sábado, 2 de agosto de 2025

Papelera

 Enrique Jardiel Poncela: «Por poco que se escriba, siempre se escribe demasiado».

 

El microcuentista, insatisfecho, trató de cambiarse a la novela. Le encantaba la idea de construir mundos con tiempo y paciencia. Pero fue rechazado: escribía demasiado breve, demasiado directo. Volvió a lo suyo. Lo suyo era decirlo todo en lo que otros apenas empezaban.

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—Una advertencia, maestro —susurró Haku.

—No mires con los ojos —dijo Enkai—. Mira con la sombra que proyecta tu alma.

Haku cerró los ojos y, por primera vez, vio la montaña moverse.

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Cuando como en casa de mi cuñada, entiendo a los tlaxcaltecas y el odio inconmensurable que sentían hacia los aztecas por negarles la sal.

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¿Y no pensó Alí Babá que lo más justo habría sido devolver el oro a sus legítimos dueños?

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Ya me pongo punto en boca cuando estoy en casa. No me pidáis también que me muerda la lengua en X.

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Pensé que hablaban en sentido figurado cuando me dijeron que me estaba adentrando en una relación tóxica, pero no. Cuando toco su piel, la mía se irrita. Y lo curioso es que lo primero que me atrajo de él fue precisamente su piel, escamosa y de un color verdoso.

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Hay que admitir el esfuerzo: cualquiera puede decir que tiene un título, pero solo unos pocos tienen el tesón de falsificar uno con las firmas y los sellos.

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Inspectores, no pidan más programaciones: sáquenlas ustedes mismos de ChatGPT.

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Verde y azul, la Tierra. Marte, rojo de ira.

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¿Soy rico porque no tengo prisa?

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Dices que no esperas nada, pero revisas el móvil cada cinco minutos.

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Antiguamente, la mayoría de los pobres eran trabajadores que simplemente no tenían lo suficiente para vivir. A finales del siglo XX, los pobres eran quienes, por algún motivo, no podían trabajar y, por lo tanto, no tenían con qué vivir. Hoy, los pobres son personas que trabajan —generalmente a media jornada— y aun así no tienen para vivir. Un retroceso.

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Pues el presidente del Senado marroquí tiene razón: Ceuta y Melilla son ciudades ocupadas; tan ocupadas como Rabat o Tánger, tan ocupadas como París o Berlín, como Nueva York o Los Ángeles.

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ESPAÑA INCREÍBLE

Una okupa denuncia que le han okupado su casa mientras veraneaba en República Dominicana. Pide justicia.

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ESPAÑA INCREÍBLE

La ministra de Universidades recomienda no obsesionarse con tener un título. Y si es falso, tampoco pasa nada: lo importante es ser afiliado, no titulado.

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Sin muros ni rejas, la cárcel es amable. Los presos la sienten liberadora. Y nadie huye: el mundo de afuera asusta más.

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Le votaron con entusiasmo. Gobernó siempre «para el pueblo». Ganaba elecciones sin esfuerzo hasta que se cansaron y dejaron de votarle. No importó: él seguía gobernando. A estas alturas, al pueblo y a las elecciones ya los ignoraba por igual.

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La bruja del mar le advirtió: «Te dolerá cada paso».

Y dolió.

Pero el verdadero tormento fue descubrir que el príncipe no quería amor.

Quería una sirena disecada.

Y la exhibió en su salón.

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—Maestro Yuki, ¿qué es lo más importante?

El maestro calló.

El discípulo insistió.

Más silencio.

Un día, el discípulo dejó de preguntar.

El maestro sonrió.

El viento sopló.

La hoja cayó.

Y todo tuvo sentido.

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El ateo que no cree en Dios, pero que le dedica más tiempo que un devoto.

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Dice que no cree en Dios, pero sueña con Él, lo cita, lo combate, lo estudia. Tiene una biblioteca sacra que haría llorar al Papa. Cuando lo niega, lo hace con devoción. Es, sin duda, el mejor creyente de entre los ateos.

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El dinero no es la felicidad, pero sin duda te permite una experiencia que se le parece mucho.

