jueves, 20 de noviembre de 2025

Homo scrollarius

     El Homo scrollarius, prodigio evolutivo de nuestra era luminosa (luminosa por la pantalla, claro), demuestra que la humanidad puede avanzar millones de años para luego instalarse voluntariamente en un sótano mental con cobertura aceptable. Su existencia gira en torno a un único ritual sagrado: deslizar. Arriba, abajo, otra vez arriba. Una liturgia tan profunda como un charco, pero muchísimo más adictiva.
     No busca saber nada ni disfrutar nada, y mucho menos pensar, esa actividad arcaica que practicaban los seres humanos cuando aún tenían paciencia. El objetivo es más sublime: alcanzar el vacío interior a través de un caudal incesante de «contenidos». Cada aviso, cada iconito, cada reacción funciona como una caricia emocional que le susurra «sigues aquí».
     Su capacidad de atención dura menos que un parpadeo mal calculado. Leer más de tres líneas es un deporte extremo. Por eso su memoria funciona como un colador: entra un chiste y sale inmediatamente cualquier idea relevante. Todo tiene la misma importancia emocional: una catástrofe planetaria y un vídeo de alguien probando comida reciben idéntico nivel de solemnidad. Una verdadera «armonía digital», aunque más propia de una tragicomedia.
     Físicamente, el Homo scrollarius presenta una anatomía singular: cuello inclinado en ángulo casi ritual, hombros proyectados hacia adelante en postura de «abrazo de aparato», dedos hipertrofiados por la gimnasia táctil, ojos cansados y secos, piel pálida, piernas debilitadas por la quietud y espalda que parece recordar vagamente cómo era caminar erguido. A ello se suman la mandíbula apretada por la ansiedad, las muñecas inflamadas por el exceso de deslizamientos y la respiración superficial de quien vive más pendiente de la pantalla que de sus pulmones.
     Y aun así, desliza. Siempre desliza. No sabe lo que busca, no lo encontrará jamás, pero sigue convencido de que el próximo movimiento del pulgar será revelador.
     La vida queda atrás. El dedo avanza. Así es el destino del Homo scrollarius.
    Y tú, que llegaste hasta aquí (si es que llegaste), ¿cuánto tiempo falta para que olvides esto y vuelvas a tu pantalla? Cinco... cuatro... tres...