Elias Canetti: “Un joven árabe vino a verme para decirme que no estaba enfadado conmigo y me abatió a tiros”.
–¿Por qué le cortas la lengua al fiambre?
–Para que no le diga nada al forense.
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La duquesa ordenó cambiar todas las cortinas del palacio. Ese año, los campesinos sólo comieron pan de cebada.
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En las reuniones de Abogados Anónimos se miente mucho.
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Devoraba libros sin ningún criterio la cabra.
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Adán y Eva se le subieron a las barbas. Menos mal que había incluido la obsolescencia programada.
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EL COLMO
Fue encerrado por injurias a Hasél.
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Era un ángel, pero lo acabamos dejando: no encontrábamos la posición en la cama.
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Había una vez una reunión de Cuentistas Anónimos.
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–¿Por qué mordiste la mano que te daba de comer?
–Me ofrecía pan y quería carne.
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Ella era un oasis en el desierto de mi vida.
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PROACTIVO
–Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, ¡me quiere! –exclamó arrancando dos pétalos.
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Había una vez unas perdices a las que les aterrorizaban los cuentos que acababan bien.
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–¿Por qué quieres ser hombre bala?
–Para ir al cielo.
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En el cuento de Caperucita, muchos quisieran ser lobos.
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Cuando le vi plantado en una esquina, comprendí que era el marido florero de doña Leonor.
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VERSIONES
Después de hojear el Kamasutra, el misionero decidió no cambiar de postura.
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A pesar de que le dejaron un hermoso Kamasutra ilustrado, el misionero no cambió de postura.
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Le dejé un Kamasutra, pero el misionero no cambió de postura.
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No le gustaba el Kamasutra y, a pesar de todos los esfuerzos que hice para convencerle, el misionero decidió no cambiar de postura.
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No le hizo ninguna gracia que su marido le dijera que iba a escribir un libro titulado Zenobia y yo.
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EL COLMO
Pedro Sánchez no pudo empeñar su palabra.
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Si te pregunta si la quieres es que no la quieres lo suficiente.
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–¿La bolsa o la vida? –le preguntó ella.
Y él, que se dedicaba a la compraventa de acciones, eligió la bolsa.
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Habría sido insufrible ver a ese pedazo de cachas haciéndole el boca a boca a una clienta, así que
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–Choqué con un perro que estaba plantado en medio de la carretera. Pobrecito.
–Pues mi cuñado chocó con un olivo que estaba plantado a diez metros de la carretera. Pobrecitos.
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Fui a capturar un dragón. Tuve que matar a aquella maldita princesa que no paraba de gritar.
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Habría sido insufrible ver a ese pedazo de cachas haciéndole el boca a boca. Así que puse en marcha la estrategia del boca a oreja.
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–No eran una pareja muy unida.
–¿Cómo lo sabes?
–Él pasó el coronavirus. Ella, no.
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–¿Por qué nombrar a un bibliotecario ciego?
–Para que no se distrajera leyendo.
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Cervantes no paraba de meterse en problemas. No tenía mano izquierda.
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Soy acuario y, por lo tanto, se supone que desenvuelto, divertido, libre. Sin embargo, toda mi vida he luchado por ser un piscis retraído y sumiso. La verdad, no me ha costado nada.
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Se hizo pasar por su madre y siguió cobrando la pensión. Todo fue bien hasta que aquel policía le preguntó sobre la misteriosa desaparición de su hija.
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A Alonso Quijano le dijo por leer novelas picarescas, de modo que vino a perder el seso y quiso dedicarse a la política.
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Los francos jugaban a una especie de ajedrez. En vez de dama había mayordomo. En época de Pipino el Breve se prohibió ese juego.
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Nuestra relación duró lo que dura un cartucho de impresora en la sala de profesores.
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Se abrazó al árbol, pero, cuando lo besó, le tuvimos que decir que no se pasara.
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EL COLMO
La policía detuvo al vecino que se manifestó contra los manifestantes.
