Los retortijones de barriga eran inaguantables. A Saturno no le quedó otra que dejarse derrotar por Júpiter.
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Anochece. El águila se va. Prometeo, alegre, dice:
–Un día menos.
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A Prometeo le perdieron sus ganas de complacer. Alguien le pidió fuego y lo que pasó, bueno, ya lo saben.
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Cuando termina, Caronte va a la fuente de los deseos, arroja la moneda que le acaban de dar y pide otro trabajo.
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MONOPOLIO DE OFERTA
Caronte le dijo que, si un óbolo le parecía demasiado caro, buscase otro barco que le llevase de un lado al otro del Aqueronte.
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Hera, querida esposa, no te enfades. Si yo sólo me acuesto con todas esas mujeres para darles trabajo a los poetas.
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Malinterpretaron a Narciso. Realmente estaba enamorado de aquella laguna.
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Pandora alegó que ya había muchos vicios sueltos antes de que ella abriera la caja, por ejemplo la curiosidad.
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–¿Qué le pasa a Afrodita? Se está desternillando.
–Es que Hefesto le acaba de decir que está harto de sus infidelidades y que va a pagarle con la misma moneda.
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Ariadna le dio un hilo amarillo que, como es natural, le dio mala suerte.
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Teseo no sospecha que es una marioneta de Ariadna.
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Ariadna le entregó a Teseo un hilo demasiado corto.
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Teseo les cuenta que el combate fue incierto, peligroso. Escapó milagrosamente. Al final, consiguió hundirle la espada. ¿Por qué decirles que encontró al Minotauro dormido, que lo descabelló sin darle tiempo a despertarse?
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–¿Y esos cuernos, Teseo? ¿Un recuerdo del Minotauro?
–Un recuerdo de Ariadna.
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¿Cómo dejó Zeus embarazada a Alcmena, a Sémele, a Leda? ¿Cómo dejó Anquises embarazada a Afrodita? ¿Cómo dejó Dios embarazada a María?
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–Fui a una peluquería low cost y mire, mire lo que le hicieron a mi cabello –dijo Medusa.
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Cuando la esfinge reconoce a Edipo, imagina rápidamente una pregunta que ese zoquete pueda responder: la profecía debe cumplirse.
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–¿No te da nada? Dime. Hemos violado todas las leyes. ¿Mueves los hombros?
–De ahí salí y ahí he vuelto, Yocasta.
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Tranquilos, troyanos. No os vamos a engañar. No hemos venido a recuperar a Helena. No vamos a mataros. No vamos a robar todo lo de valor que tenéis. No vamos a incendiar vuestra ciudad. No vamos a violar a vuestras mujeres ni a convertirlas en nuestras concubinas. No vamos a mancillar vuestra memoria.
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–Ganaré a Aquiles.
–¿Cómo puedes estás tan seguro, Héctor? ¿Qué harás?
–Le retaré a una carrera.
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Aquiles logró alcanzar a la tortuga y se la estrelló en la cabeza a Zenón de Elea.
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Aquiles acudió aliviado y feliz a la llamada de Agamenón: estaba cansado de correr detrás de aquella maldita tortuga.
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Aquiles se puso furioso cuando, en medio del combate, Héctor le recordó lo de la tortuga.
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Cupido no se atreve a lanzarle una flecha a Aquiles. ¿Y si le diera en el talón?
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MORALEJA
Aquiles murió por no bañarse bien.
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–La verdad es la verdad, dígala Agamenón o Clitemnestra.
–No sé yo.
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–Un toro.
–Sigo defendiendo que un carnero.
–¿Un carnero? Estás loco. Todo empezó con una mujer, así que una mujer.
–¿Una mujer? No. Un caballo.
–Una estatua de Zeus.
–Eso sería un sacrilegio.
–Átrida, llevamos diez años discutiendo. ¿Por qué no lo echamos a suerte?
–Creo que será lo mejor, Ulises.
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Los aqueos estaban tan concentrados construyendo un caballo de madera –a saber para qué lo querían– que el ataque de las tropas de Príamo les pilló por sorpresa. La victoria de los troyanos fue total.
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Sinón les dijo a los troyanos que dentro del caballo estaban escondidos el maldito Ulises, su primo, que siempre se había burlado de él, y otros guerreros griegos.
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VIDAS PARALELAS
A Menelao le enfadó que le robaran a Helena y a Aquiles le encolerizó que le quitaran a Briseida.
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FINAL INESPERADO
Elena y Menelao fueron felices y comieron perdices.