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El dinero no da la felicidad, pero se le parece tanto que apenas noto la diferencia. Llegué aquí siendo listo: elegí bien el partido, supe callar y aprovechar la ocasión. Ahora los infelices me miran con una envidia que, sinceramente, me divierte.

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El dinero no da la felicidad, pero se le parece tanto que apenas noto la diferencia. Llegué aquí siendo listo: supe a qué partido afiliarme, supe callarme, supe aprovechar mi oportunidad. Ahora los infelices me miran con una envidia que, sinceramente, me divierte.

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En su afán reformista, el nuevo alcaide propuso una jornada de puertas abiertas. Al día siguiente, había más periodistas que presos. Los informes coinciden: fue una experiencia liberadora.

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Ser avestruz no es cobardía, es evolución: afinar el arte de ignorar lo que duele.

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El algoritmo nos emparejó. A él le gustan los perros, el cine rumano y las caminatas. A mí también, al parecer. Todo encajaba. Él se enamoró. Yo me aterré. Qué suerte: no solo no me gusta él… tampoco me gusto yo. Y eso el algoritmo no lo predijo.

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Frente a este mar, ella dijo que me amaba. Luego se fue con un surfista. Hoy, el monstruo que me visita es su recuerdo… y su Instagram. Lo bloqueé. Pero el algoritmo es más tenaz que el Leviatán.

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UN AMOR DE VERANO

Se enamoró del portavoz de un partido independentista. El médico diagnosticó insolación severa. Le recomendó no ver ruedas de prensa a mediodía y, por precaución, usar gorra y tapones para los oídos.

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—Murió de muerte natural.

—¿De muerte natural?

—Sí, de tristeza viendo el telediario.

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Racional es el hombre: capaz de razonar hasta su propia ruina.

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Si algo nos enseña la vida, es a parecer que la entendemos, aunque solo estemos improvisando.

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El diablo desprecia a los gatos por egoístas y poco dados al servilismo. Pero si ha de elegir compañía, prefiere la sombra elegante del negro: discreto, sigiloso, casi suyo. No así el calicó, que con sus manchas inestables y su aire de colcha vieja, más que temor, inspira lástima. Y el diablo, si algo no tolera, es la compasión.

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El diablo desprecia a los gatos por egoístas, altivos y poco dados al servilismo. Pero claro, si tiene que elegir, prefiere a un gato negro, tan elegante, antes que al vulgar calicó, que más que temor inspira lástima. Y el diablo, si algo no tolera, es la compasión.

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Nos prometieron libertad, y nos dieron un pasillo entero con leche de avena sin azúcar, con calcio, con cacao, barista, ecológica o espumosa.

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Coleccionaba antigüedades: sillón Luis XIII, espejo Luis XIV, cama Luis XV, guillotina Luis XVI.

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¿Y si no necesitáramos una revolución, sino una reevolución?

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Cualquiera puede publicar en las antologías preparadas por Sergio Gaut vel Hartman, salvo que manifieste abiertamente que le gustan las películas de Spielberg.

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EL LOBO Y LOS TRES CERDOS

El lobo pesaba apenas setenta kilos. Los tres cerdos —llamarles «cerditos» sería ofender su envergadura— no eran inocentes ni indefensos: cada uno de ellos superaba los ciento cincuenta kilos. Cuando el lobo llamó a la puerta de la casa de ladrillo, le abrieron sin temor. Lo atraparon, lo inmovilizaron, lo sacrificaron. Dos días tardaron en comérselo. Y los niños que lean este cuento tardarán una vida en digerirlo.

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La marquesa salió a las cinco. Iba a casa de Paul Valéry: había oído que no quería escribir sobre ella. Y eso, claro, merecía una explicación.

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A misa de siete no faltaba nunca doña Carmen. Escuchaba al padre Raimundo con respeto. Aunque ambos eran católicos, su fe era diferente: ella creía en el castigo eterno y él en el perdón.

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La UE propuso regular la siesta. Había que echarla en el sillón, no en la cama. Debía durar, como mucho, una hora, entre las tres y media y las cuatro y media. Los ronquidos, prohibidos. Impuso multas a los incumplidores.

