domingo, 28 de febrero de 2021

Microcuentos sobre vampiros

–¿Alguna enfermedad? ¿Colesterol, trombosis, leucemia, anemia…?
–Estoy sanísima. ¿Por qué lo pregunta, conde?
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El conde no entiende por qué todo el mundo se vuelve loco allí dentro. A él no le ha costado salir del laberinto de espejos.
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La verdad, el cosmos es hermoso. Lleva recorriéndolo miles de años. Nunca para de descubrir maravillas. Pero el conde tiene mucha, mucha sed.
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Estaba tan hermosa bajo la luz de la Luna y había tanta pasión en su mirada. Qué guapa estaba cuando la brisa movió su pelo. Cerró los ojos. Esperaba quizá un beso mío. No lo esperaba, sin duda. Pero no sufrió nada. Qué sangre más dulce la suya.
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Cuando el vampiro se hizo vegano, sólo se alimentaba del árbol de la sangre.
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Colesterol, trombosis, leucemia, VIH, talasemia, hemocromatosis, hemofilia, anemia… Y luego se extrañan de que los vampiros nos estemos extinguiendo.
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EL COLMO
Un zombi mordió a un vampiro.
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Van Helsing está tranquilo. Sabe que Drácula no puede con la sangre fría.
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–¿Qué hace, conde?
–Observo el occiduo horizonte.
–¿Y qué ve?
–Que es hora de salir a trabajar, Renfield.
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Paseando por el bosque, encuentra un trébol de cuatro hojas. Pide, casi en broma, vivir para siempre. Repentinamente, se produce un eclipse. Y un vampiro surgido no se sabe dónde le muerde.
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Saciado, le entró sueño. Se quedó dormido a la luz de la Luna. El día llegó de repente. Demasiado rápido. El Sol apareció por el horizonte. Asustado, miró alrededor. El conde no sabe dónde meterse.
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Conde, ¿no podrías morderme la semana que viene? Mañana tengo cita con el cirujano plástico y, la verdad, no quiero quedarme con esta nariz toda la eternidad.
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Van Helsing despertó dentro del oscuro ataúd. La tapa estaba bien atornillada. En principio se sintió destrozado. Entonces se tocó el cuello y advirtió que no había sido mordido. Menos mal. ¿Qué dirían de él si se hubiera convertido en un vampiro?
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Drácula está muy preocupado: ha salido muy favorecido en la fotografía.
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Encendió la linterna del móvil. El conde se esfumó.
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Parecía un caballero agradable, atractivo, educado, pero, cuando con una sonrisa le dijo que se llamaba Van Helsing, un pánico siniestro se apoderó de ella.
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–Aquí, en Mondoñedo, hay niebla constantemente, ¿sabe?
–No me importa.
–Se lo digo para que no se llame a engaño.
–Me parece fenomenal la niebla.
–Y usted es…
–Soy un conde. De Transilvania.
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Van Helsing mordió a Drácula, y lo que sucedió fue sorprendente.
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AZUL
Cuando vi al conde, comprendí por qué quería que fuera a la cita con ese color de pintalabios.
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Cuando llegó la aurora londinense, el conde transilvano se despidió a la francesa.
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Van Helsing de pronto cayó en la cuenta de que llevaba doscientos treinta y tres años persiguiendo a Drácula. ¡Qué raro!
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Después de siglos de vagabundeo, quería encontrar lo que él llamaba armonía. Una mañana, dejó que la luz del sol le acariciara. Tuvo la sensación de que la piel le ardía. Resistió con una sonrisa. El conde, por fin, pudo morir.
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–¿Sabes qué?
–¿Qué?
–A Greta le ha mordido un vampiro y se ha transformado.
–Pobrecilla, con lo que le gustaba mirarse en los espejos.
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Salí de Múnich un martes a las 8 de la tarde y llegué a Viena temprano. En la estación me esperaba un extraño telegrama: el conde Drácula se había puesto al sol y estaba muy enfermo. No podría recibirme. Pensé en que era una excusa idiota. Regresé a Londres.
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Le advierto, conde, que tengo muy mala sangre.