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El hombre bala puso mucha pólvora y salió disparado del circo.
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El trazado de las calles era heterogonal.
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Cuando vio a Diana, sintió un flechazo. Trató de huir, pero otro flechazo lo remató.
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Entre todos los nuevos ministros acumulan dieciocho meses cotizados a la Seguridad Social.
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Tendrás sexo sintético y serás feliz.
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Cuando se jubiló, se olvidó sus memorias.
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Le di la casa, el coche, el maldito perro, el ochenta por ciento de mi sueldo con tal de volver a ser libre. Pero todavía no sé si se acabó la guerra.
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A Sócrates le molestaba que Platón siempre estuviera tomando notas.
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Cansado de las pajas mentales que se hacían allí, dejó de asistir a las reuniones de Masturbadores Anónimos.
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Hay días en que Twitter parece Tuenti.
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Antes de ser decapitada, Scheherezade le pidió al verdugo que le dejara contar un cuento.
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Hoy se han llevado a mi hijo. Mañana vendrán a por mi mujer. En un par de días vendrán a por la televisión, los electrodomésticos, los muebles, los libros. En una semana no tendré nada. Entonces vendrá un albañil y sellará la puerta. Y me dejarán encerrado aquí. Durante un año. Cumpliendo la condena.
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–Recuerda que eres mortal.
–Pues tú recuerda que eres un esclavo.
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Jugaba mejor cuando el público le insultaba. Llevaba una temporada de pena.
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Encendió su cigarro un martes. No lo apagó hasta un viernes, veinticinco años después, poco antes de la operación en la que le extirparon un pulmón.
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El extraterrestre piensa que las vacas son la leche.
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La resiliencia del coyote.
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Hizo un invierno muy frío, tanto que el libro que preparaba –El calentamiento global–, se acabó titulando El cambio climático.
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Hijo mío, ¿por qué no buscas un trabajo menos peligroso? Me estás costando una fortuna en velas.
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–Tú eres una especie de tarugo, ¿no?
–No, no. Yo soy un Homo sapiens.
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De sueño en sueño, su vida se había convertido en una pesadilla.
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A Alonso Quijano le dio por leer libros de autoayuda. Padre rico, padre pobre, de Robert Kiyosaki, le convirtió en el hombre más rico de Villanueva de los Infantes. El arte de la seducción, de Robert Greene le permitió conquistar a Aldonza Lorenzo. El secreto del éxito, de Donald Trump, le convirtió en el hombre más odiado de La Mancha.
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–Jaque mate.
La Muerte, sonrió. ¿Creía que podía vencerla?
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Astaroth entregó su libro secreto a Gilles de Rais que, gracias a Dios, no sabía leer.
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Tuvo una hija y se sintió inmortal.
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Andréi Kravchenko fue acusado de sabotaje: no conducía la máquina a toda velocidad. Yevgueni Morózov también fue acusado de sabotaje por estropear la máquina llevándola a toda velocidad.
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–¿Por qué dejaste de asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos?
–Estaba harto de ser un número.
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Estaba tan hermosa bajo la luz de la Luna y había tanta pasión en su mirada. Qué guapa estaba cuando la brisa movió su pelo. Cerró los ojos. Esperaba quizá un beso mío. No lo esperaba, sin duda. Pero no sufrió nada. Qué sangre más dulce la suya.
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Comprendieron que la economía estaba muerta cuando comenzaron a llegar fondos buitre.
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Después de pensarlo bien, se entregó a la policía. Mejor pasar el confinamiento en la cárcel.
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–Diga.
–¿Me ha llamado?
–¿Qué?
–Tengo una llamada perdida suya.
–Imposible.
–Sí. A las tres y media de la tarde.
–Le digo que no. A ver, ¿cómo se llama usted?
–Juan García Martínez.
–No, no le he llamado.
–¿Y me puede decir quién es usted?
–Claro. Soy Lorenzo Vidal, inspector de Hacienda.
–¿Sabe? Quizá usted tenga razón. No me ha llamado.
