Reunidas estaban las tropas en la llanura de Jarafe. Abd Allah al-Aglabí, hayib de Jaén, y Mohammed ibn Mohammed, emir de Baeza, iban a resolver la antigua disputa. Los heraldos se reunieron en mitad de la llanura. El hayib de Jaén tenía una extraña propuesta: solventarían el conflicto mediante una partida de ajedrez. Mohammed ibn Mohammed, todo un experto jugador, no podía por menos que estar sorprendido: su fama de ajedrecista era reconocida en todo al-Ándalus. Aceptó.
Montada fue una tienda y allí el hayib de Jaén y el emir de Baeza empezaron la partida. Cada movimiento era meditado con detenimiento. Fuera, los dos ejércitos esperaban impacientes.
Entre las tropas del hayib de Jaén había un grupo de mercenarios bereberes. Para atemperar la espera, comenzaron a beber vino. Pronto, estaban completamente borrachos. Nadie sabe cómo empezó la pelea. Quizá un bereber insultó a un soldado del emir de Baeza. Tal vez un soldado baezano insultó a un mercenario bereber. Lo que en principio fue una disputa menor se convirtió pronto en un abierto combate. La sangre manchó la llanura de Jarafe.
Mientras tanto, en la tienda, Abd Allah al-Aglabí y Mohammed ibn Mohammed seguían atentos a los lances del juego. Un ojo experto habría advertido que el emir de Baeza iba poco a poco ganando la partida. Un descuido hizo que Abd Allah al-Aglabí perdiera un peón. El hayib de Jaén trató recuperar el equilibrio, pero sólo consiguió que el tablero se fuera despejando. Los trebejos se acumulaban en la bolsa. Pronto, el emir de Baeza consiguió acabar con la reina del giennense a cambió de una torre. No pudo disimular una sonrisa. Sabía que tenía la partida ganada. El hayib de Jaén se demoraba en cada movimiento, tratando de evitar lo inevitable. Llegó un momento en que sólo le quedaba en el tablero el rey. La partida estaba perdida. Fue entonces cuando entró en la tienda un capitán giennense.
–¡No nos molesten! –gritó Abd Allah al-Aglabí.
–Señor, los perros de Baeza yacen en el campo.
Por un instante, los dos soberanos no comprendieron lo que aquello quería decir. Luego, advirtieron que el capitán estaba cubierto de sangre.
Los labios de Mohammed ibn Mohammed comenzaron a temblar.
–Yo he ganado... Yo he ganado la partida.
Abd Allah al-Aglabí apenas dudó. A un gesto suyo, el capitán sacó la cimitarra y cortó la cabeza del baezano.
Así acabó la batalla de la llanura de Jarafe. Antes de abandonar la tienda, el hayib de Jaén derribó del tablero el rey del orgulloso emir de Baeza.
Microrrelato leído en La Rosa de los Vientos (Onda Cero)