La siesta, antes placer culpable, hoy es pesadilla.

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Al Capone se hizo cliente de Equipo Económico. La declaración siempre le salía a devolver.

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Un comité de la UE propuso limitar la siesta. Finalmente decidió regularla. La impuso. Multó a quienes no la echaran. La siesta, antes placer culpable, es hoy deber. Algunos ya duermen por miedo, no por sueño.

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—¿Crees en Dios?

—Cuando Hacienda me devuelve dinero, sí.

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Sospecho que George Lucas no prestaba mucha atención en las clases de Ciencias.

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La mitad de los estadounidenses no ha oído hablar de la Guerra de Vietnam; el 100 % no sabe dónde está Vietnam.

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Señor, si no es mucho pedir, mándame una mujer cariñosa, compañera de alegrías, no de conflictos. Que ría conmigo, no de mí; que me apoye sin necesidad de comité; que no convierta cada olvido en causa judicial. Una mujer de paz, no de pleitos. De abrazos, no de denuncias. Una que, si decide marcharse, no se lleve también el coche, al perro y a los niños a Bélgica. Una que no sea —Tú ya sabes— como Juana Rivas. Amén.

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Señor, si no es mucho pedir, mándame una mujer cariñosa, compañera de alegrías, no de conflictos. Que abrace más de lo que discute, que no convierta cada diferencia en una batalla. Una mujer de paz, no de pleitos. Y, si no es mucho pedir, que no sea como Juana Rivas. Amén.

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Cruzó la cortina de agua y cambió de mundo.

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Doña Carmen asistía fielmente a misa de siete. Escuchaba a don Raimundo con devoción, aunque no creía una sola palabra. Él predicaba el Apocalipsis. Ella esperaba un milagro. Ambos eran católicos practicantes, pero no rezaban al mismo dios.

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QUÉ ERROR, QUÉ INMENSO ERROR

Su propio nombre lo dice: Distortus rex.

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Pues yo, cuando estoy callado y mi mujer habla, por mucho que lo intente, oigo, pero no escucho.

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La Asociación de Periodistas Estivales agradece a Juana Rivas su inestimable colaboración: sin ella, el verano volvería a ser esa insoportable combinación de calor, silencio informativo y desinterés general. Gracias por no dejarnos solos con las serpientes de agosto.

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El monstruo arrasó la aldea sin pestañear. Nadie quedó para alentar resistencia. Sola ante las ruinas, la anciana alzó la voz:

—El tiempo te juzgará…

El monstruo se encogió de hombros y preguntó:

—¿Y cuánto tarda eso? Tengo prisa.

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¿Se va a ver los goteros o a no ver a su mujer?

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FACULTAD DE FILOLOGÍA

Un catedrático sobrealimentado y bien vestido diserta sobre un escritor famélico y desharrapado.

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—¿Tú qué eres?

—Filósofo cuántico.

—¿Eso qué implica?

—Que no sé si existo hasta que me saludas.

—¿Y si no te saludo?

—Pues igual existo, pero en otra conversación.

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La onomástica de Sanseacabó, mártir hispano que tuvo un final sin gloria, se celebra el 31 de diciembre. Sanseacabó es el patrono de las agendas vencidas, los propósitos incumplidos y los balances que es mejor no revisar. Protector de brindis forzados y resacas anticipadas.

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La Carmen está bailando por las calles de Sevilla. No por feria, ni por devoción. Baila porque el ayuntamiento, en un arrebato creativo, la ha nombrado Patrimonio Inmaterial Municipal y la obliga, bajo amenaza de multa, a representar la alegría sevillana doce horas al día.

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—No eres tú, es el cambio climático.

—Pero ¿ qué dices? Si nos separamos, duplicamos consumo: dos pisos, dos calefacciones, más transporte… Un desastre ambiental. Por el bien del planeta, deberíamos seguir juntos. No por amor, sino por eficiencia energética.

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INFORME MÉDICO CONFIDENCIAL

El paciente presenta un cuadro persistente de desinterés institucional, apatía legislativa y ligera inflamación escrotal. Diagnóstico: le suda la polla.