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Llegaron, vieron y salieron pitando.
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–¿Qué es eso, Osman?
–Un libro sobre el genocidio armenio.
–¡A la basura!
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–¿No has aceptado el dinero de FERLOPSA?
–No, claro que no.
–Pero, hombre, si empezamos a hacer eso, ¿dónde crees que va a ir a parar nuestro partido?
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¡Maldito nazareno! ¡Ojalá se lo lleve el diablo! Ya que se había hecho a la idea de heredar aquellos magníficos olivos de su tío Lázaro.
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Comprendieron que la economía estaba muerta cuando comenzaron a llegar fondos buitre.
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Diego de Castro espera a sus compañeros. Está tan solo y tan harto de la Florida. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Sesenta años? ¿Seiscientos?
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Por patriotismo, Yutaka Tsukioka, que había trabajado en el ministerio de Jubilaciones, se dejó morir a los ochenta y dos años.
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A qué esperar más?, se dijeron. Y enterraron el Mar Muerto.
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A punto de morir, el ateo tuvo un instante de duda.
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Percy se lanzó desde el balcón de su habitación. Calculó mal. Con el dinero del seguro, el padre de Percy viajó a Mallorca con su novia. Se asomó al balcón y contempló la piscina a la que había tratado de tirarse su hijo. Esa noche…
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He fracasado, sin duda, pero mi fracaso ha sido, a la vez, mi triunfo.
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En Samay todos escribían. Cuentos. Artículos. Libros cortos. Ensayos. Novelas. Disertaciones. Tetralogías. Sagas. Se pasaban todo el día escribiendo. Y, claro, no había nadie que leyera esos libros.
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Muerto Odín, muerto Thor, muerto Balder, muertos todos sus dioses, no les quedó otra que hacerse cristianos.
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Encendió su cigarro un martes. Se lo fumó morosamente. Hacía tanto tiempo que no fumaba. Disfrutó de cada una de las caladas. Mientras, los soldados del pelotón de fusilamiento no paraban de quejarse del frío.
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Abrieron el féretro. El cadáver estaba lleno de gusanos. A Francisco de Borja se le revolvió el cuerpo.
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Fumar le quitaría ocho años; una dieta rica en hidratos de carbono, seis o siete; la vida sedentaria, diez. El suicida hizo sus cuentas.
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Quería ser inmortal. Quemó el templo de Artemisa en Éfeso.
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De sueño en sueño, llegué a casarme con ella, viajar a Japón, tener hijos, comprar un chalé en la sierra, pasar agosto con nuestros nietos, vivir felices.
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Por favor, recuérdele a su hijo que no se puede comer dentro del aula, y menos en la situación actual. Y, ya puestos, recuérdele que si está hablando, silbando, gritando durante un listening lo más probable es que sea imposible que nadie se entere. Gracias.
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–Sabes que hay falsos positivos, ¿no?
–Sí.
–Pues resulta que yo era un falso negativo.
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El ministro de Seguridad Social está contento: las últimas estadísticas muestran que ha bajado la esperanza de vida.
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–Señora, sois tan hermosa.
–Calla, fantasma.
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–Tú eres una especie de tarugo, ¿no?
–No, no. Yo soy ministro del Gobierno de España.
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Me tatué el rostro de Marina en el hombro. El tatuador era un principiante. Echó de menos a Marina.
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Se creía único en su especie hasta que entró en la cárcel.
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–¿A todos tus pacientes les recetas ansiolíticos?
–Pues claro.
–Pero ¿seguro que los necesitan? Puede ser malo administrarles esos medicamentos.
–Sí, mucho pensar en lo que es malo para los pacientes. ¿Y las farmacéuticas qué?
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Las vacas, bocatto di extraterrestri.
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Después de leer El dinosaurio no pudo pasar página.
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–Hola, mi nombre es Mariela. Llamaba de Madridtel y quería ofrecerle un Smartphone.
–Perdone. Ahora mismo estaba trabajando y no puedo atenderla.
