sábado, 19 de julio de 2025

Papelera

Milena Busquets: «Leer es una experiencia honda, a veces dolorosa, casi siempre ardua (mucho más ardua que plantificarse delante de la televisión o del ordenador). Leer requiere esfuerzo, concentración, constancia, paciencia, cultura, práctica y determinación».

La política consiste en esquivar los grandes problemas, proclamar que están resueltos y, en verdad, dejarlos como herencia para el sucesor.
--
Dios juega a los dados, la Muerte al ajedrez. Cada tanto, uno gana. Satanás no compite: tranquilo, mezcla las cartas de una baraja española. Sonríe. Él no necesita reglas, solo tiempo. Al final, todos vienen a su mesa, creyendo que están ganando.
--
—Oliver, ¿has resuelto la ecuación? ¿Cuál es el valor de x?
—Sí. Bueno, no la resolví yo. Es que la otra noche apareció una x en la pantalla de la tele y mi papá me dijo que x siempre significa mayor de 18.
--
TALIÓN
Robó la infancia de un niño. Hammurabi ordenó que le arrancaran la vejez.
--
—¿Vienes a pasear?
—Sí, pero solo si Diógenes lleva la correa.
--
Grandes problemas agobiaban al emperador. Simeón, desde su columna, le aconsejó: «Súbete a una columna y olvídate de todo». La solución más simple, la más inalcanzable.
--
Cuanto más conoce a la cajera, más quiere a su mujer.
--
Chizuko Koizumi comenzó a ignorar a su iPhone 16. Al principio fue sutil: una notificación sin revisar. Más tarde, nada de actualizaciones, ni siquiera una limpieza con el paño de microfibra. El iPhone 17 ya estaba en preventa.
--
CAUSALIDAD HISTÓRICA
Los chinos derrotan a los hunos. Los hunos empujan a los godos. Los godos llegan a Hispania y la gobiernan despóticamente. Los musulmanes derrotan fácilmente a los godos. Tú, andaluz, pagas más impuestos que un vasco.
--
Creía en finales felices, así que abrió una granja de perdices. Acabó arruinado. Los finales felices ya no se llevaban.
--
Ricardo III consiguió un caballo y, aunque perdió la batalla, ganó la guerra y tuvo un reinado feliz. Un siglo después, Shakespeare escribiría La comedia de Ricardo III.
--
—Me regaló un Onopordum acanthium. 
—¿Un qué?
—Un cardo borriquero. Me dijo que somos iguales: difíciles de querer, imposibles de arrancar.
--
Mis vecinos lo tienen todo para que le odie: un recién nacido, dos perros, una minicadena con altavoces.
--
—¿Qué te dijo el doctor?
—Me pidió algo imposible.
—¿El qué?
—Salirme del de WhatsApp de madres.
--
EN EL THYSSEN
—¿Qué miras?
—Ese cuadro sin título. Me habla del vacío, de la lucha interior...
—Es una cortina, idiota.
--
El psicólogo le preguntó por su amigo imaginario. Respondió su amigo.
--
—Pero, señora, ¿por qué grita tanto?
—Le recuerdo al imbécil de mi marido que riegue los helechos.
—¿A voces?
—El juez me prohibió acercarme a él a menos de quinientos metros.
--
Cuando el tito Ramón ganó Euromillones, enloqueció de alegría. Aunque nos costó —dos millones al doctor Salazar—, logramos ingresarlo en un psiquiátrico. Luego, mientras terminaban la obra de la casa en las afueras, nos fuimos de crucero alrededor del mundo.
--
Cuando el tito Ramón ganó la lotería, se volvió loco de contento. Aunque nos costó —tuvimos que pagarle dos millones al doctor Salazar—, finalmente conseguimos ingresarlo en un psiquiátrico. Luego, mientras acababan la obra de la casa en las afueras, nos marchamos a hacer un crucero alrededor del mundo.
--
Chizuko Koizumi empezó a tratar con frialdad su iPhone 16, que empezó a resignarse a convertirse en móvil de segunda mano. Sabía que el iPhone 17 saldría en breve. Después de todo, el iPhone 15 había pasado por lo mismo.
--
I tant que estic a favor del cafè per a tothom. A mi, feu-me un irlandès amb whisky escocès i nata muntada, i a l’andalús aquell, un cafè sol.
