Tuvo una magnífica idea en la ducha, justo antes de que se le cayera el jabón y resbalara.
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–¿Por qué no saliste del armario?
–Porque no se podía abrir por dentro.
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Repentinamente, un genio salió de la vieja lámpara y dijo:
–Pide un deseo.
–¡Atiza!
Y el genio le atizó de lo lindo.
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–¿Qué quería, señorita Samsa?
–Insecticida.
–¿Un bote?
–No sé si será suficiente.
–¿Dos?
–¿Podría darme cien?
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En las escuelas de niños vampiros, la letra no entra con sangre.
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Edipo trata de explicarle a su psicoanalista que si se casó con su madre no fue por amor, sino por interés.
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–¿Qué te pareció la cafetería vegana que te recomendé?
–Horrible. No volveré más.
–¿No? ¿Qué pasó?
–Me ofrecieron unas galletitas con forma de dinosaurio.
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–¡Esto es un atraco! Que todo el mundo se siente en el suelo y se quede quieto. Pero, usted, ¿por qué se ríe?
–Porque me ha hecho gracia. Me gustaría ver cómo consigue que el hijo de esa señora se quede quieto.
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–Esto debe ser un malentendido.
–¿Un malentendido? Usted me compró dieciséis cabezas de ganado, ¿no? Pues aquí las tiene.
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Lo llevaron al psiquiatra para declararlo incapaz. Las voces de su cabeza se pusieron de acuerdo para que una hablara en nombre de todas.
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–Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa del reino?
–Datos insuficientes para respuesta esclarecedora.
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Atahualpa descubrió que los extranjeros eran muy civilizados. Le dejaron elegir cómo morir: quemado, desmembrado o degollado.
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Regresaron de la mina y se dieron cuenta de que ella no había hecho nada. El suelo no estaba barrido. Las camas estaban sin hacer. La comida no estaba lista. ¡Menuda vaga! Enfadados, los siete enanitos le pidieron a Blancanieves que se marchara.
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–¿Qué es lo que quería?
–Una almohada.
–¿Alguna en especial? ¿Estándar? ¿Viscoelástica? ¿Con el interior de microfibra? ¿Con espuma perforada? ¿Cervical? ¿No le gustaría una almohada para las piernas?
–Quiero una que sepa solucionar cualquier problema.
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Lo que se puede arreglar con dinero carece de valor.
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El caracol pasaba por la acera. Lentamente. Frágil. Me dio pena de él. El primer niño que pasara, pues los niños son crueles, le aplastaría. Para ahorrarle el sufrimiento, le solté un pisotón al caracol.
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EXAMEN FINAL
–¿Estás preparado?
–Sí, lo estoy.
–Respóndeme. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la bondad? ¿Qué es la utilidad?
–No lo sé.
–Estás aprobado.
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–Lavinia, ¿qué ha hecho con el prisionero?
–Digamos que murió por no tener habilidades lingüísticas.
–¿Falleció por no saber su idioma?
–No, hermana. Le dije que empleara su lengua conmigo. Pero era un inútil, un completo inútil.
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–Me acosté con un microcuentista.
–¿Y qué tal?
–Me provocó un miniorgasmo.
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Hicimos el amor en el monte, en una piscina, en el Coliseo, es un ascensor, en el Museo del Prado, en el aseo de un avión. Un día, por probar, hicimos el amor en nuestra cama. Encontramos la experiencia desagradable.
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Caperucita empujó la puerta con el pie. Dejó la cesta encima de una mesa. Gritó:
–¡Abuela, ahí está la comida!
Y salió dando un portazo.
Tan distraída estaba con el móvil que no advirtió las manchas de sangre en el suelo.
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LA ZORRA Y LAS UVAS
Él todavía no estaba maduro para amarme.
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Ejemplo de pleonasmo: hombre necio.
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–Mira esa pobre víbora. Esta medio muerta de frío. La voy a llevar a casa.
–Pero ¿es que no has leído a Esopo?
–¿Yo? Claro. Pero no hay nada de qué preocuparse: estoy seguro de que ella no.
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–Plácido, te dije que tenías que escribir veinticinco palabras.
–Sí.
–Me refería a veinticinco palabras que juntas formasen frases, párrafos y un microcuento.
–Ah, vale.
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Mira, hijo mío. Mañana, toda esta tierra deforestada y este aire contaminado serán tuyos.
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–¿Por qué quieres que vuelva contigo?
–Porque no conozco el camino.
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La novela sufre demencia senil. Así que tenemos que cuidar el microcuento, ahora que todavía es joven.