me venció, es decir, me convenció de que yo era el más débil.
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¡Qué gran cocinero! ¡¡Extraordinario!! Ha conseguido que este caballo sepa a sushi.
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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no logro olvidarme…
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Desde que abría una botella de cava y se la bebía antes de salir de casa, no encontraba aburridas las reuniones con sus amigos.
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¿Comprenderán alguna vez todos los electores que votar a un corrupto es lo mismo que comerse un plato de mierda?
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–¿Habéis encontrado algo?
–Hemos revisado todas las vísceras, todos los huesos, todo y hemos descubierto que no estaba enfermo.
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Se sentó en la primera fila de escaños y, como no hubo forma de echarle de ahí, tuvieron que nombrarle ministro.
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Cuando Hitler consiguió subir a la tribuna del Reichstag, gritó al resto de diputados: “¡He venido a hablar de mi libro!”
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El tribunal le condenó a devolver los 50 millones, el chalé en Baqueira, el piso de Oropesa, el Ferrari y todos y cada uno de los pelos que le habían implantado.
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Construyeron un templo enorme, gigantesco. Miles de personas cabían en su interior. Sin embargo, nunca llegaron a inaugurarlo. No encontraron un dios al que adorar.
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El smartphone que me ha regalado mi tío lo tiene todo: pantalla de 5 pulgadas, memoria RAM de 2 gigas, 16 gigas de almacenamiento interno, sistema operativo Android 5.1, cámara principal de 16 megapíxeles, cámara frontal de 5 megapíxeles, procesador de 8 núcleos… Una maravilla que, sin embargo, no me sirve para nada pues, por mucho que lo intento, no puedo sacarme un selfi. El teléfono puede ser muy inteligente pero no consigue capturar la imagen de un vampiro.
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En la nota escribió que aunque había sido un escritor frustrado no sería un suicida frustrado.
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Aquel martes me desperté contigo. Te preparé el desayuno y, esta vez, eché una doble ración de arsénico en el café.
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Tuve una pesadilla horrible: ¡no podía volar! Cuando desperté, lo primero que hice fue sacudir las alas.
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Pronosticó que después de él se produciría un diluvio. Sin embargo, cuando murió, el clima siguió como siempre.
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La parte que más le gustaba al maorí era aquella en que el sacerdote decía: “De modo que ya no son dos, sino una sola carne”.
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Antes de acostarme, siempre leo diez o quince páginas de Lovecraft para tener hermosas pesadillas.
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Sinceramente
de ti me gusta todo,
salvo tú, todo.
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Sólo quedaba un sitio libre en el Panteón de Hombres Ilustres. Suficiente.
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No había forma de que nos entendiéramos. A mí me gustaba por la noche; a ella, por la mañana. Tuvimos que pedir cita con el consejero matrimonial. Nos dijo que todo nos iría bien si estuviéramos separados por ocho husos horarios.
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Era un albañil rápido, pero descuidado. Un día olvidó dejar hueco para la puerta y se quedó encerrado en aquella habitación para siempre.
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Se enfadó cuando encontró a alguien más izquierdista que él. Afortunadamente, era un desviacionista de izquierdas.
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Le dije que tenía piel de manzana. Me peló antes de comerme.
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De vez en cuando la vida nos regala una gota de alegría que se pierde en el mar de lágrimas.
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Era el más humilde y austero de los cardenales. Para ponerle a prueba, le hicieron Papa.
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Doña Rosa comprendió que, si seguía quitándose años, nunca llegaría a la edad de la jubilación.
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El dictador levanta estatuas para que los que no se atreven a atacarle en vida se consuelen derribándolas cuando esté muerto.