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No me asusta que haya salido de la tierra. Lo hacen todos, tarde o temprano. Lo que me hiela la sangre es que quiera regresar… conmigo.

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No me asusta que salga, sino que vuelva conmigo.

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La niña que había al otro lado del espejo tenía un cuchillo. La que estaba en este lado quería usarlo.

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La marquesa salió a las cinco de la tarde. Dijo que iba al teatro. El teatro cerró hace un año, pero ella sigue saliendo a las cinco. Su marido, encantado: a las cinco y cinco entra en el dormitorio de la cocinera.

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La marquesa salió a las cinco de la tarde, como cada día… desde 1823.

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Cada mañana, su secretario le deja el argumentario junto al cruasán. Tiene que aprendérselo antes de que se enfríe el café. Luego lo repite en ruedas de prensa, entrevistas, pasillos y cócteles institucionales. Y así, día tras día. Nadie imagina lo duro que es ser ministro.

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—¿Tú qué eres?

—Historiador no binario.

—¿Y eso en qué consiste?

—Los historiadores no binarios nunca datamos nada antes ni después de Cristo, sino antes o después del algoritmo.

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No había bebida en la fiesta del jefe, pero eso no me importó. Llegué ya bien servido: dos botellas de cava. Me pasé la noche hablando con una escultura. Según dicen, me ascendieron por eso. Era su madre.

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—¿Tú qué eres?

—Filólogo no binario.

—¿Y eso qué implica?

—Que estudio todas las lenguas pero sin juzgar sus declinaciones.

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Le dijeron que si solo sabía escribir microrrelatos, no escribiera. Publicó uno en X. Le dieron el Premio Nobel por economía del lenguaje. Después se suicidó de ironía.

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No pensar es buscar comodidad; no poder pensar es ignorancia arrogante; no atreverse a pensar es la esencia del militante de un partido.

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Compró con entusiasmo una camiseta que criticaba las maquilas, solo para descubrir al recibirla que había sido hecha en Bangladés.

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Empezó a correr por ansiedad. Con el tiempo, la ansiedad aprendió a correr también. Ahora compiten cada mañana. Él madruga más, entrena mejor, se exige más. Pero nunca gana. La ansiedad siempre lo espera en la línea de meta.

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Ser humilde, decía, era su mayor virtud. Lo gritaba, lo imprimía en tazas. Lo llevaba en la firma del correo. Humilde hasta la exageración. Nadie se atrevía a corregirlo: tenía demasiados seguidores.

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Al final te resignas a la idea de que no es perfectible, sino únicamente mejorable.

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Nacemos iguales, nos educan distintos y morimos desiguales. La Constitución no lo menciona.

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LENGUAS DE PIEDRA

El arquitecto presentó el proyecto al rey de Uruk en perfecto sumerio. Era joven, ambicioso, y soñaba con una torre que rozara el cielo. Aprobada la obra, comenzó la construcción con obreros que ya hablaban acadio. El arquitecto tuvo que aprender órdenes nuevas, adoptar signos distintos, y evitar malentendidos que costaban vidas.

Pasaron los años. El trono cambió de manos, el idioma mutó. Los nuevos funcionarios escribían en asirio; sus exigencias eran distintas, más burocráticas. Las piedras seguían alzándose, pero ya nadie recordaba exactamente los planos originales. El arquitecto, envejecido pero firme, rendía cuentas con gestos, dibujos, fragmentos de una lengua que ya no existía.

Cuando llegaron los persas, le asignaron un traductor. Las órdenes se multiplicaron, las inscripciones en la base fueron borradas para esculpir nuevas. La torre seguía creciendo, como un testigo mudo de imperios que se sucedían.

Finalmente, bajo dominio helénico, se terminó la obra. El arquitecto, anciano, subió los escalones uno a uno. Desde la cima contempló la llanura, y entendió: aquella torre no era para alcanzar el cielo, sino para escuchar el eco de todas las lenguas caídas.

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Hice una consulta al Ministerio de las Mujeres. Para evitar ser acusado de retromachista, ¿qué sería mejor leer, a Agatha Christie o a Enid Blyton?

