jueves, 26 de noviembre de 2020

Papelera

 Ramón Gómez de la Serna: “Escribir es que lo dejen a uno llorar y reír a solas”.

–Ministro, ¿qué estás haciendo? Me han dicho que han comenzado a saquear librerías.
–Son casos aislados, presidente. 
–¿Casos aislados? Una cosa es que roben un móvil o un televisor de plasma. Pero que roben un libro… Eso es muy peligroso.
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–¿Necesitas el trabajo?
–No. Necesito el dinero.
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Ayer escribía mensajes obscenos en las puertas de los servicios del instituto. Mañana escribirá mensajes obscenos en las puertas de los servicios de la prisión.
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Me buscaba, pero no me encontré. Al menos la encontré a ella.
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EL COLMO 
Al viajero en el tiempo se le paró el reloj.
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–Eh, usted, ¿qué hace en el contenedor de basura?
–Ya ve. Mi mujer ha hecho hoy limpieza.
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–¿Algún último deseo?
–¿Lo que yo quiera?
–Lo que tú quieras.
–¿Me lo vas a dar?
–A un condenado a muerte no se le puede negar nada. 
–¿Podrían utilizar balas de fogueo?
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Profetizó que un meteorito se estrellaría contra la Tierra y que la civilización se desmoronaría. Se equivocó. Un supervolcán entró en erupción y la civilización se desmoronó. Sin embargo, nadie fue a rendirle cuentas.
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Ingresó cadáver en el hospital. Por lo menos no tuvo que compartir habitación. 
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–Prometieron acabar con la pobreza. ¿Lo han conseguido?
–Todavía no, pero vamos por buen camino: de momento hemos acabado con los ricos.
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EL COLMO
El banco le cobró una comisión por sacar dinero del cajero fuera del horario de oficina.
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POBRE EL QUE SE LA PONGA
Aquella maldita camisa me había dado mala suerte. Iba a quemarla. Pero me lo pensé. Y acabé echándola en el contenedor de ropa usada.
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Mi marido es corto de vista. Hasta la noche de bodas no se dio cuenta de que soy un hombre.
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El viajero en el tiempo reguló la máquina: 13 de agosto de 4560 antes de nuestra era. Por fin tendría la playa de Waikiki para él solo.
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–Presenté mi manuscrito a una editorial. Y me dieron una respuesta.
–Ah, ¿sí? ¿Qué te dijeron?
–Que se lo enviara mecanoscrito.
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EL COLMO
El robot aspirador estaba cubierto de polvo. Necesitaba un robot plumero.
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–¿Qué era eso que me decías del tiempo?
–Que tú tienes un reloj, pero yo tengo el tiempo.
–Sí, eso. Es que, mira, has llegado tarde. La película empezó hace cuarenta minutos.
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El médico me ha recomendado que salga a dar una vuelta todos los días. He decidido hacerle caso. Me he comprado un patinete eléctrico.
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Era tan tacaño que economizaba las palabras.
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EL COLMO
Antes de dormir, estuvo leyendo La interpretación de los sueños, de Freud. Esa noche tuvo pesadillas.
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Esta semana le han amenazado, escupido, insultado. Por fin viernes, piensa el chivo expiatorio.
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EPITAFIO
Mi cuerpo está aquí; yo, no.
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Adivinó cómo estaban las cosas allí cuando le sirvieron un chocolate claro.
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Los árboles no dejaban ver que ya no había bosque.
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Todas las noches cogía el peine y se cepillaba el pelo despacio, una y otra vez, morosamente, hasta que oía a su marido roncar.
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Prismáticos fue lo único que le faltó a Cenicienta. Para ver al príncipe. No llegó a bailar con él. Ni siquiera pudo acercarse a él. Fue un fracaso. Pasó toda la velada sola, en una esquina del salón.
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Delfines en el Guadalquivir. Antes, llegaban hasta Córdoba. Algunos fueron vistos en Jaén. Durante la gran hambruna, la gente los capturaba y se los comía. Decían que su carne era similar a la del atún. Han desaparecido.