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Esta noche tengo una cita con el conde. Le he preparado una sorpresa: me he echado wasabi por todo el cuello.
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–Conde, ¿por qué no tiene espejos?
–Me hacen sentirme invisible.
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El sonambulismo acabó con el conde.
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No soy un vampiro. El espejo no engaña.
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El deseo se le encendió cuando vio los colores de la primavera iluminando el rostro de la joven. Se acercó a sus labios, pero no fue más allá. Llegó de repente el amanecer. El conde tuvo que esbozar una excusa y salir disparado.
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Cuando la ven, no ven ningún peligro. Sin embargo, pocos se le escapan. No sé cómo, se gana su confianza y acabo chupándoles la sangre. Y eso a pesar de que no pasa por vampira, es muy gorda.
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El conde se miró en el espejo. Se vio como siempre.
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El cazavampiros no tenía agibílibus.
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Madrugó tanto que le mordió un vampiro.
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–Espejito, espejito, ¿quién es el vampiro más guapo?
–…
–Espejito, responde.
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El ladrón de tumbas tiene la sangre fría. Drácula la encuentra desabrida.
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Drácula se llevó un chasco cuando le llegó el televisor de plasma que había comprado en Amazon. Esperaba otra cosa.
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Van Helsing le despertó.
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–La esencia de la vida –dijo el vampiro echándose un trago de sangre.
–La esencia de la vida –dijo el escritor célebre bebiéndose un trago de whisky.
–La esencia de la vida –dijo el lector constante abriendo el último libro de Stephen King.
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Quiso ser una vampiresa, pero se quedó en mera vampira: como no podía mirarse en los espejos se maquillaba horriblemente.
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–¿Qué haces con ese espejo?
–Quiero asegurarme de no irme otra vez con un vampiro que, después de sorberme la sangre, me abandone.
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El vampiro y el zombi se mordieron mutuamente. Se encontraron repulsivos.
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Sólo si los implacables cazadores se acercaran demasiado, si estuviera en auténtico peligro, lleva el conde una pistola cargada con una bala de plata.
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La Iglesia condenó a Vlad Dracul por empalar a un joven turco.
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Esta mañana, al despertarme, esperaba un día ajetreado, pero, la verdad, ha sido bastante tranquilo: sólo he liquidado a un vampiro, he descabezado a un puñado de zombis y he evitado la invasión de unos ridículos alienígenas.
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Supremo Sultán, escribo esta carta para anunciarte que me rindo. Durante años has enviado ejércitos enteros para combatirme; ya sabes lo que le ocurría a tus soldados. Pues bien, ha sucedido lo inevitable: ya no queda un solo árbol en Valaquia.
Tu seguro servidor
Vlad Drăculea
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Las manecillas del Big Ben marcaron la medianoche: el Reino Unido abandonaba la Unión Europea. El conde Drácula estaba aterrado. Se había convertido en extranjero. Tendría que abandonar su confortable mansión inglesa y emprender un peligroso viaje al continente.
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Yo no tengo miedo a nada, excepto, claro, a la luz, el ajo, las cruces de plata, las estacas, a ese maldito Van Helsing y, por supuesto, a las novelas de la saga Crepúsculo, que me dan escalofríos.
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–¿Por qué tienes un bidé?
–¿Por qué tiene Drácula espejos en su castillo?
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–¿Qué tal, conde?
–Mal, amigo, mal. Últimamente, el crúor da asco.
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Me ducho, me visto, me maquillo, me peino. Estoy preciosa. Miro por la ventana. Anochece. ¿Vendrá el conde esta noche?
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El smartphone que me ha regalado mi tío lo tiene todo: pantalla de 5 pulgadas, memoria RAM de 2 gigas, 16 gigas de almacenamiento interno, sistema operativo Android 5.1, cámara principal de 16 megapíxeles, cámara frontal de 5 megapíxeles, procesador de 8 núcleos… Una maravilla que, sin embargo, no me sirve para nada pues, por mucho que lo intento, no puedo sacarme un selfi. El teléfono puede ser muy inteligente pero no consigue capturar la imagen de un vampiro.
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Exhausta y un poco bebida, abrió la puerta del bloque, pulsó el botón de llamada, se miró en el espejo del ascensor. ¡Maldito conde!