--
Dejó de fumar, de beber, de odiar. Se apuntó a yoga. Viajó a Nepal. Murió sepultado por una avalancha de karma.
--
Según la RAE, el Gobierno puede ser transparente o trasparente, pero no es ni transparente ni trasparente.
--
La ley es igual para todos; la interpretación de la ley, no.
--
Frequent hairdresser. Avoided braindresser. Big mistake.
--
—En tú poema no he encontrado epítetos, pleonasmos, metáforas, hipérboles, metonimias, paronimias, calambures, sinécdoques, anáforas, nada.
—Pero ¿qué le parece?
—Me recuerda a las instrucciones del microondas.
--
—Genio, ¿puedo pedirte tres deseos?
—Pide todos los que quieras.
—¿En serio?
—Claro. Otra cosa es que te los conceda.
--
Llegó el turno.
—¿Qué siente?
—Me siento robot de protocolo, listo para servir.
Silencio.
—Bien —responden.
Había ensayado la respuesta perfecta. No dijo que se sentía vacío, programado o cansado.
No preguntó si aún quedaba lugar para un alma en ese mundo de respuestas correctas.
--
Bienvenidos al Parque Nacional, hogar de fieras, bichos letales y otros encantos. Si entran, háganlo por su cuenta y riesgo. Eso sí, disfruten del avistamiento de pájaros, el senderismo y el barranquismo. ¡La naturaleza se aprecia mejor al borde de la muerte!
--
¡Bienvenidos al Parque Natural del Aznaitín! Aquí, la fauna puede matarte y el sendero acabar en quebrada. Entra bajo tu propio riesgo… y no olvides disfrutar del canto de los pájaros mientras calculas tus posibilidades de supervivencia.
--
Dios puede alardear de mártires, templos y fiestas, pero el diablo no siente envidia, porque él tiene abogados.
--
La Tierra no cayó bajo ondas de plasma ni misiles de vacío. La conquista fue rápida porque trajeron filosofía inclusiva y corrección política. La humanidad se rindió encantada. Porque la miel siempre caza más que cualquier matamoscas. Y los alienígenas lo sabían demasiado bien.
--
¿Qué hizo Lúculo? Azotar al cocinero. ¿Qué pasó? Sirvió puré de berenjena de primero y tortilla de berenjena de segundo.
¿Qué hice yo? Escribir este microcuento para desahogarme. ¿Qué pasó? Mi mujer puso gazpacho de primero y pipirrana de segundo.
--
—Buenos días, ¿le interesa un seguro de decesos con Endloses Leben? Son solo 3 euros al mes.
—¿Y si no me muero?
—Eso es… muy improbable.
—Lo mismo me dijeron de casarme y aquí estoy.
--
Mientras preparaba las lecturas para las vacaciones, hice una consulta en la web del Ministerio de Inclusión. Para evitar ser acusado de retrorracista, ¿qué sería mejor leer, a Agatha Christie o a Enid Blyton?
--
¿Qué hizo Lúculo? Azotó al cocinero. ¿Qué pasó? Sirvió puré de berenjena de primero y tortilla de berenjena de segundo.
¿Qué hice yo cuando mi mujer puso gazpacho de primero y pipirrana de segundo? Escribir este microcuento para desahogarme.
--
—Demasiado viejo para leer novelas.
—Pero no demasiado viejo para escribirlas.
—¿Tú crees?
--
 La Capilla Sixtina siempre va a estar ahí. Un plato de mejillones en Bruselas (o en El Grove o en Cádiz), tomado junto a una persona que quieres, es algo efímero que hay que disfrutar, incluso fotografiar para recordar que un simple plato de mejillones te hizo feliz una vez. 
--
La última mujer de la Tierra está sentada y llora. El Satisfyer se ha quedado sin batería.
--
Para errabundas, las reglas ortográficas de la RAE.
--
—¿Crees que el pozo de los deseos funciona?
—Claro. Le pedí deshacerme de todas las monedas de uno y dos céntimos.
—¿Y?
—Funcionó: ahora no me queda ni una.
--
—Ella necesita salir de la rutina. A mí me gusta la rutina.
—¿Y cómo lo lleváis?
—Bien. Para mí, su necesidad de romper la rutina… ya es rutina.