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¿Polifemo es ciego o tuerto?
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–¿Qué sabe nadie?
–Que a los cíclopes les engaña cualquiera.
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–Hoy vamos a comer chorizo. Muy rico.
–¿Chorizo? ¿Chorizo de cerdo?
–Por supuesto.
–¡Puaj! No voy a probarlo, Circe –dijo Ulises.
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Después de veinte años de ausencia, a Ulises le cuesta adaptarse. Ahora hay una nueva moneda, teléfonos inteligentes, YouTube, Netflix, automóviles sin conductor, fútbol todos los días, Google Maps (¡cuánto le habría ayudado!), avances en los derechos de las mujeres.
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A Penélope, decente y casta, le enfurece que la comparen con la señora Bloom, frívola y casquivana.
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Es tan feliz: cien hombres atentos a ella. Por la mañana, mira el mar azul, las ligeras olas. Levanta su voz para lanzar una plegaria a Poseidón. Le pide que su regreso no se apresure, que su navegar sea largo. Penélope no añora a su marido.
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Lo que enloqueció a las sirenas fue que Ulises les pidiera un bis.
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Al tratar de moverlo, el caballo de madera se descompuso. Los troyanos quedaron asombrados con lo que hallaron en su interior.
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–¿Tienes algo que decirme, Casandra?
–No conseguirás, Agamenón, llevarme al orgasmo.
–No te creo.
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EL COLMO
Afrodisio escribía poemas épicos; Areodoro, églogas.
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¿Qué madre llama Orestes a su hijo?
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–Odiseo, ¿te has enterado? A Ayante le enfadó tanto que te llevaras la armadura de Aquiles que se ha suicidado.
–Pues resulta que iba a dársela: me queda pequeña.
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QUERIDA CIRCE
Por supuesto que no seguí tus recomendaciones. Y, aunque no me amarré al mástil, no me sentí atraído por los cantos de las sirenas. ¿Acaso crees que esas cantilenas insignificantes podrían asustarme después de haber estado viviendo durante tres años con una despreciable bruja como tú?
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Penélope anunció a sus pretendientes que se casaría con el primero que leyera el Ulysses de Joyce.
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Odiseo fue derrotado por Polifemo, aunque no antes de dejarle ciego. Uno de los pretendientes tuvo una idea. Se ganó a base de longanizas el amor de Argos y, a base de engaños, mató a los otros pretendientes. En la cama, hizo dudar a Penélope: era demasiado fogoso. Fue entonces cuando el falso Odiseo tuvo que inventar las historias de Circe, Calipso, de la hija del rey de los feacios…
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–¿Qué te ha dicho la sibila de Cumas?
–Que vaya a preguntar a Delfos.
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–Por hoy hemos terminado. Ya puedes moverte. ¿Me oyes?
–No, no puedo moverme, Mirón. Me ha dado una contractura.
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Los atenienses le pidieron a Filipo que les tratara con benevolencia. Filipo les dijo a los atenienses que les trataría como ellos habían tratado a los habitantes de la isla de Melos.
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–Os habéis pasado. La condena a Sócrates es severa.
–¿Severa? Se pasó treinta años enseñando a los jóvenes y se jactaba de no saber nada.
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Los atenienses no habían aprendido nada. Sócrates, desesperado, se bebió la cicuta.
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–Hace mucho que no veo a Damocles. ¿Qué fue de él?
–¿No te has enterado? Murió.
–¿Qué? ¿Cómo fue?
–Tuvo un accidente con una espada.
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Arifrón de Eubea se fue de la escuela pitagórica porque le gustaban las habas.
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–Filípides, ¿quién ganó la batalla?
–Y yo qué sé. Eché a correr cuando vi a tantos persas.
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Más Platón y menos Pablo.
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PERIPATÉTICOS CÍNICOS
Durante la pandemia, todos querían salir a pasear con Diógenes.
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Diez años tardó Alejandro en deshacer el nudo gordiano. Para entonces su ejército se había disuelto y su hermanastro se había convertido en rey de Macedonia.
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Aristóteles no le habló de la teoría de cuerdas y Alejandro no encontró mejor manera de deshacer el nudo gordiano.
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Aristóteles quedó muy turbado cuando Alejandro le confesó que estaba enamorado platónicamente de él.
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Los heraclitianos nunca están quietos. Siempre andan trasladándose de un sitio a otro. Su religión les prohíbe bañarse dos veces en el mismo río.
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–Pereyra, ¿qué puede decirme del Niño de la espina?