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Dio a un siervo cinco talentos, a otro tres y a otro uno. Éste último contrató a un sicario y entregó cuatro talentos a su señor.
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EL COLMO
La Bella Durmiente abrió los ojos. Observó a aquel guapo príncipe que acababa de despertarla con un beso. Una duda pasó por su cabeza.
–¿Qué día es hoy?
–¿Hoy? Hoy es 12 de abril de 1153. 
–¿1153? Se te han pegado las sábanas, ¿no?
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Lo que le mejor le quedó a Dios fue el viernes por la tarde.
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En el acuerdo de divorcio, él, que era calvo, se empeñó en quedarse con el peine de oro que le habían regalado en la boda.
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–¡Brújula maldita! –gritó el almirante. 
La aguja se había desimantado. ¿Tenía que volver? No y no. Seguiría hasta llegar a las Indias. ¡Qué hambre con tantos problemas! Miró el filete que le había preparado el cocinero. Hundió en él el tenedor.
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Depusimos al director en una votación democrática. No se lo tomó muy bien. Ordenó a los celadores que a cinco de nosotros nos pusieran camisas de fuerza y nos metieran en las habitaciones acolchadas.
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Pesca un resfriado tan grande que comprende, por fin, que los días de lluvia no puede sacar su triciclo.
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Los soldados dispararon. Ninguna bala hirió a Mata Hari.
El capitán ordenó que se vendaran los ojos y que volvieran a disparar.
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Id, de género no binario, protestó porque en el aeropuerto le había cacheado un agente de género no binario.
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Pasé de la casa de mis padres al piso compartido con Émilie y Jeanne. Del piso compartido con Émilie y Jeanne al lecho de Henri Désiré. Del lecho de Henri Désiré al sótano, debajo de un montón de carbón. ¿Cuál será mi siguiente destino?
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Tania Sánchez (Madrid, 1979). Política española. Ministra de Igualdad entre 2020 y 2024.  Durante su mandato, se acabó con el heteropatriarcado en España. Es la pareja del también político Pablo Iglesias.
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Burbujas les comienzan a salir por la boca. Enormes. Gigantescas. ¡Qué le ha echado la cocinera a la comida! Y eso que venía con las mejores referencias. Falsificadas, sin duda. El servicio está cada vez peor. Otra cocinera que hay que mandar al demonio.
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–La Ley es igual para todos –dijo el juez.
–¿De verdad?
–Pues claro. Es igual para todos los miembros del Gobierno.
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Llora cuando la deja en la residencia universitaria. Recuerda el día en que le regaló el primer peine para que se peinara sola.
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En su debut estaba nervioso. Acabó pidiéndole a su paciente que le dejara el diván.
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El camello me miró a los ojos un martes. Parecía triste. Comprendí que ya sabía que este año no vería a sus compañeros, las monturas de Melchor y Gaspar.
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Mientras esperaba a sus asesinos, que se hacían esperar, Jezabel comenzó a peinarse.
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–¿Por qué crías cuervos? ¿Estás loco?
–No. Simplemente estoy harto de ver tantas injusticias.
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EL COLMO
Habían leído a Orwell. Y no querían rebelarse.
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–¿Quién es ese tipo raro?
–Elurófilo de Ponto.
–¿Y por qué lleva una lámpara encendida?
–Al parecer, busca algo. 
–¿En mitad del día?
–Elurófilo es seguidor de un tal Diógenes.
–Hay en el mundo gente para todo.
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Nos dijo que nunca daba explicaciones y, a continuación, nos explicó por qué.
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Es tan ocurrente, tan divertida, tan atenta. Y lo más curioso, chico, es que si no fuera millonaria nunca me habría fijado en ella.
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Habíamos olvidado meterle su peine en el bolsillo del traje. Tuvimos que pedirle al de la funeraria que volviera a abrir el ataúd.
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–¿Has leído Así habló Zaratustra?