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Van Helsing echó cuentas y advirtió que algo no iba bien del todo: llevaba más de trescientos años persiguiendo a Drácula.
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Desapareció un martes a medianoche. Nadie volvió a ver a Van Helsing.
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El conde se encontraba muy bajo de ánimo. No le encontraba sentido a su vida. A mediodía salió a dar un paseo.
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Los vampiros sólo dejaron en paz al cebollino.
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–Pasamos una noche maravillosa, pero al amanecer llegó la decepción.
–Cuenta. ¿Qué pasó?
–Lo increíble: el conde se quedó chuchurrío.
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Cuando, repentinamente, se levantó la espesa niebla, el conde no supo dónde meterse.
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Van Helsing estaba muerto de miedo: allí no había un vampiro, sino un fantasma.
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Las dos de la mañana. Nadie por la calle. El toque de queda se cumple a rajatabla. Deambula sin rumbo, desesperado. Las fuerzas se le agotan. El conde se muere de sed.
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Cuando Drácula vio a Mina, pensó que estaba de muerte.
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El conde miró la hora: las doce. Hora de salir. Abrió el ataúd. Antes de morir abrasado, comprendió que el reloj estaba adelantado.
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¡Qué suerte tiene mi hija! Todo un conde la ha invitado a su castillo.
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Fue una gran noche, sin complicaciones. La caza nos fue bien: el conde se fue con una administrativa de cena de Navidad y yo mordí a un repartidor de Deliveroo en un callejón. Sin rastro de Van Helsing. El amanecer nos pilló dormidos.
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El conde comenzó a recoger firmas contra el toque de queda.
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VAMPIRO EMOCIONAL
Hay que escribir como Hemingway, Faulkner, Carver, García Márquez, Kundera, Coetzee…
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Es un vampiro vegetariano. Sólo bebe sangre de drago.
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–Señor Barnum, contratarle le costaría sangre, sudor y lágrimas, ¿no?
–¡Quia! Contratar al conde sólo me costó sangre.
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Desperté. Tenía una estaca clavada en el pecho. ¡Maldito Van Helsing! ¡No se entera! Me ha vuelto a estropear una buena camisa.
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El joven sin perdón derramó oscura sangre. El conde le regañó por echar a perder la comida.
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He escrito microrrelatos sobre Dios, el diablo y la muerte, sobre otros mundos y universos paralelos, sobre sueños y alucinaciones, sobre vampiros, zombis y licántropos, sobre dioses primigenios y ancestrales, sobre castillos encantados y lugares malditos, sobre Adán y Eva, sobre Huitzilopochtli y Tlaloc, sobre Amaterasu y Shangdi, sobre autómatas y androides, sobre espejos y dobles, sobre dinosaurios y dragones, sobre enanos y pigmeos, sobre laberintos y cavernas, sobre viajes en el tiempo, sobre máscaras y muñecos, sobre matusalenes e inmortales, sobre el día y la noche. Y ahora, la verdad, no se me ocurre nada.
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La hiena olió la sangre un martes, pero tuvo que esperar a que el conde terminara de beber.
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Le invité al estreno del Concierto en Sol, pero el conde no quiso venir.
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Aquella mujer hablaba por los codos. Era un no parar. Estaba a punto de amanecer y todavía hablaba. Al tímido conde se le presentaba un problema.
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El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré una estaca.
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Entraron a robar en el castillo de Drácula. Le arrancaron un mechón de pelo al hombre lobo. Pasaron una semana de vacaciones en el motel Bates. Dejaron que les emparedaran en la mansión de Montresor. Les gustaban los juegos peligrosos.
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Se había pasado con la bebida. El conde sentía remordimientos.
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–Espejito, espejito, ¿quién es el conde más apuesto de toda Transilvania?
–Pues no sé si sois vos, porque, la verdad, no os veo.
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Me dijeron que me alejara de aquel vampiro energético. Preferí clavarle una estaca en el corazón.
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Cuando el conde se vio reflejado en el espejo, supo que el coronavirus, en verdad, era peligroso.
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–¿A qué se dedica?