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Querido diario:

Te odio.

No porque seas inútil, ni porque te guardes lo que escribo. Te odio porque me obligas a mentirte cada noche. Porque cuando abro tus páginas, siento que tengo que maquillar la realidad. Disfrazarla. Endulzarla. Decirte que fue un buen día, que estoy en paz, que he superado a quien me hirió. Que no importa lo que pasó, que he crecido, que he aprendido.

Mentira.

Pero tú lo aceptas todo. Ni un reproche, ni una corrección. Solo silencio. Un silencio que me obliga a continuar, como si creyera que algún día podré escribir una línea verdadera. A veces, intento hacerlo, lo juro. Escribo una frase que suena sincera… pero la tacho. Me asusta verla ahí, desnuda, inmóvil, sin excusas.

Te odio, diario, porque me haces más cobarde de lo que soy. Porque al mentirte, finjo que me entiendo. Porque al leerte, me descubro desconocido. No escribo para liberarme. Escribo para evitar saber quién soy.

Y tú me lo permites. Siempre lo haces.

Con rencor,

Yo

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EL PAÍS DE LOS DOS

Escapamos una noche y cruzamos el mapa como quien cruza un sueño. En La Coruña fuimos felices. En Vigo, aún más. León nos dio a Luis, Zaragoza a Marta. Madrid nos prestó su ruido; Valencia nos devolvió el mar. Regresamos a Jaén porque ya no importaba dónde: buscábamos un lugar para vivir el uno junto al otro, pero lo cierto es que cualquier lugar servía.

Caminamos playas, dormimos en hoteles baratos, besamos amaneceres.

Un día me preguntaste dónde fui más feliz.

Y lo supe: contigo, cualquier parte.

Esta tierra fue siempre eso: el país de los dos.

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MIGRANTES

Llegaron al norte buscando trabajo. Quemaron sus papeles antes de cruzar. Los explotaron, los ignoraron y, cuando dejaron de ser útiles, lo expulsaron. Volvieron a su país, pero allí ya no eran bienvenidos. «No sois de aquí», les dijeron. Vagaron de frontera en frontera. Siempre extranjeros, siempre sospechosos. Hasta que los poderosos firmaron un trato: pagarían a un país pobre del sur para que los acogieran. Los enviaron a un campo perdido, sin calles ni futuro, solo polvo y alambradas. Allí comprendieron, entre otros como ellos, lo que habían sido siempre: nadie en ningún lugar.

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Tenían que elegir. Qin Shi Huangdi era severo; los xiongnu, simplemente crueles. Qin Shi Huangdi cobraba impuestos que dejaban a las aldeas al borde de la miseria; los xiongnu preferían la vía rápida y se llevaban todo, sin necesidad de formalismos ni recibos.

Qin Shi Huangdi exigía cada año su cuota de hombres y mujeres para levantar murallas, cavar fosos y poblar fortalezas perdidas donde, con suerte, solo morirían de frío. Los xiongnu, por su parte, reducían el trámite: asaltaban las aldeas, mataban a los hombres y se llevaban a las mujeres para tareas más íntimas, sin preocuparse por arquitecturas ni defensas.

Qin Shi Huangdi, gran amante del orden, ordenaba ejecutar a quienes osaran quebrantar las férreas leyes del imperio. Los xiongnu, que no tenían leyes, resolvían las infracciones —y también las buenas intenciones— con una lanza o un tajo en el cuello, sin necesidad de juicios ni escritos.

Qin, en ocasiones, lograba ser incluso peor que los xiongnu; y los xiongnu, aplicados y constantes, siempre se mantenían fieles a su reputación.

Entre ser exprimidos por el emperador o desollados por los bárbaros, la población se debatía con la emoción de quien elige entre peste o cólera. Qin ofrecía la ley, la muralla, la unidad… y el látigo. Los xiongnu ofrecían saqueos, esclavitud y muerte… pero con la franqueza de quien no promete nada más.

Al final, los aldeanos aprendieron a saludar a ambos con la misma reverencia. A pagar los tributos al emperador y los «regalos» a los xiongnu. A sonreír al recaudador y al jefe de la horda.