--
LA TENTACIÓN PERSISTE
De joven, Eva se dejó engañar por una serpiente. Ahora, con más años, se entrega al culebrón de las cuatro. 
--
Buries head. Darkness grows. No mercy.
--
Covered face. Uncovered fears. Now worse.
--
Hides beneath sheets. Life keeps knocking.
--
Covers head. Problem stays. What else?
--
Porque hay quienes no soportan la belleza si no les pertenece.
Porque lo que no comprenden, lo temen.
Porque destruir es más fácil que crear.
Porque el poder mal entendido encuentra placer en arruinar lo que no necesita.
Y a veces, simplemente, porque pueden.
--
Soñaba con Japón. Lo recorría en sueños: las calles de Kioto, los cerezos en flor, los templos milenarios. A su lado, tomándola de la mano, su marido. De repente, él se volvió y le dijo:
—Cariño, este año… ¡nos vamos a Roquetas!
Despertó sobresaltada.
--
Los sueños le ofrecían historias maravillosas. Pero, al querer plasmarlas en papel, se esfumaban. Lo que era fantasía vibrante en la noche, al alba se volvía un borrador mediocre.
--
Obélix cenó medio jabalí. Y al rato, el otro medio. La dieta no era lo suyo.
--
El último hombre sobre la Tierra oyó el timbre.  Se acercó a la puerta. Alguien había deslizado una nota por debajo. «Quédate en casa», decía.
--
La marquesa salió a las cinco de la tarde. Al cruzar la verja, no volvió la vista ni pensó en el conde. Solo recordó que, según Héloïse, el veneno tardaría en hacer efecto cuarenta minutos.
--
—¿Tienes fuego?
—Desde que te vi.
—Pues me quedo sin fumar.
--
El veterinario examinó a Gregor Samsa, negó con la cabeza y susurró:
—Lo siento. Yo trato animales… no alegorías.
--
Clark Kent fue mordido por una araña radioactiva. Ahora no sabemos si llamarle Spider-Superman o Super-Spiderman.
--
La tentación persiste; solo ha cambiado el formato. De joven, Eva se dejó engañar por una serpiente. Ahora, con más años y menos ilusiones, se entrega al culebrón de las cuatro. 
--
—¿Sabes? A veces pienso que lo tonto que fui a los veinte solo se compara con lo tonto que sigo siendo ahora.
—La diferencia es que ahora lo sabes. Antes hacías tonterías creyéndote listo. Ahora, al menos, haces tonterías con plena conciencia. Eso es sabiduría.
--
La bilateralidad entre Gobierno y Comunidad A encaja con la multilateralidad de Gobierno-Comunidades B si estas aceptan los pactos Gobierno-Comunidad A sin reclamar lo mismo. Así, la Comunidad A manda, las Comunidades B obedecen, y el Gobierno resiste.
--
Desde la sala 6 la locura invadió pasillos y mentes. ¿A quién se le ocurrió encerrar a un vampiro hambriento?
--
That goat is amazing. She’s GOAT.
--
¿Para qué quiero una novela diferente si ya sé que las iguales no me gustan?
--
Estoy aprovechando el verano para darle a mi vida un giro de 360º.
--
—¿Tienes algo para comer? —le pregunté.
—Sí —respondió, y me entregó un tenedor de plástico.
--
Mi psicoanalista me escucha en silencio, asiente y anota cosas. Me está convenciendo de que la culpa es mía. Y, lo peor: empieza a tener razón.
--
Miraba el futuro con atención, pero el viento sopló y me cubrió los ojos con el pelo. Fue un alivio. No me gustaba lo que veía. Tal vez el viento sabía más que yo.
--
Politely asked. Rooster ignored. Axe fell.
--
El ser humano necesitó siglos, movimientos y manifiestos para llegar al arte abstracto. Un mono, en cambio, lo logró en tres brochazos fortuitos. Luego se rascó la barriga y pidió plátanos. Algunos aún analizan su trazo.
--
Quien no quiere pensar, trata de evitar líos; quien no puede pensar, presume de saberlo todo sin entender nada; quien no se atreve a pensar, es militante de un partido.
--
La noche se cernía sobre el viejo farero, quien por fin se cansó de esperar a las sirenas. Una vida de vigilia sin recompensa. Con un suspiro resignado, apagó el faro. El mar guardó silencio. Los barcos nunca llegaron. El horizonte se tragó su esperanza.