–Hum, trabajo en la noche.
–Ah, claro, señor Van Helsing, usted es camarero, ¿no?
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VAMPIRO
–Hola, Fernando. Te llamaba para preguntarte si querías venir a tomar un café.
–No, no puedo. El precio de la electricidad se ha puesto por las nubes.
–¿Y qué tiene que ver eso con tomar un café?
–Es que cada vez que quedo contigo que quedo sin energía.
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PARADOJA
Después de que le mordiera aquel vampiro, empezó una nueva vida.
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Al vampiro, la sangre de los infectados de coronavirus le causaba una molesta tos y una desagradable congestión nasal.
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Cada vez que el conde se mira en el espejo teme verse.
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El suicida dejó entrar a Drácula.
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Escribir sobre vampiros es complicado. Como les gusta vivir en la oscuridad, pueden tomar represalias por hablar de ellos. Debo estar siempre preparado. Y dar explicaciones, cuando llevo a una mujer a casa, de por qué hiede a ajo.
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Cada uno ofreció una dádiva: ella le brindó su sangre, el conde le regaló la inmortalidad.
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Baila durante toda la noche, dejándose llevar por la emoción. Es tan feliz junto a Mina que no advierte que la última estrella ha desaparecido del firmamento y que el sol aparece por el horizonte. El conde arde; su vida se apaga.
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El conde no puede aguantar más. El confinamiento está acabando con él. Está sediento. Llama para que le traigan una pizza.
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–Señor conde, ¿por qué quiere ir a Inglaterra?
–Quiero quitarme el sabor de kebab de la boca.
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–Victoria Beckham tiene razón: los españoles le echan demasiado ajo a la comida –dijo el conde–. ¡Puaj!
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Según dicen, en el espejo de medianoche, el reflejo de muchos sueños, ecos y pesadillas perturba a los hombres. Al conde le gustaría saber si es verdad.
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–¿Plata o plomo? –le preguntó Pablo.
–Plomo –respondió el conde.
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Contra los colmillos de los vampiros, dientes de ajo.
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–¿No sabe que no se puede salir de casa? ¿Qué hace usted en la calle a estas horas?
–Soy Abraham van Helsing.
–¿Y?
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Vlad Tepes demandó a Bram Stoker por difamación: él jamás había bebido sangre humana o animal. Pidió al juez que condenara al novelista a ser empalado.
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El conde disfruta viviendo a tumba abierta.
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Al vampiro le gusta la sangre rica en glóbulos rojos. Por eso muerde a los ciclistas.
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–Hay que ver. ¡Qué mala sangre tiene este Van Helsing! –dijo el conde.
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Le despertó la luz del sol. Sobresaltado, lanzó una mirada inquieta alrededor. ¿Dónde estaba? Un espejo colgaba de la pared. Se miró en él. Estaba horrible. Se sentía fatal. El conde comprendió que no tenía que haber mordido a aquella mujer que no paraba de estornudar.
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Al morir regresé en el tiempo para vengarme. Van Helsing era un niño que vivía en un arrabal de Ámsterdam. Sorprendentemente volvió a derrotarme.
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Cuando K. consiguió por fin acceder al castillo, el conde se puso muy contento.
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Yo, ¿una vampiresa? Pero si en los espejos se me ve divina.
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Harto de que le mostraran crucifijos, Drácula se hizo budista.
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Florin Gheorghiu era un gorrón que se colaba en todas las fiestas. Un día, supo que el conde celebraba algo en su misterioso castillo. Allí se presentó Florin. Nunca más nadie lo vio.
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Sólo tomaba savia de eucalipto porque era un vampiro vegetariano.
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Todos piensan en un vampiro en el desierto e, inmediatamente, sienten lástima por él. ¿Dónde demonios se mete durante el día? ¿Cómo consigue sangre? Sin embargo, nadie se preocupa por mí, Van Helsing, que llevo semanas persiguiéndole y ya no tengo agua.
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–¿Quiere orégano? ¿Le echamos extra de atún?
–Me da igual.
–¿Y algo para beber?
–No se preocupe –dijo el conde–. Me apañaré.