–No. Su autor tenía un apellido impronunciable.
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Estaba tan nervioso que, cuando el examinador le preguntó qué necesitaba para definir los rizos, dijo que un diccionario.
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No discutas ni con mujeres, ni con policías, ni con jurados de concursos literarios.
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Acabaron comprendiéndola cuando su ex, en el acuerdo de divorcio, exigió quedarse con los cepillos, los peines y el secador.
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–Él no me quiere. Me desprecia. Me grita. ¿Qué tengo que hacer?
–Sencillo. Déjale. Aprende a quererte.
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Esta mañana hemos enterrado a mi marido. ¡Qué gritos daba!
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El comercial le convenció de que, si estaba perdiendo pelo, era por no tener un buen peine.
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Socavó mis convicciones republicanas. Me llamó reina. 
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–Su robot perdía aceite.
–¿Como él?
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EL COLMO
Fue acusado de negacionista por negar la palabra al orador que quería  criticar las teorías del calentamiento global.
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¡Qué desastre! La lengua no le servía ni para pegar sellos. Apuñalándole, le hice un favor.
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Hoy fue un viernes de dolores. Espero que mañana sea un sábado de pasión.
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EL COLMO
Es analfabeta. Lee el futuro.
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Fue un viernes negro para el escritor. Sólo escribió cheques.
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Pesca un buen marido, pero un tanto excéntrico. Los domingos por la mañana no pasea a caballo por el Bulevar, sino que va en triciclo.
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–Colombia es un país fronterizo con Estados Unidos –le dijo el alumno.
Por supuesto, le puso un cero como una catedral.
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–¿Cómo quiere que le deje?
–Quiero que me deje un tupé como el de Tony Manero.
–¿Se cree John Travolta?
–Es que soy John Travolta.
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Mi amigo invisible me compró un peine. Como llegue a saber quién es.
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–Mi primer marido me trataba fatal. Me segundo marido no me quería. Mi tercer marido sólo era yo, yo y yo. ¿Qué tengo que hacer?
–Sencillo. Aprende a quererte.
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Miel eran sus labios. Engañado, se dejó conducir a la habitación de hotel. Ponzoña eran sus intenciones. A la mañana siguiente, encontraron tendido encima de la cama su cadáver.
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No podía dormir. Las mariposas regresaron por la cabeza del dictador. Y también el mariposón de su hijo.
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Tiempo es lo que necesita Schrödinger. Y que su mujer deje de gritar. ¿Es que le preocupa más ese maldito gato que su marido sea considerado un gran investigador?
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–¿Te molesta? –preguntó el fisioterapeuta.
–Menos que una clase de la ESO –respondió el profesor.
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–¿Por qué le dejaste?
–Era refractario.
–¿Refractario?
–Refractario a coger la escobilla.
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Nunca hace sol a gusto de todos.
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A Norman le gustaba peinar los cabellos de su madre. Para hacerlo más cómodamente, le cortó la cabeza.
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–¿Qué tal con ese Borja?
–Mal. Me dijo que era viernes de vigilia. Y que no podía comer carne.
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El camello me miró a los ojos un martes y me dijo:
–Lo siento: el Gobierno no me permite vender nada a partir de las seis de la tarde.
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El octavo día creó el teletrabajo.
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Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa, pero no me llamo a engaño. Sé que no le gustan ni mis orejas ni mis dientes. Esta Caperucita tiene un plan.
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No importa lo cómodo que sea un ataúd.
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Le dieron un lápiz y un papel al paciente anónimo. Escribió “peine”. Pensaron que se estaba recuperando. No sospecharon que era francés.
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–Doctor Freud, ¿qué piensa del experimento del profesor Schrödinger?
–Elurofobia.
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El escritor tiene un castillo en Francia, un ático en Nueva York y un apartamento en el Caribe. Todo fruto de su imaginación.
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–Murió tras ponerse la vacuna.
–Pero por lo menos no se contagió de covid, ¿no?