–Pero, señor Romero, eso mismo me dijo ayer a las dos y media de la tarde y el pasado lunes a las ocho de la noche. ¿Siempre está trabajando?
–Mire. Váyase a freír espárragos.
–Vale, señor Romero. Ya veo que ahora no puede atenderme. ¿Me puede decir una hora en que le vendría bien para explicarle nuestra oferta?
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EL COLMO
Clonaron al suicida.
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–Le he escrito una canción a Elton John.
–Ah, qué bien.
–Sí. Cualquier día se la envió por correo electrónico.
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Targat, dios supremo de los carvetanos, que habitaban lo que ahora es España, avisó de un gran diluvio. Se ahogaron todos porque, como era de esperar, no terminaron el arca a tiempo.
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A su hijo le gustaba dar paseos a caballo. A su fisio le extrañaba que no se le fueran los dolores de espalda.
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El dictador logró la inmortalidad gracias a sus crímenes.
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En su canción, la sirena hablaba de un marinero sordo.
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–A ver, Colón, ¿qué nos traes, oro, plata, especias?
–Sífilis, majestades.
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Cuando dijiste que ibas a escribirme una canción no imaginé que sería sobre mi piel.
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–Abuelita, abuelita, ¿qué pechos más pequeños tienes?
–Es que me he hecho una mamoplastia de reducción. Me la recomendó el doctor. Tenía la espalda fatal.
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Liliana fue feliz; se le pasó la vida de sueño en sueño. La de su amiga Talma, sin embargo, fue de pesadilla.
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Charlize Theron aceptó venir a cenar.
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EL COLMO
No montaba un pollo para que no le acusaran de maltrato animal.
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Por favor, recuérdele a su hijo que en una asignatura no se pueden hacer actividades de otra. Para eso tiene las tardes. Gracias.
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–Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.
–Entonces, si borramos el franquismo de la historia, ¿lo repetiremos?
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Al ir al ponerme las zapatillas sólo encontré una. Me dio un ataque de pánico hasta que recordé que sólo tengo una pierna.
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–¿Apruebas a todos los alumnos?
–Pues claro. No veas lo contentos que los tengo.
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A mi ex le gustaba leer poemas de Bukowski. Es por eso que tengo estos tatuajes.
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Llegó tarde, pero la dichosa estaba buena.
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Mira, Laura. No se me ocurre ninguna para una canción. ¿Por qué no me dejas?
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EL COLMO
El pueblo parto desapareció por falta de partos.
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EXTRATERRESTRES
Vinieron por las vacas.
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Tuvieron que jugársela a cara o cruz. La Muerte tenía prisa.
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Ayer enterró a su marido. Hoy está preocupada: debería haber cavado un agujero más profundo. ¿Qué pasaría si algún animal del bosque desenterrase el cadáver?
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SECADORA
Harto de los días de lluvia y niebla, me compré una secadora. Así, cuando sacara la ropa de la lavadora, sólo tendría que meterla allí para tenerla lista para la plancha. Aquella solución, sin embargo, no estuvo exenta de problemas. La ropa comenzó a encoger. Leí las instrucciones y decidí bajar la temperatura de secado. La ropa siguió encogiendo. Por un momento estuve tentado de descambiar la secadora, pero eso no habría resuelto mi problema de la ropa húmeda. La solución, claro, era más sencilla. Yo mismo me metía en la secadora una vez a la semana. Así conseguía que la ropa me quedara como un guante.
Por supuesto, yo mismo comencé a encoger. Pero, visto que tenía la ropa como nunca, decidí ignorar aquella pequeña pega. Además, suponía indudables ventajas. Por ejemplo, al cabo de un año podía entrar en el cine con entrada infantil y acabé mudándome a un apartamento de veinticinco metros cuadrados que estaba tirado de precio.
Tenía otros inconvenientes, claro. Lucía me dejó y mis padres no paraban de decirme que me veían raro. Pero no me importa. No me arrepiento de haber comprado la secadora.