–Que debería usar zapatos.
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–Fabio, ¿qué hacemos con ese elefante de madera que ha aparecido allí donde estaba el campamento de Aníbal?
–No sé, pero yo no lo metería en Roma.
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–Admítelo, galo: sois unos salvajes. Dime, si no, por qué os desnudáis cuando vais a entrar en batalla.
–No somos unos salvajes, romano, sino pulcros: no queremos que nuestra ropa se llene de sangre.
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Cleopatra se le apareció envuelta en una alfombra. César, que prefería a los hombres, se la entregó a Ptolomeo, su amante.
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–¿Qué dice ese loco?
–Cuidaos de las calendas griegas.
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–Colecciono ríos.
–¡Qué interesante! ¿Y cuáles tienes en tu colección?
–Muchos. El Ebro, el Betis, el Ródano, el Loira, el Rin, el Támesis…
–¿El Rubicón?
–El Rubicón es apenas un riachuelo, Balbilo.
–¿Y qué ríos te faltan, César?
–Unos pocos, Balbilo. El Danubio, el Tigris, el Éufrates, el Indo… ¿Balbilo?
–Sí, César.
–¿Por qué tienes una daga en la mano?
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–Conquistó la Galia y llenó Roma de oro y esclavos. Castigó a los asesinos de su rival. Respetó la vida de los senadores, de sus oponentes. Hizo todo eso para engañarnos, para tratar de ganar nuestros corazones.
–No insistas, Bruto. Predicas entre creyentes. Todos sabemos que César es un sanguinario tirano que merece la muerte.
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–¿Qué tal? ¿Cómo ha ido?
–Un desastre.
–¿No conseguisteis matarle?
–Matarle, le matamos, pero me humilló.
–¿Por qué? ¿Qué te dijo?
–Me llamó hijo de puta.
–¿Con esas palabras?
–No, con esas palabras, no. Fue peor. Cuando le hundí mi puñal, César dijo: ¿Tú también, hijo mío?
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–Dad a César lo que es de César –dijo Bruto.
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Después del aplaudido poema sobre el saqueo e incendio de Troya, Nerón empezó a preparar un canto épico sobre la caída del Imperio de Darío III. Anunció a sus cortesanos que necesitaba inspiración. Tenía que ver cómo caía un Imperio.
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MEMORIA HISTÓRICA
No se puede celebrar la memoria de un dictador. El mes que sigue a junio volverá a llamarse quintil.
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–El emperador ha nombrado a un cónsul que no sé, no sé.
–Seguro que exageras.
–Con decirte que calza herradura.
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–¿Te acuerdas de don Nicanor?
–Sí, el profe de Filosofía.
–¿Sabes? Murió en la bañera, como Séneca.
–¿Sí? ¡Qué curioso? Siempre nos estaba hablando de él. Hasta empecé a leer las Cartas a Lucilio. ¿Y qué, se abrió las venas?
–No, qué va. Pisó una pastilla de jabón.
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–¿Qué te ha parecido el Coliseo?
–Una ruina colosal.
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Adriano encontraba a Suetonio demasiado chismoso. Le ordenó que no pasara de Domiciano.
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DAD AL CÉSAR…
Constantino promulgó la libertad de culto al cristianismo, pero obligó a introducir una pequeña enmienda en los evangelios.
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Valentiniano no cree que los atacotos sean buenos guerreros, pero resultan útiles como exploradores. Tienen una habilidad especial para vivir sobre el terreno. Sólo hay que mantenerlos vigilados para que no se coman a un suculento legionario galo o a un orondo secretario sirio.
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Rufino (Galia, 335 – Constantinopla, 406). Secretario de Teodosio, prefecto de su yerno Arcadio. Su nieto Teodosio se convirtió en el segundo gobernante del Imperio romano de Oriente.
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Lupo, obispo de Troyes, regaña a Atila. Le dice que los jinetes del Apocalipsis son cuatro y le conmina a que venga con los otros tres.
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Sucedió lo inevitable: el caballo de Atila se murió de hambre.
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–Te envidio, Belisario. Te envidio y te temo.
–¿Temerme? ¿Acaso creéis que anhelo la túnica púrpura que vestís? Yo sólo quiero ser un soldado. Planificar, marchar, luchar. Odio la política, los engaños, las mentiras. Prefiero mil veces enfrentarme a las flechas persas, a las espadas vándalas, a las lanzas godas, a las hachas francas que a la sonrisa del más vil de los cortesanos.