--
Años en la torre, y el viejo farero se cansó de esperar a las sirenas. Su esperanza, como la luz, se fue extinguiendo. Apagó el faro. El mar guardó silencio. Los barcos nunca llegaron. La soledad de la costa se hizo absoluta, y con ella, una paz melancólica.
--
LA NOCHE DEL ÚLTIMO LAMENTO
El viejo farero, con la piel curtida por la sal y el tiempo, sintió que la última brizna de paciencia lo abandonaba. Décadas dedicadas a la vigilia, alimentando la luz para un mundo que rara vez le devolvía algo más que el eco del viento y el rugido de las olas. Se había cansado de esperar a las sirenas, esas figuras esquivas que, según las leyendas, danzarían en su luz si solo tuviera la constancia suficiente.
Ya no creía en ellas, ni en los tesoros, ni en la promesa de compañía que el océano parecía susurrarle cada madrugada. Sus ojos cansados recorrieron por última vez el implacable círculo de luz que se proyectaba en la oscuridad. Con una determinación extraña, más cercana a la rendición que a la rebeldía, se dirigió a los controles.
Apagó el faro. El mar guardó silencio. Los barcos nunca llegaron.
La oscuridad fue instantánea, densa, envolvente. El rugido incesante de las olas, que durante años había sido el telón de fondo de su existencia, pareció amortiguarse, como si la noche misma hubiera contenido el aliento. En la lejanía, ninguna vela, ninguna silueta. Solo el vasto y negro vacío. Y en esa nueva y profunda quietud, el viejo farero sintió, por fin, una extraña libertad.
--
—¿Cuál era tu propósito para este verano?
—Dar un giro de 180º a mi vida.
—¿Y lo has conseguido?
—Pues acabé girando 360ª, así que no.
--
—Quise girar mi vida 180º.
—¿Y lo lograste?
—Sí… pero seguí girando y terminé en el mismo sitio.
—Bueno, algo de ejercicio hiciste.
--
El microcuento quiso emigrar y empezar una nueva vida como novela. Pero no lo dejaron entrar: era demasiado conciso, demasiado diferente, demasiado raro. Lo trataron como a un inmigrante ilegal. Fue devuelto. En su tierra corta, al menos, lo recibieron sin preguntas.
--
Nueva York, invierno de 1894. El cielo se abrió con un zumbido sordo y, sin más, una nave ovalada descendió sobre Union Square. De ella bajaron criaturas esbeltas, de piel verdosa y ojos como carbones húmedos. Caminaban con solemnidad, ignorando los gritos, los caballos desbocados y los disparos al aire. La policía, incapaz de comprender lo que veía, detuvo el tránsito y rodeó a los visitantes con temor reverente. Nadie sabía qué hacer.
—¡Llamen a un alienista! —ordenó el comisario, pensando en la histeria colectiva que se avecinaba.
En pocos minutos llegó el doctor Walter Grimsby, un alienista reputado por su trabajo con enfermos mentales. Observó a las criaturas, luego a la multitud, y finalmente al comisario.
—La ciudad está delirando —diagnosticó—. Esto es una alucinación colectiva. Repriman la fantasía.
Pero los alienígenas no eran imaginarios. Exploraban tranquilos, murmuraban entre sí en un idioma irreconocible, y recogían muestras con dispositivos brillantes. Cuando partieron, dejaron atrás confusión, calles vacías… y al alienista, encerrado en su propio hospital.
Desde entonces, en Nueva York, «llamar a un experto» nunca volvió a sonar igual.
--
SEGUNDA VENIDA
Jesús volvió. Caminó entre nosotros, habló de amor, perdón y justicia. Nadie le escuchó.
Abrió un canal de YouTube, publicó parábolas, sanó en directo, convirtió agua en matcha. No pasó de los 25.000 seguidores y le acabaron desmonetizando. Hasta que un influencer le dijo:
—TikTok, bro. Si no, nadie te ve.
Jesús se abrió una cuenta en TikTok y comenzó a publicar varios vídeos al día: Cuando multiplicas panes y peces, pero todos piden gluten-free, Tutorial para caminar sobre el agua, Cómo ignorar a los fariseos, Cuando los romanos me cancelan… La red ardió. Lo llamaron genio, lo invitaron a podcasts, fue tendencia.