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El dandi tuvo un mal encuentro con una vampiresa. Ahora, está muy desmejorado: el pobre ya no puede mirarse en los espejos.
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Drácula se mira en el espejo y ve la cara de sorpresa de Mina Harker.
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El conde piensa que los espejos y la cópula son abominables.
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Arrullado por el sonido del mar, después de hacer el amor durante toda la noche, el amanecer le sorprendió en la arena. La luz le provocó un doloroso despertar al conde.
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SONATA EN SOL MAYOR
No le gustaban los conciertos, por lo que, cuando al conde le llegó la invitación a aquel recital de piano, estuvo a punto de arrojarla a la papelera. Sin embargo, decidió echarle un vistazo al programa. El concierto empezaba a las diez de la noche –mucho después del anochecer- y las obras eran inocuas: la Marcha en Re Mayor de Bach, la Sonata en La de Mozart, la Sonata en Mi Menor de Beethoven, el Nocturno en Si Mayor de Chopin y el Estudio en Mi Sostenido Menor de Scriabin. Decidió acudir.
El recital, empero, fue decepcionante. El intérprete, un holandés de apellido impronunciable, más que tocar, aporreaba las teclas. Entre el auditorio la decepción fue pronto sustituida por el enfado. El conde, al menos, logró sentarse junto a una bella mujer que llevaba un promisorio palabra de honor; estaba deseando que acabara el concierto para invitarla. Le sorprendió, como al resto de público, que el pianista anunciara un bis. Lamentablemente, el conde identificó demasiado tarde la pieza: la Sonata en Sol Mayor de Beethoven. 
Van Helsing no dejó de tocar ni siquiera cuando uno de los espectadores comenzó a arder.
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ESPELUZNANTE
Drácula se vio reflejado en el espejo.
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El bidente adivinó su futuro cuando vio a Van Helsing.
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VIVE PELIGROSAMENTE
El vampiro mordió al hombre con VIH.
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AMOR IMPOSIBLE
La vampiresa le pidió a Van Helsing que le clavara su estaca.
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–¿Cuántos años cumples, querida?
–432.
–¿432 ya? Pues cualquiera diría que sólo tienes 27.
– Tú siempre tan galante. Gracias, conde.
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–Espejito, espejito, ¿quién es el conde más guapo y elegante de Transilvania?
–No sabría decir.
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Ella tenía la piel suave, blanda, ligera. El conde no pudo resistirse.
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Debo confesarlo: me gusta. Unas veces emplea estacas, otras balas de plata, rayos del sol, concentrado de ajo, agua bendita. Nunca repite. Disfruto las muertes que me tiene preparadas. Tengo una debilidad por él. Van Helsing es siempre distinto.
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El conde me invitó a subir para tomar un café.
–¿Tú no bebes nada?
–Cuando termines, a ti.
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ESTOS TIEMPOS
Mina tuvo que firmar dos documentos: en el primero le daba su consentimiento; en el segundo certificaba que estaba libre de coronavirus. Sólo entonces pudo el conde morderla.
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Ahora pide siempre que le entreguen un análisis de sangre. En una época como la nuestra, el conde no se fía.
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Se estaba mirando en el espejo y no vio venir al conde Drácula.
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–¿Y no quiere un espejo de recibidor? –le preguntó el vendedor de muebles.
–Desde luego que no –respondió el conde.
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La suicida se dejó morder por un vampiro. Fue una mala táctica.
Ahora busca a Van Helsing.
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Wuhan, 3 de junio de 2020.
–¿Quería verme, señor Zhao?
–Sí, amigo mío. La pandemia me ha hecho reflexionar, ¿sabe? Creo que ya no necesitaré más sus servicios, señor Van Helsing. Nunca más tomaré sopa de vampiro.
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El ladrón de tumbas tiene la sangre fría. Drácula la encuentra desabrida.
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CUENTO DE HORROR
Drácula se quedó dormido a la luz de la luna.
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–No estoy de acuerdo con eso de que la novela es un espejo que ponemos en el camino, micer Beyle.
–¿Por qué, conde Drácula?
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Cuando se es conde transilvano, uno se esconde.
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Van Helsing, que tiene la sangre de horchata, no teme a Drácula.