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MATEO 5, 36
Era ateo y, por lo tanto, no creía que fuera cierto lo de que ningún cabello podría volver negro o blanco. Nunca peinó canas. Eso sí, gastaba un dineral en tintes.
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–Ah, ya veo que te has ganado el rabo y los cuernos. ¿Qué has hecho?
–Conseguí que se aprobaran los presupuestos generales del Estado.
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–¿Qué es lo que tengo que hacer? 
El psicólogo miró a Narciso y le dijo: 
–Aprende a quererte.
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A la novela le costaba mucho arrancar. Tuvo que llevarla a un taller literario.
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Comprendieron que comenzaba a estar sonado cuando, entre el noveno y el décimo asaltos, no pidió un peine y un espejo.
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Vendería el cántaro de leche, compraría gallinas, cerdos, vacas, daría trabajo a varios fabulistas.
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Rompió la carta un martes. La cortó en docenas de trozos y los tiró a la papelera. El miércoles por la mañana, la carta volvía a estar encima de su mesa.
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No importa que el ratón sea grande o pequeño, mientras sea cazado por el gato.
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EL COLMO
El líder republicano se comportaba como un rey.
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–¿Cuál es el género de su bebé?
–¿Qué opciones hay?
–¿Hombre, mujer o no binario?
–Pues no lo sé. 
–Tiene que decirme algo.
–La verdad, llora mucho. Supongo que será hombre.
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El profe me dijo que sólo servía como animal de granja. No es verdad. No quisieron admitirme.
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–Presenté mi manuscrito a una editorial. Y me dieron una respuesta.
–Ah, ¿sí? ¿Qué te dijeron?
–Que se lo enviara mecanoscrito.
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EPITAFIO
Lo he conseguido. ¡Soy feliz!
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El explorador encontraba mayor calidez en el Ártico que en su matrimonio. 
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Éramos almas gemelas: yo le decepcioné y él me humilló; yo le traicioné y él se mostró indiferente. Ahora los dos, además, éramos almas heridas.
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Es una novela psicológica. Llevo leídas diez páginas y tengo la mente hecha un lío.
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¿Despertaron los hermanos de la destrucción? Sí, habían despertado. Y allí estaban otra vez, para seguir torturándole. Francisco y Hernando, ávidos de riquezas. Atahualpa no puede resistir mal: les promete una montaña de oro y aún más.
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Rompió la carta un martes. Se sintió liberado. El miércoles pasó sin complicaciones. Sin embargo, el jueves, el mundo se le volvió a caer encima. El viernes comenzó a escribir otra carta de suicidio.
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Éramos almas gemelas porque éramos almas heridas.
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¡Qué error, chica! Le dejé acariciar mi piel. Aquel ladrón me robó mi tranquilidad. No puedo quitármelo de mi pensamiento.
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El editor torció el gesto:
–¿Esto qué es?
–Una novela corta.
–¿De sólo quince palabras?
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Fotografía de ella subiendo al coche, entrando en su casa, quitándose la ropa. El policía me las mostró. Las habían conseguido en mi portátil. Moví los hombros. ¿Qué quiere? Me tomo mi afición a los detectives con intensión.
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Viejo e inútil, soy una alegría para el de la funeraria.
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–¿Acabaron con el monstruo?
–Acabaron con él, sí. Se los comió y murió de una indigestión.
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FATUO
Victorioso sobre sus enemigos, Qin Huang se hizo llamar Huangdi Buxiu (Emperador Inmortal). Dos días después moría.
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El médico le diagnosticó nostalgia y le recetó un billete de avión.
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–¿A quién vas a votar?
–¿Votar? No puedo. He perdido el carné de ciudadanía.
–¿Te has quedado sin puntos?
–Sí.
–Ah, no lo sabía.
–Sí. Me quitaron un punto por no llevar una bolsa de tela al supermercado, dos por sacar la basura fuera de hora, cuatro por saltarme un semáforo en rojo y cinco por circular a más de treinta kilómetros por hora por la calle. 
–Vaya.