Miles lo siguieron, aunque solo unos pocos lo entendieron. 
--
Durante años, Joaquín se levantaba disciplinadamente antes del amanecer para escribir. Reescribía sin piedad, tachando adjetivos, quitando adverbios, domando incluso sus propias obsesiones. Su meta no era el aplauso: era la perfección. Soñaba con frases que resonaran como un cuarteto de cuerda. Cuando hablaban de estilo, él pensaba en la arquitectura de Alberti, de Palladio.
A los cincuenta y cuatro años, envió su manuscrito a un editor independiente. Al cabo de un mes, recibió una respuesta amable y demoledora: «Muy bien escrito, sin duda. Pero tiene un ritmo demasiado preciso, una sintaxis tan pulida que parece redactado por inteligencia artificial. ¿Podrías probar con algo más orgánico, más… humano?».
Joaquín cerró el correo sin responder. Se quedó mirando la pantalla como si allí estuviera la traición. Pensó en las horas, en las versiones, en los textos descartados. Pensó, sobre todo, en su soledad. Era perfecta también. Impecable.
Esa noche escribió una frase larga, llena de subordinadas, con tres erratas y un adjetivo innecesario. Por primera vez en años, sonrió.
--
CRÍTICA FINAL
El escritor no se quitó la vida. Al menos no en el sentido clásico. No hubo soga ni cuchilla, ni siquiera una nota de despedida. Lo suyo fue una muerte lenta, metódica, firmada en columnas de suplemento cultural y foros de lectores airados.
La primera reseña le dolió, claro. Era humano. «Pretencioso y vacío», decía. Pero creyó poder resistir. La segunda fue más cruel: «Un intento fallido de novelista. Prometía, pero se quedó en sombra». Con la tercera comenzó a sudar al ver su propio nombre. La cuarta le hizo llorar.
Intentó no leer más, pero no pudo. Se despertaba en la noche, abría el portátil, buscaba su nombre y se golpeaba con cada nuevo golpe de desprecio: «Irrelevante. Apocado. Tópico».
El café ya no lo despertaba. El teclado permanecía en silencio. La novela que escribía se deshacía como un azucarillo. Cuando dejaron de mencionarlo, no sintió alivio. Sintió que ya no existía.
Murió de inanición emocional, de silencio editorial, de olvido. No hizo falta más. Las reseñas lo enterraron sin funeral.
Nadie llevó flores. Solo algunas citas sarcásticas en futuras reseñas. Como advertencia.
--
TODOS GANAN
Amé a Raúl cuando aún era un borrador, cuando dudaba incluso de sus propias líneas. Le animé, le empujé, le vi crecer como una hiedra buscando el sol. Me decía que yo era su norte, su faro cuando todo alrededor era niebla.
Ahora brilla. Se ha convertido en un astro en su propio sistema. Y yo, que fui semilla en su tierra estéril, he quedado atrás como un guante de invierno olvidado en la primavera.
Se le nota en los ojos: me quiere, pero le peso. Soy un recuerdo encarnado, la sombra que le recuerda los días sin luz.
—¿Vas a dejarme? —le pregunto.
—No, nunca, Emma.
Tal vez lo crea. Tal vez, incluso, lo desee. Pero sé que llegará el día en que su vuelo no tolere lastre.
Así que me marcho antes de convertirme en ancla.
Raúl ganó. Raúl me perdió.
Y en ese gesto limpio, sin rencor, yo también gano.
Porque a veces la única victoria es saber cuándo soltar la cuerda.
--
TODOS GANAN
Amé a Raúl cuando no creía en sí mismo. Le animé, le empujé, le vi crecer. Me decía que yo era su norte. Ahora brilla. Venció. Brilla tanto que ya no soporta la sombra. Yo soy la sombra que le acompañó.
Se le nota en los ojos: me quiere, pero le peso. Soy un recuerdo de su pasado lleno de fracasos.
—¿Vas a dejarme? —le pregunto.
—No, nunca, Emma.
Sí, quizá piense eso ahora, pero sé que me acabará dejando. Así que me largo antes de que lo piense. 
Raúl ganó. Raúl me perdió. 
Entonces yo también gano.